sábado, 5 de noviembre de 2016

Cuánta sinrazón

Me gustaría no tener que escribir esta entrada. Para empezar, si hubiera visto esto en el TL de Twitter o en el muro del Facebook de alguien que ni me va ni me viene, lo habría ignorado y punto, y como mucho habría bloqueado a esa persona. El problema es que lo he visto en el muro de una persona que no considero precisamente estúpida, ni mucho menos, y me preocupa que gente que considero que tienen inteligencia y criterio se traguen estas falacias. Por otra parte, no es que vaya a descubrir nada, ni a aportar nada nuevo ni especialmente relevante, y de hecho no tendría por qué explicar nada, porque debería ser algo fácilmente entendible y además no soy la persona más adecuada para hacerlo, ya que no soy ninguna experta. Pero se ve que no es tan evidente como yo creía, y como prometí que cuando tuviera un rato libre expondría lo que pienso, aquí voy a daros un rato la brasa.

Lo que me ha llevado a escribir otro nuevo tocho es esto, originalmente publicado en Forocoches (qué raro :P) y difundido como meme en otras redes sociales:


Como veis, una bonita colección de mentiras y medias verdades acompañadas de imágenes impactantes escogidas con toda la intención. Lo suficientemente burdas como para que, a poco que pienses (y sin pensarlo, la verdad), te des cuenta de que son falacias tendenciosas, pero también escogidas y presentadas de forma ambigua para que te las tragues sin darte cuenta si no te paras a reflexionar. Además, muchas de ellas son redundantes porque vienen a decir lo mismo, pero con distintas palabras y ejemplos.

Reconozco que no tengo acceso a datos concretos y en algunos casos no puedo asegurar nada definitivo porque no conozco la situación legal de otros países. Tampoco soy socióloga ni psicóloga o psiquiatra, así que en casos como el de los suicidios sólo puedo hacer conjeturas. Pero creo que la mayoría se pueden explicar apelando al sentido común. 

Para empezar, se habla de discriminación masculina y de "problema de género", término ambiguo que implica que los hombres también sufren discriminación por género, sin acusar explícitamente a nadie de ello, pero dando a entender que no son los propios hombres los culpables de esa discriminación. ¿Quién será, entonces? ¿Las feminazis? A ver si la ONU y todos los gobiernos del mundo en general están plagaditos de ellas y no nos hemos dado cuenta. ¿Los extraterrestres? ¿Los Illuminati? Casi me creo más eso, fíjate. Porque lo más gracioso es que, en lo que respecta a la mayoría de los casos, esos supuestos problemas de género que sufren los hombres los provocan otros hombres: ellos han provocado la inmensa mayoría de las guerras a lo largo de la historia porque eran los que gobernaban salvo contadísimas excepciones que se pueden contar con los dedos de las manos (reinas y emperatrices que heredaban porque no había candidato masculino, básicamente), han compuesto históricamente las leyes que mandaban a los hombres a esas guerras, han ordenado que los hombres cumplieran el servicio militar bajo la amenaza de diversas penas si no lo hacían, han legislado sobre qué se consideraba delito y cómo debía ser castigado... Ya sé que en las últimas décadas algunas mujeres han llegado a los puestos más altos de poder, y hay mujeres legisladoras y que ocupan en general altos puestos en las administraciones públicas. Pero, aparte de seguir siendo una minoría, bastantes de ellas han llegado al poder comportándose exactamente igual que sus homólogos masculinos, es decir, siguiendo patrones ideológicos y de comportamiento impuestos durante siglos por los hombres dominantes. Por no hablar del ejemplo más ridículo de todos, el de las violaciones que sufren los hombres en las cárceles: ¿quién les viola? ¡Oh, sorpresa!: otros hombres. Si en las cárceles se separa a las personas por sexos, no sé quiénes esperaban que violaran a los hombres. ¿Feminazis infiltradas, entes paranormales? A lo mejor esos entes indeterminados son los mismos que provocan la muerte de algunos chicos por culpa de la circuncisión masculina. Muerte seguramente provocada por las pésimas condiciones de higiene en la que será realizada, no por su peligro: la cifra es muchísimo menor que la de niñas y jóvenes muertas por la misma causa, y desde luego la circuncisión masculina no deja las mismas secuelas que la femenina, porque no mutila ni deja incapacitados a los hombres para reproducirse sin problemas ni para tener relaciones sexuales satisfactorias. De hecho, en Estados Unidos es muy habitual que se circuncide a los niños, independientemente de su raza o su religión, como medida de higiene (que sea necesaria realmente o no es otra historia, pero en cualquier caso no les perjudica a priori), y como se realiza con las condiciones higiénicas y sanitarias adecuadas, no pasa nada. Pero eso no lo dicen, claro. No sea  que un ejemplo práctico les estropee una bonita teoría.

Hay otros casos en los que comprendo que haya lugar para una duda razonable. Es el caso de los suicidios masculinos, al parecer bastante más numerosos que los femeninos. Aquí los relacionan con el mayor número de casos de hombres que tienen que abandonar su hogar porque deben cedérselo a la ex mujer cuando se separan porque ésta se queda con la custodia de los hijos, y acaban viéndose en la calle. Oh, pobrecitos. En fin, vayamos por partes.

Ya digo que no soy socióloga ni psicóloga ni nada parecido, así que sólo puedo ofrecer aquí mis conjeturas, que pueden estar perfectamente equivocadas. Pero, respecto al mayor índice de suicidios masculinos, en general, sin relacionarlos con circunstancias como quedarse sin hogar, se me ocurre que tal vez la cultura tradicional de no mostrar los sentimientos en público, incluso en privado, para que no les tachen de afeminados, y la consecuente represión emocional, contribuyen a que los hombres sufran en mayor grado trastornos psicológicos que les inducen con más frecuencia al suicidio. En cuanto a la práctica habitual de entregar a los hijos en custodia a las madres en caso de separación, lo que conlleva a que sean ellas las que suelan quedarse en el hogar mientras los hombres tienen que irse, creo que ya es un tema debatido de sobra, pero me imagino que siempre quedará alguien que proteste por ello, así que me veo en la obligación de explicarlo: aunque soy partidaria de la custodia compartida y de que se estudie cada caso individualmente, el caso es que en la práctica seguimos siendo las mujeres las que nos ocupamos más de los hijos, y por otra parte sufrimos un mayor índice de desempleo, así que, aunque también haya mucha inercia en el proceso, creo que los jueces generalmente aplican la solución que parece de más sentido común. Otra cosa es que en este país los sueldos en general sean una puta mierda y si un hombre se tiene que ir del domicilio conyugal se vea obligado a volver con sus padres o a malvivir en alquileres compartidos o en la puta calle porque no le llegue el dinero para pagarse un alquiler o una hipoteca él solito. Pero de eso no tienen culpa las mujeres, generalmente: os recuerdo que en la patronal también sigue estando compuesta masivamente por hombres.  Y, sobre todo, no se actúa en favor de las mujeres, sino de los hijos, que son los beneficiarios del hogar conyugal.

Otra cuestión también ambigua es por qué en algunos países se aplican penas menores de prisión a las mujeres, o por qué se les concede una edad de jubilación más temprana. Me da la impresión de que se trata de esos falsos privilegios que, bajo la apariencia de favores al colectivo femenino, esconden una actitud condescendiente: pobrecitas, son más débiles, vamos a tratarlas bien. Pero es un tema complejo sobre el que no tengo datos, así que no puedo aseverarlo. También a lo mejor tiene que ver con el hecho, ya citado, de que solemos ser las que nos ocupamos del hogar y de los cuidados de niños, ancianos y enfermos, y si "faltamos al deber", se va todo al carajo. Y, mirando la otra cara de la moneda, si los hombres son más fuertes, entonces tienen que apechugar. Lo mismo podría aplicarse al hecho de que normalmente sean los hombres los que vayan a la guerra, y que sólo desde hace unas décadas las mujeres puedan ser soldados, no en todos los países, y que aun así todavía sean pocas las que se alisten y menos aún las que lleguen a cargos de importancia dentro del ejército. Creo que las soldados kurdas que luchan contra ISIS tendrían que decir algo al respecto, pero es un tema para ser tratado por sí solo en otra ocasión. 

Sobre los países en los que sólo se condena la homosexualidad masculina, me da la impresión de que no es que no se condene la femenina, sino que directamente se considera que no existe. Desde una perspectiva falocrática, supongo que muchos no son capaces de concebir que pueda haber relaciones sexuales sin penetración, así que la existencia del lesbianismo les debe parecer una imposibilidad física y hasta metafísica. Como además se suele ver más normal que dos mujeres convivan como "amigas" que dos hombres como "amigos", me imagino que en general las mujeres lesbianas pasan más desapercibidas. Pero no creo que las trataran precisamente bien si las descubrieran in fraganti.

En cuanto a los refugiados que, si no van acompañados de su familia, son rechazados con más frecuencia, sospecho que quienes reivindican su derecho a ser acogidos y no discriminados por ser hombres son los mismos que, cuando se discute sobre el derecho de asilo, alertan de que entre los refugiados pueden camuflarse peligrosos terroristas. Llamadme paranoica, pero no sé por qué me da que en muchos casos coinciden. Y sobre que se concedan a las mujeres microcréditos y no a los hombres, está demostrado que se hace por pura lógica mercantil: las mujeres suelen invertir los microcréditos en los pequeños negocios en los que se embarcan para subsistir y cuando tienen ganancias devuelven el dinero, mientras que se comprobó que los hombres muchas veces se gastaban ese dinero en vicios y caprichos. No me lo invento yo, lo dicen los bancos y las administraciones locales, que son los más interesados en que les devuelvan su dinero.

En conclusión: todas estas desventajas que se supone que sufren los hombres respecto a las mujeres no son resultado de una conspiración femenina contra el género masculino, sino una consecuencia del sistema patriarcal. Si sometes a la mitad de la población a vivir en inferioridad de condiciones materiales, intelectuales, laborales, sexuales, etc., es inevitable que la otra mitad de la población sufra indirectamente efectos derivados de esa situación. Si el hombre es más fuerte, le asignarán los trabajos más duros, incluidos los peligrosos. Si el hombre debe demostrar su masculinidad constantemente, y ésta se identifica con determinados valores como no exhibir sentimientos en público ni compartirlos para desahogarse, o mostrar debilidad, ajo y agua. Aun así, estos daños colaterales siguen siendo ínfimos en comparación con las discriminaciones de todo tipo y a todos los niveles que sufren la inmensa mayoría de las mujeres en el mundo. No digo que los hombres no deban quejarse de esos daños colaterales e intentar cambiarlos, pero lo que no hay que hacer es echar la culpa al enemigo equivocado. Las mujeres no somos vuestro enemigo. Ni siquiera la discriminación positiva en los contados casos en los que se aplica lo es, porque además sigue sirviendo de poco. El principal enemigo lo tenéis en el mismo sistema que de manera global os favorece porque así se estableció hace mucho tiempo. Ese mismo sistema que muchos hombres no hacen nada por cambiarlo porque les viene bien, por supuesto, y que otros hombres, y también mujeres, aunque no estén a su favor, tampoco hacen nada por cambiarlo porque ni siquiera se dan cuenta de cómo funciona, o no saben cómo hacerlo. Todo cambio empieza por uno mismo. No lo olvidéis, y así no os harán tragar falacias interesadas.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Netflix

Hoy la entrada va de algo a lo que le tenía muchas ganas desde hace tiempo y que, gracias a la inestimable colaboración de una pingüina adorable (al estilo Günter, eso sí :P), ya podemos disfrutar el escocés consorte y yo: Netflix. Dentro de poco lo disfrutará también el minikingo 1 y nosotros lo disfrutaremos un poco menos XD, pero por ahora lo estamos aprovechando todo lo que podemos, y os comentaré las series que hemos visto o estamos en proceso por ahora, para que os hagáis una idea por si estáis pensando abonaros.

Para empezar, tened en cuenta una cosa: en España Netflix no tiene la misma oferta que en Estados Unidos porque varias de las series que ofrece allí aquí ya están adquiridas por otras plataformas digitales. Es decir, no es la panacea, no lo tiene absolutamente TODO, así que si eres de esos que viven para fagocitar series noche y día, se te queda corto. Pero si, como nosotros, tienes vida más allá de la pantalla de tu ordenador, trabajas, crías hijos y esas cosas que ocupan un poquito de tiempo, creo que la oferta es bastante estimable, y seguramente se irá ampliando. Además está muy bien de precio y no te intenta meter morralla a saco como otras plataformas (¿o debería decir OTRA plataforma -monopolioooooo, cof, cof-?). Y, lo que me parece más importante, su producción propia es de una gran calidad, al menos lo que hemos visto hasta ahora. De hecho, voy a empezar comentando lo que me ha parecido su producto estrella de este verano:



Cómo la he disfrutado ^_^. Ya os podéis imaginar que, definiéndome como "friki, heavy y ochentera" me tenía que gustar, sí o sí. De hecho, me pregunto qué les habrá parecido a los Millennials, por ejemplo, que no tienen esas referencias o las han vivido indirectamente; puede que ellos juzguen más objetivamente su calidad. Reconozco que a mí eso me cuesta, pero aun así creo que, como serie, es bastante buena, como mínimo entretenida, y que en cuanto a aprovechamiento de esos recursos ochenteros, es una obra maestra. Mucha gente la definía como "la nueva E.T.", o "los nuevos Goonies", y sí, sobre todo en el primer capítulo te recuerda mucho a ambos títulos y a otros similares de los 80. Pero a medida que transcurre la serie es más evidente que toda ella es un inmenso homenaje, sobre todo, a Stephen King y a su influencia en la cultura popular. El argumento, los personajes, las referencias, todo te remite a las mejores novelas de King, las de los años 70 y principios de los 80, y a las películas y series que en ellas se basaron: The Body (en España la titularon Cuenta conmigo, pero ése es el título original -y el del cuarto capítulo de esta serie, para qué se van a cortar-), Carrie, Ojos de fuego, La zona muerta, El misterio de Salem's Lot... Para los que hemos sido lectores asiduos de King en nuestra adolescencia, ha sido un continuo festival. (Luego ya no, que después de It y La danza de la muerte/Apocalipsis se empezó a repetir como las morcillas y no ha escrito nada digno de mención salvo alguna excepción como Misery y algunos de los volúmenes de La torre oscura en los últimos 30 años, pero eso ya es otra historia de lo que lo mismo hablo otro día).  En fin, en un momento dado hasta un personaje está leyendo Cujo y otro lo comenta con él, así que para qué vamos a decir más; está claro que los Duffer Brothers son fans irredentos del tío Esteban. Lo cual no quita para que haya más referencias a la cultura de la época, con guiños a Alien, Encuentros en la tercera fase, Tiburón, Halloween, Viernes 13... Y otras referencias más ignotas a Lovecraft, por ejemplo (bueno, en cuestión de terror, al final casi todo remite a Lovecraft, pero también eso es otra historia que tengo que comentar; por cierto, tengo pendiente de leer otro libro que me regaló mi buena amiga María, una antología de los herederos de Lovecraft que tiene muy buena pinta), a series del estilo de "Más allá del límite"... Y, por supuesto, el continuo y omnipresente homenaje a los juegos de rol, representado en la partida que los niños juegan de la versión clásica de Dragones y Mazmorras. En fin, un batiburrillo de toda esa cultura ochentera, muy bien asimilado y mezclado, de manera que, siendo reconocibles todas esas influencias, forman un todo muy homogéneo, coherente y fácilmente asimilable.

El argumento en sí, como os podéis figurar, no es el colmo de la originalidad. No lo contaré para no destripároslo a los que aún no habéis visto la serie, pero precisamente por todas esas referencias a la cultura popular de los 80, os sonarán bastante los personajes, las situaciones y su resolución. Pero el ritmo está muy bien administrado, la realización es muy correcta y en general tiene todos los ingredientes necesarios para mantenerte en vilo y desear ver el siguiente capítulo y después otro más aunque al día siguiente tengas que madrugar :P. Las actuaciones en general muy correctas y especialmente sobresalientes en el caso de los niños protagonistas (quiero adoptarlos, sobre todo a Dustin <3). La ambientación es impecable. La banda sonora está exquisitamente escogida; la música propia de la serie es muy buena y las canciones seleccionadas son más variadas de lo que uno cabría esperar y, aparte de ser grandes éxitos y temas de calidad de la época, ayudan a definir situaciones e identifican a los personajes. Es un ejercicio interesante comparar qué tipo de música suena según qué personaje sea el que aparece y cómo lo define (esto se ve muy claro, por ejemplo, en el personaje del hermano de Will, al que le gusta el postpunk británico y se siente marginado respecto a los chicos de su edad, y en el del chulito de la clase, Steve, al que le identifica el hit de un guaperas del momento, Corey Hart).

La única pega que le pondría es que hay algún agujero de guión bastante gordo. Lo comento en párrafo aparte y tachado para que los que no hayáis visto aún la serie no os traguéis espoilerazos:

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Aparte de lo fácil que es acceder a los cuarteles de la agencia gubernamental de la que se escapa Once/Eleven, la actuación de los malos respecto a la población civil se podría decir que es "aleatoria". Tan pronto se cargan al dueño del bar simplemente porque ha dado de comer a Once, como dejan escapar al sheriff (con lo fácil que habría sido cargárselo atribuyendo su muerte a una sobredosis de lo que fuera), luego a él le ponen micrófono pero en la casa de la madre de Will no, les dejan ir por ahí investigando libremente sin seguirlos, les dejan entrar en la dimensión paralela del Demogorgon, los críos también se les escapan con una facilidad sospechosa... En fin, todo eso me chirría bastante, pero supongo que no encontraron mejor forma de dejar que la trama pudiera avanzar. 

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Pero vamos, dejando eso aparte, por lo demás me ha encantado y os la recomiendo mucho. Lo único que me pregunto es, ya que parece que van a hacer una segunda temporada (el final desde luego lo dejan muy abierto a esa posibilidad), cómo harán para mantener el interés del espectador, porque el gancho que era el misterio de los primeros capítulos ya no es novedoso. Espero que no nos defrauden y sepan innovar.



Esto sí que es una stranger thing: el misterioso parecido entre David Harbour y Lluís Homar





El otro estreno estrella de la temporada veraniega de Netflix. Aparentemente es un producto destinado a un público muy concreto, los aficionados al hip hop, pero os aseguro que cualquiera lo puede disfrutar aunque no sea tu estilo favorito. Es un producto de Baz Lurhmann, y se nota. Si no os suena el nombre, os daré una pista: es el director de Moulin Rouge y el Romeo y Julieta de Leo Di Caprio. ¿A que ahora sí lo ubicáis? Probablemente esto puede echar para atrás a los que no les guste su estilo, que ciertamente es excesivo y arrollador. Pero, en serio, si, como me pasó a mí con Moulin Rouge, consigues superar los arrolladores cinco primeros minutos, que reconozco que me dieron vértigo, vas a pasártelo como un enano con este auténtico espectáculo audiovisual. Y conste que no me suelen gustar los musicales. Pero es que esta serie tampoco es un musical; la música, aunque muy presente, está muy bien dosificada y su presencia está más que justificada, aparte de que es música de calidad comprobada: grandes éxitos del  funky, la música disco y los primeros hits del hip hop de la época. Todo esto combinado, curiosamente, con una historia cuyos protagonistas parecen muy poco glamourosos: negros y puertorriqueños del Bronx de los 70, un barrio que en aquella época tenía más en común con los barrios de ciudades como Bombay o Kinsasa que con los suburbios acomodados de la misma ciudad de Nueva York. La lucha diaria de los protagonistas por sobrevivir  y el conflicto que les supone decidir entre quedarse en su barrio y luchar por él o escapar de él para poder cumplir sus sueños es el núcleo de la historia, y en el proceso vemos cómo se gesta el nacimiento del género musical más influyente de los últimos treinta, ya casi cuarenta años. La historia en sí no es muy original, pero el ritmo, tanto musical como narrativo, te atrapa de tal forma que no puedes dejar de verla. Eso sí, tras el primer capítulo, que es prácticamente una película por sí solo, el ritmo decelera un poco, ya que Lurhmann, aunque sigue produciendo, deja el testigo de la dirección a otros, y se nota. No obstante, el interés no decae. De momento se ha estrenado la primera mitad de la temporada, seis capítulos en total, y habrá que esperar al año que viene para ver cómo concluye. Ansiosa espero. También os la recomiendo muy mucho.




Otro bombazo. Reconozco que en mi época de lectora de cómics de la Marvel Daredevil no era de mis personajes favoritos y no leí apenas nada suyo, así que empecé a verla por probar y el primer capítulo no me llamó mucho la atención. Pero a medida que avanza la serie, mejora a pasos agigantados, gracias a unos guiones muy currados, una trama que engancha y, sobre todo, unos personajes carismáticos muy bien interpretados. Igual que en el cómic, destacan especialmente Matt Murdock (interpretado por Charlie Cox, que ya prometía en Stardust y aquí cumple con creces) y Wilson Fisk AKA Kingpin (interpretado por Vincent D'Onofrio, síiiiii, el soldado Patoso de La chaqueta metálica y también el paleto cucarachizado de Men in Black, que parece haber nacido para este papel), pero todos los secundarios se lucen. Me encantan el compañero de bufete de Matt, Foggy, y la que por accidente acaba siendo su secretaria, Karen Page, interpretada por Deborah Ann Woll, que se lucía en un estupendo papel en la inefable True Blood y aquí está genial en un papel femenino luchador y valiente; los papeles femeninos en esta serie son bastante destacables: también me gustan mucho el de Claire, que interpreta Rosario Dawson (me cae genial esta mujer) y el de Vanessa Marianna, una galerista de arte que sospecho que esconde más de lo que parece... espero que no desperdicien este personaje, porque le veo un aire a lo Lady Macbeth muy prometedor. Otro secundario muy destacable es Wesley, la mano derecha de Fisk. También tiene un papel destacado Ben Urich, que a mí me sonaba más de Spiderman.

Lo que llama la atención, aparte de las espectaculares coreografías de las luchas de Daredevil contra los malos (qué hostias como panes, oigan. Lo mejor es que Daredevil recibe tanto como da, y eso le hace muy creíble como personaje), es el realismo tan salvaje de la historia. Básicamente, buena parte de Nueva York, y especialmente el barrio de la Cocina del Infierno, tras los acontecimientos de una de las películas de los Vengadores (si no entendí mal, que no estoy enterada de eso) ha quedado hecha trizas, y las grandes corporaciones ven una oportunidad de oro para hacerse con la reconstrucción de la ciudad y de paso forrarse aún más llevándose unas comisiones del copón, y realizando para ello una gentrificación descarada y brutal de los barrios más desfavorecidos. Para ello cuentan con los servicios de las mafias locales e internacionales, que por supuesto quieren sacar tajada, y en medio de todo esto está el misterioso Wilson Fisk. Daredevil, que quiere que su barrio deje de ser explotado y masacrado por esas mafias, se interpone en su camino... y ya no os puedo contar más, porque estoy a poco más de la mitad de la primera temporada, me he quedado en el capítulo 10 XD. Pero estoy enganchadísima y espero que podamos terminar pronto de ver las dos temporadas estrenadas hasta ahora. Seguro que luego engancharemos con Jessica Jones, ya puestos. Y con Luke Cage cuando la estrenen, que también tengo curiosidad, y eso que de ese personaje sólo sé que Nicolas Cage se puso su apellido artístico por él XD. La verdad es que Marvel se lo está montando muy bien en su alianza con Netflix.

En fin, ésta es por ahora mi experiencia con Netflix, bastante positiva. Aparte, también hemos visto otras cosas como Life is too short, una serie cómica del 2012 protagonizada por Warwick Davis (¡¡¡síiii, Willow!!!) absolutamente desternillante; desde entonces admiro aún más al pequeño actor y, sobre todo, ahora ya sé cómo se las gasta Ricky Gervais, del que sólo sabía que la había liado parda en unos Globos de Oro, y me declaro fan total suya. No os la perdáis, de verdad, es para partirte la caja de mala manera. También hay una sección interesante de documentales: estoy siguiendo Planeta Tierra, de la BBC y con David Attenborough como narrador... Por si eso os pareciera poco, encima cuenta con las imágenes más espectaculares que he visto en un documental hasta ahora. Sólo por ver los capítulos dedicados a las montañas y a las cuevas merece la pena, en serio. Y hay más cositas a las que ya les tengo echado el ojo...

Pues eso es todo por ahora. Espero que os haya parecido interesante y, si estáis pensando en apuntaros a Netflix, que os haya sido útil como guía. Por cierto, señores de Netflix, me gusta el jamón. Mucho. Y los bombones de chocolate belga, también.

jueves, 18 de agosto de 2016

Títeres del azar

Buenos días :). Aunque no soy crítica literaria ni nada que se le parezca, sabéis que de vez en cuando escribo reseñas sobre libros, películas, series, etc., que me han gustado. En este caso, además, la novela que voy a reseñar es la última de una saga que hasta ahora he seguido y reseñado en sus anteriores entregas, así que no voy a hacerle el feo a la pobrecita de dejarla sin reseña :P. Y más cuando se merece una muy positiva :). Aunque sea con retraso, porque ya salió hace unos meses... Pero, ay, los minikingos me dejan muy poco tiempo para leer. Pero mira, para los que tenéis más tiempo y no sabéis qué leer tras la vuelta de vacaciones, o todavía las tenéis por delante, os puede venir bien ;).




Si habéis leído mi blog antes, sabréis de qué saga estoy hablando: la de El Segundo Ocaso, de Virginia Pérez de la Puente, que, a través de las visicitudes de varios personajes, nos narra lo que parece ser el imparable declinar de todo un continente, Ridia, sobre el que planea una catástrofe anunciada en profecías. Si dicha catástrofe se producirá como esperan habrá que verlo, pero mientras tanto las visicitudes de dichos personajes, todos involucrados en ese destino fatal, aunque la mayoría no lo sepan, son de lo más entretenidas. Yo estoy muy enganchada, por lo menos. La prueba son las entradas anteriores que he dedicado a las novelas, que os recomiendo leer si no lo habéis hecho antes. Y, para más información, aquí tenéis la web dedicada a la saga: El Segundo Ocaso y la web de la autora: Virginia Pérez de la Puente.

En fin, a lo que iba: Títeres del azar, como ya supondréis, me ha gustado. Mucho. Fin de la reseña.

Ja. Vale, la broma es muy mala, lo sé :P. No os vais a librar de mi ladrillo tan fácilmente XD. En serio, merece la pena leerla. Aunque desde el principio Virginia ha demostrado su calidad como escritora, la experiencia se nota y desde su primera novela publicada se puede ver esa progresión, para alegría de sus lectores. Siempre ha lucido un estilo muy depurado y poco común por su calidad, pero su maestría como narradora ha mejorado novela a novela, que se vuelven cada vez más adictivas. También ayuda que, en el caso de esta saga, ya conocemos a la mayor parte de los personajes y éstos se han ido desarrollando de forma coherente y natural, haciendo que nos encariñemos con ellos, les profesemos admiración, o les odiemos, pero con respeto y desde el cariño, oye :P. O sin respeto ni cariño, que alguno hay que se merece todos los males :P. Pero eso ya lo tendréis que decidir vosotros mismos en la lectura XD.

Todo esto no quita para que sigamos descubriendo muchas novedades y secretos sobre Ridia y sus habitantes. De hecho, os recomendaría que, si os animáis a leer la saga, leáis también las dos novelas cortas que funcionan como precuelas: Soñando con bosques y Mi alma por mi rey. Además de muy buenas, te ayudan a atar muchos cabos sueltos, y creedme que al final de Títeres del azar os vais a llevar más de una sorpresa y, si estáis atentos, gracias a esas precuelas vais a flipar cuando atéis esos cabos. (Además, la primera se puede conseguir gratis y la segunda tiradísima de precio).

En fin, os pongo en antecedentes porque, al ser una novela a mitad de la saga (ya tirando para el final), aunque se puede leer de forma independiente porque al principio un prólogo muy apañado te sitúa para que puedas enterarte de qué va la historia, si has leído las entregas anteriores la disfrutarás más y mejor. El caso es que a estas alturas de la historia el proverbial nudo se está apretando tanto que está a punto de estallar por la tensión, y todas las piezas del tablero de ajedrez (debería decir de jedra, que es lo que se juega en Ridia :P) que aún sobreviven están preparando el ataque final o intentando evitar desesperadamente que no les arrolle.  La acción se va acelerando a lo largo de la historia hasta llegar a un clímax, o, mejor dicho, varios clímax que os van a dejar con la mandíbula colgando.

Lo de los distintos clímax tiene su explicación en que la novela es bastante coral. Aunque se puede decir que hay un protagonista principal (aunque para mí hay otro más que se ha ganado a pulso el podio a golpes de carisma), hay muchos otros personajes, varios de ellos nuevos, que corren sus aventuras en distintos escenarios del continente ridiano, y que también son muy relevantes. Gracias a eso, se recupera la trama del reino de Phanobia, por ejemplo, que se había quedado bastante descolgada para mi gusto hace dos novelas, pero ahora se comprende por qué y se reintegra muy bien en la historia principal. Por cierto, que Phanobia merece un comentario aparte: la autora ya había dado en novelas anteriores algunas muestras de lo poco que se corta a la hora de describir situaciones propias de relatos de terror, pero con los capítulos de Phanobia consiguió que tuviera los pelos permanentemente de punta. Vale que soy bastante impresionable, pero aun así no creo que dejen indiferente ni al lector más acostumbrado al género. Pero lo mejor no es eso, sino cómo consigue recrear un ambiente de fanatismo y locura colectiva de forma muy verosímil, tanto que seguro que os recordará a situaciones actuales que estamos viendo a diario por las noticias, sin que por ello lo que describe parezca un pastiche mal calcado. Todo lo contrario, recoge tópicos del género y referencias dolorosamente realistas y los amalgama tan bien que a uno se le hace muy creíble que algo así ocurra tanto en un reino de Ridia como en otros rincones de nuestro mundo, y por eso da mucho miedo. Pero mucho.

Y eso es sólo una pequeña parte de la trama, en la que se entrelazan muchas otras historias de todo tipo que os van a tener en vilo. Gracias en buena parte a los personajes, algunos de los cuales han crecido inmensamente desde su primera aparición. En general, Virginia desarrolla personajes complejos y  atrayentes, e incluso a los secundarios más esporádicos  les aporta una pincelada de interés, y ellos a su vez aportan información relevante sobre la trama y el trasfondo. Tal vez por eso me resulta más cantosa la única pega que a lo mejor le puedo poner a esta novela: el personaje de Nureen, que me resulta soso comparado con los demás. No es mal personaje, ojo, pero me da que le falta algo. Tal vez sea porque en la comparación con su hermano, el emperador de Monmor, sale perdiendo por fuerza (comparado con él, cualquiera parece tonto de baba, la verdad), pero me da la impresión de que es un personaje que va un poco a bandazos y que su función es más instrumental que otra cosa. Tal vez es porque en la novela anterior (Entre las dos orillas) me pareció que prometía bastante y luego no ha desarrollado todo ese potencial, al menos para mi gusto. Pero aun así no le faltan puntos de interés; le daremos el beneficio de la duda porque aún queda saga por delante.

Ya digo que es posiblemente la única pega que le pongo a la novela. Del resto de personajes, no tengo ninguna queja, al contrario. Destaco especialmente a Angarad (insertar un montón de corazoncitos aquí), a Kinho de Talamn, un personaje secundario que gana protagonismo porque él lo vale, y a Kilian, del que no diré nada por no hacer spoiler pero que mola mazo :P. Mención especial para Valhiya, la emperatriz de Monmor, que también demuestra que es mucho más que una figura decorativa, y para Zanasis, el ianïe curioso :P. Y, por último, hay un personaje del que sí que no puedo decir nada porque todo lo que diga de él va a ser un gran spoiler, pero que sepáis que he sufrido mucho por él y espero que su final en la saga esté a la altura de lo que se merece. He dicho.

Por último, pero no menos importante, destaco la gran traca que se guarda la autora para el final, o, mejor dicho, los finales. De auténtico infarto, de verdad. Sólo por eso ya merece la pena leer la novela, y con mucha atención a todos los detalles que van preparando ese tremendo clímax. Ahora sí que me estoy mordiendo las uñas en espera de la próxima novela y deseando que la autora no nos haga un Martin, porque mi ira va a ser más terrible que la de Khan. Yo sólo aviso :P.


martes, 5 de julio de 2016

Operación Bikini


Muy buenas. Hoy toca tochopost (diréis: "ja, como siempre" XD); si sois capaces de aguantar hasta el final, os espera un regalito para vuestra vista. No digáis que no os avisé, ni tampoco que no os cuido.



En fin, a lo que iba. Gente, os presento a Barriga. Barriga, ésta es Gente. No, no estoy embarazada otra vez. No, no soy Kwuato. No, tampoco soy una boa ni me he tragado un elefante. Sólo es Barriga. Barriga lleva acompañándome prácticamente toda la vida. De pequeña no era consciente de su presencia, pero comencé a serlo en la adolescencia. Mucho. No era el único de mis complejos, pero sí el que arraigó con más fuerza. Sin demasiado motivo, la verdad, porque entonces Barriga era pequeñita y discreta, pero ya sabéis, los complejos son a la adolescencia lo que los gritos a las tertulias televisivas de este país. Una mierda, vamos.

El caso es que con el tiempo gané algo de peso, y Barriga lo hizo conmigo. Es más, Barriga acumulaba volumen con una eficacia y un entusiasmo dignos de mejor causa. Mientras otras chicas acumulan grasa en glúteos y muslos, yo soy de las que lo hacen en el abdomen. Pero, a diferencia de la mayor parte de mujeres barrigonas, que adquieren forma de barrilete ya que la grasa se acumula equitativamente por todo su abdomen, Barriga siempre lo ha hecho de forma peculiar, acumulando la grasa de tal forma que se proyecta hacia delante, como la tripa de una embarazada. No es que fuera tan desagradable al principio, porque así conservé un poco la forma de la cintura y de frente Barriga pasaba casi desapercibida y hasta podía parecer que estaba buena :-P. Pero según fui ganando peso, Barriga hizo lo propio y comenzó la pesadilla de toda mujer con Barriga:

EMPEZARON A CEDERME EL ASIENTO EN EL METRO.

Venga, lo estoy esperando. Decidlo de una vez: “¡Qué suerte! Aprovecha para sentarte”.

Ya. Es fácil decirlo. Pero probad a sentirlo en vuestras propias carnes, nunca mejor dicho. Bueno, no, mejor no lo probéis, que el sobrepeso no es aconsejable.

En fin, supongo que otras chicas a las que les han cedido el asiento en el metro sin estar embarazadas me entenderán. El caso es que sientes una vergüenza tan injustificada como inevitable. Es la causa por la que renuncié a llevar vestidos de corte imperio, aunque me encantan. No hablemos del odio que le tengo a la moda de los años 90, cuando los pantalones de cintura baja y las camisetas ridículamente cortas eran omnipresentes y me las veía negras para encontrar ropa que: a) no me obligara a mostrar a Barriga y b) no pareciera que se la había cogido prestada a mi madre. De verdad, el revival de los 80 me salvó la vida :-P.

En fin, mi relación con Barriga siempre ha sido conflictiva. No negaré que me gusta la comida y he tenido temporadas en las que no me he cortado un pelo. Por otra parte, estando sana no tendría por qué cortármelo; realmente no tengo mucho sobrepeso (como diría Martirio, “y es que yo gorda no estoy / lo que yo tengo es barriga”). Ni siquiera tendría por qué estar dando explicaciones (y de paso os ahorraría el tostonazo). Menos aún después de dos embarazos que han producido su efecto natural: chicas, el cuerpo cambia. Hagas lo que hagas, salvo que tengas una naturaleza envidiable y francamente rara, o seas una de esas famosas que van a parir a una clínica privada por cesárea y les hacen de paso un 3x1 para quitar todo lo sobrante, tu cuerpo ya no volverá a ser el mismo. Que se lo digan a mi pobre ombligo.

El caso es que no me queda más remedio que convivir con Barriga. Visto que para reducirla a su mínima expresión debería matarme de hambre cual modelo de alta costura, con resultados igualmente antiestéticos, y que lo de embeber barriga como Ana Obregón en su posado veraniego tampoco es una opción porque tengo la manía de respirar, y de operarme ni hablemos, que ni tengo dinero ni gana ninguna porque me da mucho repelús desde que vi en la tele cómo se hace una liposucción, he asumido que somos compañeras inseparables, y hemos firmado un armisticio en el que acordamos que, mientras ella me deje atarme los cordones de las zapatillas, yo no la obligaré a sufrir por mis complejos. Un acuerdo privado que zanja un conflicto bastante absurdo, sobre todo comparado con preocupaciones un poco más prioritarias como criar a mis hijos, volver a trabajar (en condiciones dignas, a poder ser), y cosillas de ese estilo.

Pero, como buen conflicto interno, no podían faltar las injerencias externas. La última ha llegado por un flanco inesperado: hace dos fines de semana fui a la boda de unos amigos, evento para el cual me compré un vestido precioso y que me sentaba bien (¡milagro!), pero que propició observaciones de todo tipo sobre la conveniencia de usar una faja, no sólo para lucir mejor el vestido, sino porque, por lo visto, las fajas tienen el poder mágico de hacer desaparecer (no instantáneamente, eso sí) la tripa de las recién paridas. Es más, debería haberla usado desde el minuto cero del primer posparto, como hicieron las que me lo aconsejaban (mientras con la mirada me decían: “si no te hubieras abandonado a las consecuencias naturales de un parto, ahora no tendrías ese barrigón que debería estar prohibido por decreto ley”). En otras circunstancias habría contestado amablemente que me lo pensaría, mientras mentalmente las mandaba a tomar viento a la Farola de Málaga, porque Barriga y yo odiamos las fajas. Es un odio que nos viene de tiempos lejanos. Las chicas de la generación Dragon Ball y siguientes os librasteis de conocer un mundo en el que no existían las compresas extraplanas y los tampones mini, pero las que somos de la generación Pippi Calzaslargas para atrás sufrimos en nuestra pubertad la maldición de las fajas que sujetaban las voluminosas compresas que se notaban, se movían y traspasaban. Si a la incomodidad opresora propia de la faja unías el dolor propio de tus ovarios menstruantes, el resultado era traumático. En cuanto aparecieron las compresas extraplanas, desterré la faja al fondo del cajón más escondido, decidida a no rescatarla de allí nunca jamás, como la reliquia de tiempos oscuros y ominosos que era.

Pero, como Terminator, la faja volvió. En realidad, nunca se fue. Debí haberlo sospechado cuando Bridget Jones la usó como arma de seducción para darse un revolcón con el capullo de su jefe, aunque a éste le pareciera tan bizarra y tróspida como a mí. Aunque su renacer triunfante lo tiene que agradecer sobre todo a las chicas latinas que siguen usándola para contener y remodelar sus curvas, ya que la publicidad de fajas en las corseterías suele ir dirigida a ellas. Así que la faja vuelve a ser un complemento imprescindible, y si no embutes tus lorzas en una para poder lucir palmito eres poco menos que una hereje.

El caso es que me pillaron con la guardia baja y pensé: “bueno, voy a probar por una vez, que ya puesta a lucir un vestido bonito...”. Resultó que la faja que al final me compré no es tan incómoda como las de antes, y hasta me vino bien porque me abrigó los riñones en la que resultó ser una noche fría, pero sigue sin convencerme de sus bondades. Ni te disimula la tripa cuando tienes un barrigón como el mío (como mucho, te la remodela un poco recogiéndote las lorzas y ya), ni me sigue pareciendo admisible con temperaturas como la de hoy mismo (hoy se esperan 36º C de máxima en Madrid). Tampoco hay acuerdo sobre si beneficia la reducción del vientre después del parto o al contrario. Y, sobre todo, me parece de lo más antiestética. Ya sé que hay gente para todo, pero a mí me da la impresión de que debe de bajar la libido a temperaturas dignas del palacio de Elsa en Frozen.

Como tampoco me apetece nada plegarme a otro mandato no escrito pero ampliamente difundido: si tienes barriga, y sobrepeso en general, no debes llevar bikini, sino bañador. Por ahí sí que no paso. Nunca me han gustado los bañadores; hasta cuando en mi adolescencia estaban de moda, llevaba bikinis. Son mucho más cómodos, sobre todo para ir al baño, sujetan mejor las tetas (ya sé que hay bañadores armados, pero son los que lleva tu abuela. O sea, NO), y no se te queda la tripa blanca como la de un burro. Yo es que ni me lo cuestionaba, vamos. Total, mi barriga se iba a notar igual, cubierta o descubierta. Hasta que hará un par de años me enteré de que, por lo visto, es anatema enseñar tripa si no la tienes plana, y que había un movimiento (principalmente en Estados Unidos, cómo no) que se rebelaba contra esa ley no escrita y reivindicaba el derecho de las mujeres gordas a llevar bikini como todo el mundo. La intención es buena; el problema es que ni por ésas parecen las chicas librarse del estigma del bañador, porque muchas lucen bikinis de braga tan alta que les cubre toda la tripa y casi se les junta con el sujetador, con lo que van tan tapadas como con un bañador y el bikini deja de tener sentido. Y para mí esas bragas altas son tan antiestéticas como las fajas. El caso es que tengo un bikini monísimo, que me compré el año pasado, naranja con lunares blancos y con una braguita normal que queda a la altura de la cadera, y no pienso renunciar a él. Así que ésa va a ser mi operación bikini: ponérmelo y meterme al agua. No hay más, chicas. Si he escrito este tochopost (enhorabuena si has llegado hasta el final, un poquito más abajo te espera tu premio) es, aparte de para exorcizar mis complejos, sobre todo para que no os dejéis dominar por los vuestros, las que los sufráis (ojalá que seáis pocas). Si yo puedo lucir mi barrigón en la playa o en la piscina, vosotras también podéis. Total, peor que yo no vais a estar, seguro. Y mucho más cómodas y fresquitas, también. Disfrutad del verano.



Ea. No me digáis que Michael Fassbender no es un premio para la vista. Espero que os compense la horrible visión que habéis tenido que soportar al principio :P


viernes, 12 de febrero de 2016

La importancia de llamarse Lope

Érase una vez una pareja de locos que ya habían osado reproducirse una vez, y decidieron ampliar la peana de snortlings, que es como se dice en idioma orco "tener otro retoño". Cuando supieron que habían conseguido su objetivo, y que la futura cría de orco sería otro niño, se percataron de que les aguardaba una tarea abrumadora: ¿cómo llamarían al nuevo miembro de la familia? Ya con el vikinguito 1 le habían dado muchas vueltas hasta encontrar un nombre que les satisfizo a los dos, y la futura bimalamadre había pensado más en nombres de chica que de chico, así que preveía una dificultosa búsqueda en pos del nombre del vikinguito 2. Tenían claro que el nombre debía ser corto, poco dado a sacarle diminutivos, no demasiado convencional pero tampoco excesivamente friki, que no costara pronunciarlo y, a ser posible, que tuviera un significado especial para ellos, y, por supuesto, que les gustara a ambos. No os hacéis una idea de cómo se reducen las opciones con esos parámetros de búsqueda.

Así que la pareja de locos se puso a la tarea. Mientras el futuro papá se empeñaba en trollear a la futura mamá con propuestas bizarras, la futura mamá se empezaba a desesperar por la falta de ideas que la acuciaba. Pero, poco a poco, empezó a vislumbrar entre el caos una pequeña luz. Recordó el título de una película (que no ha visto aún, por cierto) que cuando se estrenó le llamó la atención, primero por su condicionamiento como filóloga, pero también porque le chocó ver el nombre que daba título a la película desprovisto de la coletilla que siempre le acompaña: la película se llamaba Lope, porque era una biografía de Lope de Vega. Desnudo de la numerosa compañía que llevaba siempre consigo (el autor más famoso de los Siglos de Oro se llamaba Félix Lope de Vega y Carpio), aquel nombre hoy en desuso adquiría un curioso atractivo.

El caso es que la futura madre no conservó esa impresión en la superficie consciente por mucho rato, pero ahí quedó latente. Aunque había leído y asistido a representaciones de obras suyas, y reconocía su maestría como dramaturgo, no era especialmente fangirl de Lope de Vega, y sólo por homenaje al Fénix de los ingenios no le habría puesto su nombre a un hijo suyo. Pero de alguna manera su inconsciente hizo que aquel nombre flotara de nuevo hacia la superficie, y la futura madre cayó en la cuenta de un detalle en el que no había reparado hasta entonces: Lope significa "lobo". Así, tal cual. Deriva directamente del latín, concretamente del acusativo de "lupus", que es "lupem" (la mayor parte de las palabras de origen latino en español no provienen del nominativo, sino del acusativo, simplemente porque se usaba mucho más en el habla cotidiana). Como el lobo es un animal fetiche para la futura madre, igual que para el futuro padre (ambos son unos Stark convencidos, para más inri, si es que lo tienen todo...), la idea comenzó a convencerle cada vez más. El nombre tenía un significado relevante para ambos, sonaba bien, era corto y no daba lugar a diminutivos, no estaba de moda como otros nombres castellanos antiguos que últimamente se han puesto de ídem (los Mateos son los nuevos Javis, que lo sepáis. Preveo un futuro terrible en el que la mitad de los niños de la clase se llamarán Mateo, mientras que la otra mitad se llamará Izan. Sociólogos, ahí tenéis un campo de trabajo muy fértil, os lo digo en serio), y además casaba de maravilla con el apellido del futuro papá.

Así que la futura madre le propuso el nombre al futuro padre; al principio éste no lo acababa de ver claro, pero poco a poco le fue entrando más por el oído, y terminó por entusiasmarle incluso más que a la futura madre. Así que decidieron que ése sería el nombre del vikinguito 2, y cuando lo comunicaron a familia y amigos recibieron respuestas muy variopintas, la mayoría positivas pero otras, como poco, llenas de perplejidad, cuando no de manifiesto rechazo ("¿pero eso es un nombre?"), lo cual sólo consiguió reafirmarlos en su decisión :P. Así, la futura madre respiró tranquila, porque, como buena filóloga, para ella los nombres son importantes, y poder dirigirse a su futuro cachorrito con el nombre adecuado le hizo sentir aún más ilusión por su llegada.

Sí: si hubiera sido niña, nos habríamos podido plantear llamarla Estrella

Así que, hijo mío, ésta es la historia de cómo escogimos tu nombre. Sabemos que no es muy común (por lo menos ahora mismo, a saber si no se pondrá de moda de aquí a unos años), y esperamos que no te suponga una carga. Créeme, nos costó elegirlo porque es una tarea que nos tomamos muy en serio, porque para nosotros eres muy importante. Seguramente, junto con tu hermano, lo más importante que hemos hecho y haremos en la vida. Porque somos una familia, una manada. Y tú eres una parte fundamental de nuestra manada. Porque "cuando cae la nieve y sopla el viento blanco, el lobo solitario muere, pero la manada sobrevive" (Eddard Stark dixit), y por eso siempre nos tendrás cuando nos necesites. Porque te queremos. Lope, hijo mío, estamos deseando ver tu preciosa carita y abrazarte. Te esperamos. 


viernes, 15 de enero de 2016

Y la Voz calló

Todos los que habéis leído a Terry Pratchett sabéis que uno de sus mejores personajes, si no el mejor, es Muerte. Pratchett consigue que, a pesar de su desagradable tarea, nos caiga bien y la comprendamos, gracias a su fenomenal manejo del humor paradójico y del desarrollo del personaje. Pero en la vida real la muerte es mucho menos humana que la de Pratchett y a veces se ensaña. Este último mes aproximadamente parece que se ha tomado demasiadas bebidas energéticas y está que se sale: el 28 de diciembre murió Lemmy Kilmister, al que creíamos inmortal por eso de que era Dios, pero se ve que la muerte es seguidora de Nietzsche; el 10 de enero le tocó el turno a David Bowie, con el que la mayoría nos llevamos idéntica sorpresa, y ayer, 14 de enero, nos llevamos otro mazazo con la desaparición de Alan Rickman. Los tres, en casi idénticas circunstancias: a causa del cáncer y alrededor de los 70 años. Como si a la Parca le hubiera dado por hacerse un álbum de cromos con personajes célebres anglosajones de la misma quinta. No, esta Muerte no nos cae bien.

En los tres casos, me dio pena por ellos. Lemmy era un referente en el mundo del heavy metal, un superviviente nato y probablemente uno de los tipos más libres de este planeta. David Bowie era todo un icono para varias generaciones, uno de los mayores genios de la música pop y también disfruté de su música y de sus actuaciones esporádicas pero bien dosificadas en el cine desde la adolescencia. Pero, por motivos y preferencias personales, la que más me ha dolido ha sido la muerte de Alan Rickman. 
El Hombre. Arf.

Para millones de personas, Alan Rickman es y siempre será Severus Snape. Es lógico e irreprochable, fue el papel que le dio auténtica fama mundial por el alcance de la historia de Harry Potter y así quedará para la historia del cine. Yo misma tomé conciencia de la excelencia de ese actor gracias a la perfecta encarnación que logró del personaje de J. K. Rowling. Parecía nacido para él, y eso que antes se barajaron otros nombres, como Tim Roth, por ejemplo, que habría hecho un Snape más que correcto, sin duda. Pero después de ver a Rickman, nadie puede concebir a otro Snape que no sea él. Sin duda, gracias a su interpretación el personaje consiguió muchos más fans de los que habría ganado sólo por medio de los libros del niño mago. No sólo por la simbiosis que se produjo entre él y el personaje, sino sobre todo por el carisma y el magnetismo que Rickman desprendía de forma natural y con los que impregnaba a todos los personajes que encarnaba. Porque el caso es que, aunque casi todos reparamos en este gran actor cuando apareció en Harry Potter y la piedra filosofal, también pensamos: "este hombre me suena de algo". Y antes o después nos dimos cuenta de que ya había aparecido en películas que habían marcado nuestra infancia y juventud: se hizo famoso para el gran público interpretando a Hans Gruber, el sarcástico y elegante villano que se las hacía pasar canutas al mismísimo Bruce Willis en La jungla de cristal. Poco después, en un papel absolutamente histriónico y divertidísimo, le robaba planos sin recato a Kevin Costner como el sheriff de Nottingham en Robin Hood, príncipe de los ladrones. Pero ésa no era más que la punta del iceberg: por supuesto, Rickman no salía de la nada, sino que se había formado en la prestigiosa Royal Academy of Dramatic Art (RADA) y llevaba décadas curtiéndose como actor en la escena inglesa, lo que ya sabemos que son palabras mayores en el mundo de la interpretación. 


Yo llevaré el pelo cardado, pero tú estás cartoniano, Kevin...
 
Gracias a ese bagaje, a su talento natural y a una voz prodigiosa que, irónicamente, en parte debía a sus esfuerzos por superar una disfunción del habla que sufrió en su infancia, se fue labrando una reputación más que merecida que le hizo ser valorado por la industria de Hollywood como el actor ideal para interpretar a villanos carismáticos y después a todo tipo de personajes, principalmente en la cinematografía anglosajona, pero también en múltiples papeles en películas hollywoodienses. En éstas no solía ser el protagonista, pero ni falta que le hacía, porque cada vez que salía en pantalla se apropiaba de la escena. En el Reino Unido, menos prejuiciosos al respecto y por supuesto más conscientes de que tenían un tesoro nacional, muchos directores de primera fila contaron con él en papeles protagonistas. Obviamente, la fama mundial que le dio Severus Snape le supuso el espaldarazo definitivo y ganó millones de fans por todo el orbe. Así, le pudimos ver como un Rasputín enérgico e irresistible en una película sobre la vida del controvertido monje ruso (en la que, por cierto, coincidió, como ocurriría más veces, con Ian McKellen); como el marido de Emma Thompson en Love Actually; como el adorable coronel Brandon en Sentido y sensibilidad, donde como tantas otras veces volvería a coincidir con la Thompson, a la que le unía una gran amistad; como el patéticamente divertido Alexander Dane de Galaxy Quest, una entretenida parodia de Star Trek; como Eamon de Valera, el rival de Michael Collins en la película homónima; como Antoine Richis, el atribulado padre de la jovencita objeto de deseo del protagonista de El perfume; como el corrupto juez Turpin que le amarga la vida a Johnny Depp en Sweeney Todd (y donde demostraba que cantar tampoco se le daba mal); o como el genial Metatrón en Dogma, de Kevin Smith, un papel que me es especialmente querido porque deja ver el gran sentido del humor que este hombre lucía en la vida real y porque lo ganó por derecho gracias a esa espléndida voz que fue la causante de que rara vez haya vuelto a ver las películas de Harry Potter en otra versión que no sea la original. Escuchad, escuchad la voz del mismísimo Dios si no lo habéis hecho antes, y juzgad vosotros mismos:

 

Por supuesto, donde os podéis deleitar a gusto es con su interpretación de Severus Snape, en la que demostraba su saber hacer a la hora de manejar esa voz, impregnándola de esa ironía con que repartía su impecable desprecio a todo el mundo, aunque reservaba sus mejores registros para el niñato con gafas:

Atención especial al minuto 1:13. Ese "Mr. Potter... our new celebrity" es absolutamente impagable.

Esa misma voz le valió también para conseguir papeles en los que él no aparecía en persona pero doblaba a personajes tan variopintos como el depresivo y achuchable Marvin, el robot de Guía del autoestopista galáctico, la oruga de la Alicia de Tim Burton (por cierto, en la segunda parte que se estrena este año será la última vez que escuchemos su voz) o el malvado Joe de la película de animación ¡Socorro, soy un pez! En fin, hizo infinidad de papeles en muchas más películas menos conocidas pero también muy estimables, como El beso de Judas, La isla de la niebla, y también hizo sus pinitos como director en El invitado de invierno y A Little Chaos

Ays. No me digáis que no os daban ganas de collejear repetidamente a Kate Winslet cada vez que lo friendzoneaba en Sentido y sensibilidad.


Así que, recordad: Alan Rickman será para siempre Severus Snape, sí, pero también es mucho, mucho más: un genio de la actuación y, según testimonio unánime de todos los que le conocían, una gran persona que derrochaba, además de talento, bonhomía y un espléndido sentido del humor. Por todo esto, y porque su pérdida me ha dolido especialmente, es por lo que necesitaba dedicarle esta entrada en el blog. Espero que no se os haya hecho muy pesada; ya sabéis que soy una rollista, sobre todo con lo que me entusiasma. Y Rickman se merecía todo el entusiasmo del mundo.

Descansa en paz, Alan. Hasta luego, y gracias por tus películas.

miércoles, 13 de enero de 2016

Que se jodan

Hoy se han producido dos noticias que me han hecho acordarme de la infausta frase de Andrea Fabra. No por las noticias en sí, sino por la reacción que han suscitado en mucha gente. Siempre se ha dicho que la envidia es nuestro verdadero deporte nacional, y parece que no hemos cambiado mucho. 

Empiezo por la que ha conseguido más cobertura mediática, por estar relacionada con algo que de por sí es importante, como es la primera sesión de esta legislatura del nuevo Congreso: Jorge Fernández Díaz tacha de "lamentable" que Carolina Bescansa acuda al Congreso con su bebé. La diputada de Podemos ha asistido a la sesión con su hijo de seis meses y le ha dado pecho cuando éste lo ha requerido. Por supuesto, es lo que ha llamado más la atención, y ha sido ampliamente criticado. Que qué necesidad tenía, que hay una guardería disponible para los hijos de los congresistas, que ha sido una exhibición  y un postureo, que no es un gesto producido por la necesidad sino una reivindicación política... Pues claro que es una reivindicación, joder. Seguro que Bescansa va a aprovechar la guardería del Congreso (al parecer estupenda y sin duda mucho más barata que la guardería a la que llevo a mi hijo), y que incluso podrá salir en las pausas de descanso para darle el pecho cuando lo necesite. Pero su gesto visibiliza que precisamente eso es lo que no pueden hacer muchas mujeres, que se ven obligadas a pagar una guardería mucho más cara y dejar allí a sus hijos durante muchas más horas, y que no pueden darle el pecho sino, con suerte, sacarse la leche y congelarla para que luego se la puedan dar en biberón, porque la conciliación familiar en este país es un mal chiste y la baja maternal una miseria. O eso, o dejar de trabajar, si es que puedes permitírtelo. O a lo mejor no trabajas sencillamente porque no encuentras trabajo de ningún tipo, aunque lo busques, ya que muchos empresaurios (y empresaurias, que claro que las hay) no quieren contratar a mujeres con hijos, vaya incordio, por favor. Lo peor ha sido ver comentarios de otras mujeres que la censuraban por eso mismo. Que si yo no he podido hacer igual, que a mí no me dejarían, que a mí así no me representa, que así no nos hace ningún favor... El favor no os lo hacéis a vosotras mismas, guapas, criticando a la que lo hace en vez de luchar por gozar de esos mismos derechos o, al menos, apoyar a los representantes públicos como Carolina Bescansa que deben trabajar para conseguirlos. Y no creáis que esos comentarios los hacían esas señoras rancias de la calle Serrano fangirls de Mariano Rajoy el Disléxico, no. Muchas de esas críticas las he visto, por ejemplo, en el muro de Facebook del Club de las Malasmadres, que reivindica activamente la conciliación familiar. En vez de decir "mira, ya que parece que les importa el tema, a ver si trabajan por solucionarlo", parece que piensan "si ella se permite un lujo que yo no puedo ni imaginar, es porque es una privilegiada y no debería tener ese privilegio, que se joda como las demás". Me parece muy triste que se ataque a una mujer por ejercer lo que es su derecho, y que ese derecho se perciba como un privilegio.

Ya estamos en ella, sr. Forges


En esa misma línea he leído también comentarios sobre otra noticia que he leído en el muro de Facebook de los Friki Tecaris (colectivo bibliotecario al que recomiendo encarecidamente seguir si te interesa el mundo de las bibliotecas), y que imagino que ha pasado mucho más desapercibida para el público general, ya que no repercute en principio sobre tantas personas como el problema de la conciliación familiar, ni tampoco interesa a todo el mundo, salvo a los que amamos leer y nos relacionamos o hemos relacionado con el mundo editorial, bibliotecario y del libro en general: Un Premio Cervantes multado por cobrar la pensión y sus derechos de autor.

En resumidas cuentas, si un escritor que además de escribir y publicar  sus obras se ha dedicado a otros trabajos más estables a lo largo de su vida (que es lo habitual, porque al menos en España vivir de la literatura es una quimera sólo al alcance de tres o cuatro superventas tipo Mario Vargas Llosa o Antonio Gala), cuando llegan a la edad de la jubilación, desde el año 2013 están obligados a elegir entre percibir su pensión y los derechos de autor que generan las ventas de sus libros. Derechos de autor la mayor parte de las ocasiones ridículos, pero que a efectos legales, la Seguridad Social considera rendimientos laborales, pero sólo después de la jubilación (antes de ésta no lo son, qué cosas), y que por tanto son incompatibles con percibir dicha pensión. En fin, una de tantas triquiñuelas de la SS para ahorrarse pensiones, igual que ocurre con los pensionistas españoles que también perciben una pensión del extranjero porque cotizaron durante equis años en otros países, como es el caso de mi padre, que recibe una pensión de Suiza por los doce años que estuvo allí trabajando. Una pensión muy exigua, pero que para la SS justifica que le hayan recortado una parte de la pensión que percibe por lo que ha cotizado en España (y que ya de por sí era baja, que no es que mi padre se estuviera forrando precisamente ni con las dos pensiones juntas). No es algo nuevo, pero se regularizó hace unos pocos años (si no me equivoco, por la misma época en que se declaró incompatible el cobro de derechos de autor con el de una pensión ordinaria, qué casualidad) para los que recibían pensiones de algunos países a los que aún no se les había metido mano. Así que en ambos casos nos encontramos con personas que, de una forma u otra, porque les obligan a elegir o bien porque directamente les retiran parte de su pensión sin que puedan protestar por ello, se ven privados de una parte de lo que les corresponde por las cotizaciones que generaron con su trabajo.

Pues bien, en algunos comentarios sobre esa noticia había quienes afirmaban que el cobro de esos derechos de autor se trataba de un privilegio, ya que ellos tampoco tenían derecho a recibir una remuneración por otras tareas una vez que estuvieran jubilados y cobraran su pensión, y que esos autores tenían que aguantarse y elegir entre su pensión y sus derechos de autor. De hecho, es lo que muchos ya están haciendo, optando generalmente por su pensión, claro. Así que, de nuevo, en vez de considerar que si esa medida fuera revocada también les podría beneficiar a ellos en un futuro porque se vieran en una situación similar, afirmaban que si ellos no podían, los escritores tampoco, y que ajo y agua.

Deprimente, de verdad. No porque crea que esas personas son monstruos de egoísmo, sino porque la mediocridad y la mezquindad de esta sociedad les lleva a pensar de forma tan poco solidaria y tan corta de miras. Con esa actitud no vamos a ningún lado. Con esa actitud nos jodemos todos.