sábado, 27 de julio de 2019

Fernweh

No creo en el destino, o por lo menos no en que tengamos uno fijado desde el momento en que nacemos. Hay condicionantes desde ese momento, incluso desde antes de nacer: la condición social de tus padres, las condiciones materiales en las que eres criado, etc. Pero eso, aunque influye, no determina necesariamente lo que va a ser de ti en la vida, o lo que va a ser tu motor, lo que anhelas, lo que consigues. El destino lo vas haciendo tú mismo con cada decisión que tomas, hasta que llega un momento en que sí, después de muchos pasos llegas a donde tenías que llegar, aunque no necesariamente sea donde querías o esperabas. 

Por eso no estoy de acuerdo con lo que suelen decir los que creen en el destino: "las casualidades no existen". Sí que existen, concho. Tú dale miles de millones de años luz al universo (anda, si ya los tiene) y puede pasar cualquier cosa. Incluso que en una piedra redonda que flota en el espacio surja una cosa llamada vida que acabe dando lugar a una tipa pesada que en este mismo momento aporrea el teclado de un portátil y tú acabes leyendo esto. Pero a veces hay coincidencias curiosas que llaman la atención y que hacen que precisamente esa tipa pesada se ponga a aporrear el teclado de su pobre portátil. 

Veréis, hay una palabra en alemán (siempre hay una palabra en alemán) que expresa un concepto que yo he sentido desde hace muchos años pero que no sabía que tenía un nombre hasta hace poco. Esa palabra es fernweh: dícese de "el dolor que experimentamos al no encontrarnos en un sitio lejano", como se explica muy bien en este artículo de un blog que he descubierto al buscar la palabreja en cuestión: Fernweh, la palabra alemana para quien echa de menos estar en tierras lejanas. Ni siquiera hace falta que ya conozcas esas tierras. Es más, el auténtico fernweh es el que sientes cuando anhelas ir a un lugar en el que nunca has estado. Me pasa con muchos sitios, pero si hay uno que añoro especialmente es Irlanda.

Cómo no vas a querer ir a un país en el que está la mismísima Calzada de los Gigantes
Ay, Irlanda de mis amores, en la que nunca he puesto un pie. No sé por qué, pero siempre me ha atraído irremisiblemente. Creo que ese sentimiento comenzó por la música. Mientras que en mi adolescencia me aficioné al heavy, querencia que continúo cultivando hasta hoy, a principios de los 90 empecé a descubrir otra de las músicas que más me gustan: la celta. Y ya sabemos que donde más música celta se produce y se escucha es en Irlanda, aunque se extienda por muchos otros países. Además, no es que ese amor surgiera de la nada: uno de los que siguen siendo mis discos favoritos es "Over the Hills and Far Away" de Gary Moore (irlandés, of course), del que ya me enamoré en el 87, justo cuando empecé a escuchar heavy, y la canción que le daba título era puro rock celta (hasta aparecía Paddy Moloney tocando la gaita, aunque casi no se le notara). Así que una cosa llevó a la otra, y gracias a la música, a películas, a libros y a otras circunstancias como lo rica que está la cerveza Guinness (aunque en realidad mi favorita es la Murphy's, pero ya no la traen a los pubs madrileños, maldita sea Heineken) me acabé enamorando de Irlanda sin haber llegado ni a acercarme. Realmente me atraen en general todos esos países norteños y remotos que han alimentado las leyendas que luego influyeron en la literatura fantástica que tanto me gusta y que a su manera siguen pareciendo surgidos de los cuentos de hadas, poblados por densos bosques y verdes praderas y cubiertos de nieve en invierno y habitados por criaturas misteriosas y mágicas (que vivan sólo en las leyendas es lo de menos, no me seáis aguafiestas): en mi lista de países y territorios a los que tengo que viajar antes de morir, después de Irlanda, están la península escandinava, Islandia, Escocia, y también, ya por extensión, me gustaría viajar a Siberia y a Canadá, incluso a Alaska (Cicelyyyyyy 😍). Es más, esa querencia por los lugares remotos y hasta cierto punto aún salvajes hace que también desee viajar a Australia, Nueva Zelanda (que, al fin y al cabo, es el reflejo austral de las islas británicas: por eso ya me llamaba la atención antes de que se estrenaran las películas de El señor de los anillos, aunque después de su estreno resultaron un aliciente más para querer ir, claro), Chile, del que una amiga que vivió unos años allí me ha contado maravillas sobre su extraordinaria naturaleza, y Japón, que me parece el país más alienígena de nuestro planeta.

Pero primero siempre estará Irlanda. Y últimamente se han dado algunas coincidencias que me han hecho volver a sentir un fernweh terrible por la Isla Esmeralda. Hace no mucho estuvo Loreena McKennit dando un concierto en Madrid, al que no pude ir, para no variar 😒. Loreena es canadiense, pero su familia tiene orígenes irlandeses y escoceses, y yo adoro su música desde esos primeros años 90 en los que descubrí la música celta. Después, surgió la ocasión de quedar con una amiga de Vitoria que justo venía ayer a Madrid para el concierto de Muse (al que tampoco podía ir 😢), y fuimos a ver la exposición de Balenciaga y la pintura española en el Thyseen, que os recomiendo muy mucho. Ella sí ha estado varias veces de viaje en Irlanda, adonde dentro de poco volverá, y contándome sus viajes hizo que el fernweh se apoderara otra vez de mí. Y esta mañana, al encender el ordenador, me ha saltado el Explorer con enlaces a Skellig Michael, la mayor de las islas Skellig. (No sé si os pasa a vosotros, pero a mí siempre me salta el Explorer al encender el portátil, aunque yo normalmente uso el Firefox. Seguramente podría desactivarlo, pero como soy masoca no lo hago porque me gusta cuando me salen páginas de lugares a los que quiero ir pero de momento no puedo por falta de dinero y de vacaciones). Y resulta que no sólo Skellig le da nombre a una de mis canciones favoritas de Loreena McKennit, sino que también fue el escenario en el que se rodaron las escenas de Luke Skywalker en The Last Jedi: como muchos sabréis, esa isla remota en no recuerdo cómo coño se llama el planeta al que va Rey a buscarlo, es en realidad Skellig Michael, en la costa occidental irlandesa, y los achuchables porgs en realidad son frailecillos, ahora mismo los únicos habitantes permanentes de la isla. Así que me he puesto a Loreena en el Spotify (¡aleluya! Por fin está en Spotify, concho, que antes sólo había un par de canciones suyas que aparecían en recopilatorios) y a disfrutar mientras me dejo llevar por el fernweh. Para que os deleitéis, aquí os enlazo un vídeo hecho por un aficionado con imágenes de las islas y la letra, en la que el narrador, un monje irlandés que había vivido en el antiguo monasterio de la isla y ahora vive en otro monasterio italiano, le cuenta a su amigo John, que permaneció en la isla, que sufre de morriña por Skellig (que es precisamente el sentimiento contrario al fernweh, porque te hace añorar tu lugar de origen cuando estás lejos de él).


En fin, aunque no creo en el destino, sí que son curiosas las casualidades que se producen a veces. O eso, o es verdad que Google escucha y vigila todo lo que hago y digo y actúa en consecuencia 😅. Bueno, si es así, me da igual. Algún día iré a Irlanda.  Y desde ese momento pasaré de sentir fernweh a sufrir morriña. Bienvenida sea. Y una primitiva también, para hacerme una casa en Galway, por ejemplo. Un acogedor cottage en Connemara no estaría mal, ¿verdad? También admito donaciones y una remuneración por parte del ministerio de Turismo de Irlanda por hacerles promoción. Just saying. 

Mira tú qué chalecito más majo, oye

Oh, Danny boy, oh, Danny boy.

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