jueves, 12 de diciembre de 2019

Soy una maruja

Esta tarde he vuelto a ver la que probablemente sea mi comedia romántica favorita: Jack y Sarah. Digo comedia por diferenciarla de película romántica a secas, porque en ese caso mi  favorita es Eternal Sunshine of the Spotless Mind (llamarla Olvídate de mí me parece un mal chiste). El caso es que Jack y Sarah es una comedia romántica un poco atípica. Tiene los puntos básicos argumentales y los tópicos necesarios para que se considere como comedia romántica, como el del señor viudo (el tópico de los señores viudos en las novelas y películas románticas da para tesis), la jovencita repentinamente desvalida que recurre al trabajo de niñera/institutriz para salir del paso, la aspirante a ligar con el señor viudo que se intenta interponer entre él y la protagonista, los familiares metomentodo, los amigos estrambóticos, el bebé/hijo/criaturita inocente catalizadora de la acción...  Pero luego tiene también elementos que se salen un poco de lo habitual. Por ejemplo, para empezar, que el actor que encarna a Jack, el protagonista, sea alguien a quien no te imaginarías jamás en ese papel porque tiene una carrera muy dispar y, sobre todo, un careto incómodo de ver: Richard E. Grant. Según veía la película me acordaba de que dentro de unos días lo veré haciendo de alto mando de la Primera Orden y la disonancia cognitiva me superaba por un momento. Y, sin embargo, te lo crees en este papel. Está a ratos histriónico, a ratos hostiable, a ratos simpático, a ratos trágico... Me parece que hace un gran papel, pero dudo que fuera del Reino Unido lo hubieran elegido para ese papel, por buen actor que sea. Porque en el Reino Unido son muy suyos, como su humor, del que esta película va sobrada; no llega a ser tan negro como Cuatro bodas y un funeral, que se estrenó un año antes (y me imagino que Jack y Sarah se rodó un poco a rebufo del éxito de la película de Mike Newell), pero tiene ese toque tan característico que rara vez encuentras en las comedias románticas americanas. Y el resto del reparto también se luce: ahí están nada menos que Judi Dench y nuestro adorado Ian McKellen, en un papel genial. Aunque vi esta película antes que las de El señor de los anillos, tardé muchos años en relacionar a Gandalf con aquel maravilloso pordiosero borracho tan polite 😂. 

Sí. Este señor, con este careto (bueno, más joven, vale), fue protagonista de una comedia romántica. Cómo se te queda el cuerpo.

Otra cosa que, al menos en la época en la que se rodó esta película, no era tan habitual, son las puyitas feministas que te mete de forma no invasiva pero sí en un goteo constante. El carácter de la protagonista ya va un poco por ahí, es una chica con ovarios y desparpajo, pero son sobre todo pequeños detalles: cuando Sarah, la mujer de Jack, le reprocha que en las fiestas que celebran en casa siempre le acaba tocando pringar mientras él se emborracha (como efectivamente acaba ocurriendo); cuando cada vez que Jack se queja de que sufre mucho como padre viudo su familia le recuerda que no es el único que está pasando por eso y que eso no es excusa para despreocuparse de sus responsabilidades (su suegra le mete un buen corte en una ocasión); o, sobre todo, cuando, a falta de niñera, se lleva a la pequeña Sarah al trabajo, consigue encalomársela a algunas de sus compañeras para que la cuiden mientras él atiende sus asuntos y Anna, su jefa y medio ligue, le dice: "Has convertido esto en una guardería. Le has echado cara y te has salido con la tuya. (...) No, no, entiéndeme, no me parece mal. Me resulta interesante. Pero una mujer no lo habría conseguido". Me da la impresión de que ese momento pasó desapercibido, más que nada porque lo menciona un personaje que está escrito para que le cojamos manía porque es la rival de Amy, la niñera (aunque luego tampoco es culpa de Anna que su relación con Jack no prospere porque es el mismo Jack el que se la carga solito por capullo), pero que hace ya casi 25 años el problema de la conciliación familiar se viera desde esa perspectiva creo que era una novedad.
Ay, cuando mete a la nena en la bolsa de papel con un calcetín por gorro. Ahí es justo cuando me explotan los ovarios por sobredosis de cuquez.
En fin, que para tratarse de una comedia romántica no se reduce a los tópicos del género y retrata de forma bastante acertada los problemas del día a día, al menos de una parte de la sociedad del momento en que se rodó la película, y también retrata de manera plural y nada plana a personajes en los que podemos reconocernos en muchos aspectos, tanto hombres como mujeres, que es lo que le da la calidad a la película, como diría Ángel Sanchidrián. Y a todas las grandes obras de la literatura, el cine y demás artes narrativas. Como esas novelas de una señora que a lo mejor os suena el nombre, Jane Austen. Yo soy muy fan de Jane Austen. Y, aunque no lo parezca si has leído hasta aquí, no soy especialmente fan de las novelas y películas románticas. Ya dije en otra entrada del blog que mi historia de amor de cine favorita no está en una película romántica, sino que es la de Espartaco y Varinia en la película de Kubrick. De hecho, tampoco diría que las novelas de Jane Austen son románticas, tal como entendemos ese género hoy en día. Lo que me gusta, más que nada, son las historias bien contadas. Y Jane Austen era la maestra absoluta a la hora de narrar una historia de forma que nos enganchara con las peripecias de personajes finamente perfilados y desarrollados con unas pocas pero certeras pinceladas que retrataban con precisión la sociedad de su época. Una entiende perfectamente que las protagonistas de sus novelas, lejos de ser unas damiselas pasivas que sólo quieren casarse porque quieren que las mantengan, son mujeres que luchan por salir adelante con los recursos de que disponen, que en su época eran francamente ridículos, así que son auténticas heroínas. Por eso me fastidió mucho cuando hace unos días cierta pava con ganas de llamar la atención, para ensalzar a George Eliot, no tuvo mejor idea que contraponerla a Jane Austen afirmando que esta última era una escritora para marujas en el sentido más peyorativo que le queráis dar. Pues bien, si ser una maruja es disfrutar con historias que hablan de sentimientos sin complejos, que reflejan con fidelidad pero sin obviedades la esencia de su tiempo, que retratan la complejidad humana y que además te transmiten alegría y optimismo, que buena falta nos hace, pues soy una maruja. Ea. Más marujas y sobre todo más buenas historias hacen falta en este mundo, coñoyá.

Maruja and proud.
 

viernes, 29 de noviembre de 2019

To France


Desde que mis hijos van al colegio, todos los otoños toca recogida de hojas. Las maestras de educación infantil suelen aprovechar para que en cada cambio de estación los niños hagan algo relacionado con la estación que toca y así aprendan de forma práctica, y en otoño lo más socorrido es llevar hojas caídas a clase para formar una especie de mural con ellas. Como los niños son como son, al menos los míos, se entusiasman y hoja caída que ven, hoja caída que quieren llevar al colegio para dársela a su seño. Me imagino a la pobre maestra tirando disimuladamente las hojas a la basura cuando los niños no la ven. Por supuesto, también se traen hojas a casa y ahora tengo unas cuantas decorando las habitaciones. Y sí, también he tirado unas cuantas a la basura cuando no me ven :P.
El caso es que desde donde vivo hasta donde está el colegio de mis hijos las calles están flanqueadas por plátanos de sombra muy grandes. Son unos árboles majestuosos y producen unas hojas grandes y preciosas que en otoño toman unos tonos amarillos y pardos muy bonitos, con lo que el entusiasmo de mis hijos por recoger hojas se multiplica. La verdad es que me gusta ir a recogerlos al colegio paseando bajo la sombra de los plátanos, y el espectáculo en otoño es fantástico. Yo siempre había sido partidaria del verano, que sigue siendo mi estación favorita, pero desde hace unos años el otoño ha ganado muchos puntos gracias a circunstancias como esta. Incluso he vuelto a apreciar la lluvia, a la que había cogido bastante tirria durante la época en que me tocó llevar y traer al mayor al colegio cuando aún vivíamos en otro barrio y estaba matriculado en un colegio que tenía jornada partida. Lo mejor era que aún tenía que llevar al pequeño en el carrito y era un número de circo sacarlos a los dos, bajando el carrito a pulso por las escaleras (ascensor, ¿eso qué es? Los promotores de vivienda de los años 60 no tenían ni puta idea) y desplegando plástico y paraguas para llegar a tiempo por unas calles llenas de baches y sembradas de minas biológicas (es decir, cacas de perro). Todo eso cuatro veces al día=8 trayectos de ida y vuelta con el carrito del pequeño. Cada vez que veía una nube un poco negra deseaba mudarme a un país donde, como decía el adorable Alberto Pérez en su versión de la canción de Brassens “La tormenta” para el disco de La Mandrágora, si se oye llover será porque haga pis algún niño del vecindario. 

Pero todo pasa y todo cambia. Ahora mis dos minikingos van al colegio, ya me he librado de carritos y el paseo se ha vuelto mucho más llevadero. Puedo disfrutar de ver caer las hojas y llevármelas a casa si encuentro una especialmente bonita. Lo malo es que no duran mucho. Dentro de la casa, con un ambiente más cálido y seco que fuera, se marchitan más rápido y las puntas se doblan hacia dentro. Creo que de todas las estaciones el otoño es la que más nos recuerda lo rápido que todo cambia y desaparece. Hace tres años, por ejemplo, estaba cagándome en todo por culpa de la lluvia. Hace casi dos años, la vida vino a darme una bofetada para demostrarme que ese era el menor de mis problemas. Ahora puedo disfrutar de la lluvia y de la caída de las hojas. No se puede dar nada por sentado. Esta mañana, mientras volvía de llevar a los niños al colegio, sonaba en mi móvil, gracias a la magia del azar, “To France” de Mike Oldfield en la versión de Blind Guardian. Por si no habéis parado a escuchar alguna vez con atención la letra de la canción, cuenta la historia de María Estuardo, la rival de Isabel I de Inglaterra. Se crió en Francia, incluso fue reina consorte allí, pero tras enviudar partió hacia Escocia sin saber que nunca volvería al país que la había visto crecer. Yo he vuelto a donde empecé, como Lico Manuel en “Llanto de pasión” (tenéis que oír la versión de 2015 de cuando Manolo García y Quimi Portet se reunieron brevemente, es lo mejor que han hecho en su puta vida), sin esperarlo tampoco, pero es lo que toca. Después del otoño llega el invierno, pero luego vuelve la primavera. Siempre vuelve. Pero no por eso hay que dejar de apreciar la belleza de las hojas caídas. Mientras mis hijos sean felices recogiéndolas para llevárselas a su maestra, yo soy feliz. Y ahora os dejo, que tengo que ir a buscarlos. Hasta pronto.


sábado, 9 de noviembre de 2019

Jornada de reflexión


El señor de la fotografía es mi abuelo Juan Pedro, el padre de mi padre. Murió antes de que yo naciera. Lo hizo con 65 años, así que en la foto debía de tener como máximo esa edad. No tuvo una vida fácil, como casi todos los de su generación. Era de Mula (Murcia) y casi toda su vida trabajó en la huerta, de jornalero. Se vino a Madrid poco antes de que empezara la guerra civil porque en su pueblo no conseguía trabajo. ¿Por qué? Porque no se callaba. Por si no lo sabéis, hace 70, 80 años, los capataces que dirigían el trabajo en el campo eran los que elegían a quién se llevaban a trabajar cada día a la huerta. Igual que aún pasa en muchos sitios, sólo que ahora los trabajadores suelen ser inmigrantes y en la época de mi abuelo eran los los hombres del pueblo. Se reunían en la plaza muy temprano y el capataz de turno decía: fulanito, menganito, zutanito, os venís. Mi abuelo, republicano y socialista, no era de callarse ante los abusos, así que muchas veces no lo elegían. Ante la falta de oportunidades decidió venir a Madrid, y aquí siguió trabajando en las huertas que había entonces por la zona de San Martín de la Vega, cerca de donde ahora está el parque de la Warner. Se suponía que mi abuela Lucía, mi padre y mi tía Carmen (mi tío Manolo nació después de la guerra) iban a acompañarle en breve, pero aquí le pilló la guerra. Por lo que sea no lo alistaron y siguió trabajando. Mientras, mi abuela se quedó en Mula con sus hijos. Mi padre tiene recuerdos de ver los bombardeos de Cartagena: mi abuela y mi bisabuela Remedios le decían que es que estaban de fiestas y esas luces eran fuegos artificiales. Al terminar la guerra, mi abuelo se pudo traer a su familia, no sin antes pasar cerca de un mes internado en el campo de concentración que montaron los vencedores en el antiguo campo del Rayo Vallecano porque al parecer algún vecino cabrón lo denunció. Por suerte salió de allí, pero luego le tocó aguantar una posguerra de miseria como a casi todo el mundo. Aun así, estaba en una posición más favorable que otros: solía traer verduras de su trabajo, y a veces las intercambiaba por pan en la tahona, o si sobraban mi abuela les daba a sus vecinos, que pasaban más hambre todavía. A pesar de eso tuvo que poner a mi padre y a mi tío a trabajar antes de que acabaran la escuela. Mi padre se sacó el último curso en el nocturno. A veces se quedaba dormido y sus compañeros le pintaban bigotes de tinta. Luego ya no pudo seguir estudiando, aunque le habría gustado. Mi tío Manolo ni siquiera acabó primaria.

Con los años, mi abuelo acabó cambiando de trabajo. Se hizo albañil. Cómo sería de dura la vida de jornalero en la huerta para preferir trabajar de albañil. O también puede que fuera porque las huertas de San Martín de la Vega desaparecieron, no lo sé. Todo esto que cuento es lo que me contó mi padre hace tiempo, que a su vez lo recordaba de su niñez. No tenía muchos datos, porque mi abuelo no le contó mucho. Por lo que he sabido después, es algo muy común entre la gente que sufrió la guerra: muchos de mis amigos y conocidos tampoco saben gran cosa porque sus abuelos y bisabuelos no solían contar su historia, como si quisieran borrarla, por miedo o por tristeza. Pero lo poco que sé lo he vuelto a recordar esta mañana. Una chica a la que sigo en Twitter, y a la que no mencionaré porque a lo mejor se le llenarían las menciones de pesados y no quiero fastidiarla, explicaba que no habían querido concertar una entrevista de trabajo con ella porque había cometido la osadía de preguntar dónde iba a trabajar y con qué horario. A quién se le ocurre. Y ya de preguntar por el sueldo ni hablemos. Los empresarios de ahora, como los señoritos de antaño, tienen disponibles a muchos desempleados desesperados por conseguir un trabajo que tragarán con lo que les echen con tal de obtener un sustento. Así que nada de preguntas, y mucho menos de exigencias, aunque estas no sean sino derechos laborales que se suponía que habían sido conquistados gracias a la lucha obrera de las generaciones de mis abuelos y mis bisabuelos, y que aun así no habían podido disfrutar plenamente y muchos de esos derechos se vieron eliminados o relegados tras la guerra. Se suponía que con la vuelta de la democracia y la legalización de partidos y sindicatos eso había revertido, pero ya sabemos que fue un espejismo. Con la excusa de la crisis cada vez perdemos más derechos, derechos que será muy difícil recuperar si alguna vez lo conseguimos. No sólo derechos laborales, sino de todo tipo. No sé si mis hijos podrán beneficiarse de becas el día de mañana para estudiar, como sí fue mi caso, por ejemplo.  Es verdad que los políticos que nos gobiernan pueden influir en el mantenimiento o la pérdida de esos derechos hasta cierto punto, pero como poder, pueden, más de lo que se creen muchos. Por eso os pido que mañana vayáis a votar, y que penséis muy bien a quién vais a votar. De nosotros depende que la historia de mi abuelo no se repita.

martes, 5 de noviembre de 2019

Te lo juro por los Silmarils


Últimamente sigo en Twitter a una tuitera muy graciosa, @_TheIronMaiden_ , tan graciosa como friki, que escribe unos hilos desternillantes, muchos dedicados a las películas de El señor de los anillos. Hace bastante tiempo que no las veo, pero gracias a esos hilos, además de partirme de risa, vuelvo a recordar detalles que tenía olvidados. Uno de ellos es la presencia de un personaje muy secundario, realmente un extra, que sin embargo consiguió una gran repercusión en Internet: Lindir, más conocido como Figwit. Si eres joven y no viviste la explosión internetera de cuando se estrenaron las películas, o no eres un frikazo como yo, te estarás preguntando: “¿Quién coño es Figwit?”. Me alegro de que te hagas esa pregunta, porque eso es justo lo que su nombre significa XD. 
Mira que eres Lindiiiiir, qué precioso eres
Me explico: en La comunidad del anillo, en la escena del Concilio de Elrond, entre los personajes que aparecen al fondo, casi todos elfos de Rivendel, hubo uno que por azar o porque Peter Jackson decidió ponerlo en esa posición resultaba bastante visible, pero no pronunciaba una sola palabra y se le veía tan lánguido que parecía una parodia del concepto de elfo tolkieniano. A algunos con mucho cachondeo en el cuerpo y bastante tiempo libre les dio por elucubrar sobre ese personaje, tan notorio como superfluo. Como no aparecía mencionado por ninguna parte, se les ocurrió llamarle Figwit, cuyas letras son las siglas de "Frodo is grea...who is THAT?!?". La coña se viralizó y el personaje cobró tanta relevancia que ya en El retorno del rey le dieron un par de líneas de diálogo: cuando Arwen, que marcha hacia los Puertos Grises, decide dar media vuelta y quedarse en la Tierra Media y Figwit, que forma parte de su séquito, haciendo honor a su reputación, le dice en un tono estudiadamente mustio: “Dama Arwen. No hay que demorarse. ¡Mi señora!”. La coña llegó a su punto culminante cuando le dedicaron un documental que está disponible en Youtube: Figwit Documentary y que incluso recibió premios, y por supuesto en El hobbit le volvieron a dar un papelito pequeño pero con algunas líneas de diálogo en la corte de Elrond y por fin le pusieron un nombre oficial: Lindir, un elfo que es mencionado en la obra original de Tolkien cuando Frodo llega a Rivendel.
Malditos enanos. Mira, de verdad, esto no está pagao.
Supongo que la coña tuvo tanto éxito entre otras cosas porque, como veis, Peter Jackson y compañía la aceptaron y promovieron haciendo gala de su sentido del humor, que al propio actor que lo interpreta, Bret McKenzie, no le falta porque resulta que es, entre otras cosas, uno de los dos componentes del dúo humorístico-musical Flight of the Conchords (si no los habéis visto nunca ya estáis corriendo a buscarlos en Youtube, son unos cracks. Y son amiguetes de Taika Waititi, of course). Por cierto, su padre es el que hace de Elendil en el prólogo de La Comunidad. Pero él fue el primer sorprendido por la fama que su personaje consiguió. ¿Qué fue lo que prendió la primera chispa que desencadenó el fenómeno?
Mi teoría es que en la base de la coña subyace algo que nos ocurre a muchos fans de El señor de los anillos: los elfos de las películas de Peter Jackson son RAROS. Muy raros. Muchos dirán que, directamente, son “raritos”, ya sabéis en qué sentido, y creo que parte de razón no les falta 😅. El problema es que Tolkien describe a los elfos de ambos sexos como seres extraordinariamente hermosos, y cada uno los imagina como quiere, pero llevar eso a imagen real es muy difícil en el caso de los elfos varones, porque ya sabemos que la belleza es una cualidad que se valora principalmente en las mujeres, por lo que cuando se presenta en un grado superlativo en un hombre se percibe como un síntoma de afeminamiento. Eso, unido al carácter propio de los elfos, aparentemente mucho más refinado y desapegado de las preocupaciones materiales que el de los hombres o los enanos, les ha creado una fama muy particular entre muchos de los fans de Tolkien. Hablando en plata: para sus detractores, los elfos son unos maricones. Sí, añadidle todas las connotaciones negativas que queráis a ese término, aunque estén bañadas con una capa considerable de jolgorio. Que no tengo nada en contra de que la naturaleza de los elfos sea mucho más andrógina o directamente femenina que la de los humanos, el problema es que es muy difícil representar esa naturaleza con actores que, obviamente, no tienen esa belleza élfica irreal. La verdad, a juicio de muchos (yo me incluyo) el look de los elfos de las películas no ayuda demasiado. Es muy difícil caracterizar a actores masculinos con un look andrógino y refinado y que, si no son realmente bellos por naturaleza, no parezcan unos travestis de la Tierra Media. Figwit todavía tiene a su favor que Bret McKenzie, al menos, es guapete, así que su aspecto es lánguido pero no da dentera, y Orlando Bloom es posiblemente el único que ofrece un aspecto realmente convincente como elfo en las películas, independientemente de que sea mejor o peor actor (menos mal, porque era uno de los protas 😂), pero el problema llega cuando el actor no es especialmente atractivo o tiene un tipo de belleza muy masculino: el efecto drag queen es demoledor. No lo digo ya tanto por Hugo Weaving, que al fin y al cabo es un gran actor y consigue que pasado el shock inicial nos acostumbremos a verlo con la diadema de Barbie Superstar (y recordemos que Elrond es medio humano, no tiene por qué ser tan guapo como un elfo de pura cepa), ni tampoco por Celeborn, que por suerte sale poco, sino sobre todo por otro elfo que nunca dejaré de considerar un error de casting garrafal: Haldir. Lo siento por Craig Parker, que hace lo que puede, pero no he visto a nadie que le siente peor el pelucón rubio que le plantaron. En serio, al natural ese hombre es guapo y todo, pero tiene un tipo de belleza que no pega ni con cola para un elfo. Seré una mala persona, pero para mí fue un alivio cuando cayó en la batalla del Abismo de Helm. No puedo con él, de verdad, no puedo, no puedorrrrrrr. 
Si es que no puedo con esa cara de pan de lembas >.<
Yo creo que el mismo Peter Jackson y sus colaboradores eran conscientes de ello, y viendo que no eran capaces de dar con la tecla adecuada para paliar ese efecto drag queen no buscado, pensaron que de perdidos al río y fueron a por todas. Y así es como hicieron de la necesidad virtud y en las películas de El hobbit nos presentaron a la auténtica reina de las hadas, que es ni más ni menos que Thranduil, el rey elfo del Bosque Negro y padre del mismísimo Legolas. Lee Pace, el actor que lo encarna, aparte de ser razonablemente guapo y bastante versátil (cuando me enteré de que interpretaba a Ronan el Acusador en las películas del MCU me quedé con el culo torcido XD) debe de ser un cachondo mental y, con la venia del director y los guionistas, creó a la verdadera reinona de la Tierra Media, con el permiso de Galadriel. Seguramente sabía lo que iban a opinar los trve fans de él, así que pensó: “Conque sí, ¿eh? Pues os vais a enterar”. El resultado es tan glorioso que para mí es de lo mejorcito de las películas de El hobbit, y lo digo en serio. Es que, de verdad, por favor, me muero con esa corona de Miss Arda de la Tercera Edad, con esa melena Pantene combinada con esas cejas de supersaiyajin, con esa montura que parece el padre de Bambi ultrahormonado, y sobre todo con esa prestancia, ese estilazo, esa mirada superreconcentrada de desprecio por todos los mortales de la Tierra Media y parte del extranjero. Que sólo le falta llevar un neón flotando sobre su cabeza que diga “Bitch, I’m fabulous”. Bueno, no, no le hace falta, todos lo sabemos. 
En fin, salvo la honrosísima excepción de Thranduil, que asumió su naturaleza con todas las consecuencias, y de su hijo Legolas, que es el mejor atisbador de la lejanía de la Tercera Edad y tiene el mérito de haber inventado el surf en épocas tan pretéritas, los elfos de PJ no han conseguido estar a la altura de las expectativas de muchos de nosotros. Me pregunto si hay alguna forma realmente satisfactoria de representar a un elfo que sea al mismo tiempo bellísimo y majestuoso como se espera de su raza sin caer en la parodia o la horterada. Creo que lo más parecido al concepto élfico tolkieniano, al menos a nivel estético, que he visto ha sido en un medio que en teoría está en las antípodas de la literatura fantástica que Tolkien consagró: en el manga y anime japonés, cuyos autores son capaces de diseñar personajes masculinos realmente hermosos de belleza etérea y, sin embargo, no dan sensación de fragilidad o falta de carácter. Pero no son seres humanos reales, claro, así que el problema de representar personajes élficos en imagen real sigue pendiente. Tengo verdadera curiosidad por ver cómo lo resuelven los de Amazon en la futura serie basada en El señor de los anillos que están preparando. También tengo ganas de ver si aparece algún elfo en la serie de Netflix de Geralt de Rivia, ya que en los libros de Andrzej Sapkowski sí aparecen elfos, pero no sé si en la adaptación a televisión se los fumarán o no. Si bien se parecen mucho a los elfos de Tolkien, tienen características propias que creo que harían más fácil su representación con seres humanos. Pronto lo sabremos. Hasta entonces, namarië 😉.

domingo, 6 de octubre de 2019

El Joker, el Robocop y el crusaíto

Mientras escribo estas líneas (siempre quise escribir esto 😁) ya se ha estrenado Joker de Todd Phillips, con Joaquin Phoenix de protagonista. Aún no la he visto así que no puedo opinar sobre ella, pero me ha llamado la atención algo que se comentó en Twitter. Cristina Fallarás llamaba la atención sobre el hecho de que algunos padres de familia estaban llevando a sus hijos a ver la película del Joker sin que supuestamente nadie les avisara de que no es una película apta para que la vean los niños. Muchos le respondieron que sí estaban avisados: la película se ha estrenado, como todas, con su clasificación por edades ya adjudicada, y por otra parte no hay más que ver el tráiler o incluso el póster promocional para saber que no es infantil, ni de lejos. En eso estoy de acuerdo, la responsabilidad sobre lo que ven los niños es principalmente de los padres. Pero me ha hecho recordar una anécdota. Mejor dicho, un par de anécdotas.

La primera es de cuando se estrenó Robocop, la original de Paul Verhoeven. En España la clasificación que le dieron fue para mayores de 16 años (en otros países la elevaban a 18). Lógico, porque si la habéis visto sabréis que la película tiene escenas bastante bestias. Bien, pues yo tenía 15 años cuando fui a verla. Pero lo mejor es que me llevé a mi hermano y a un amigo suyo que tenían 10 años y que querían ver esa peli tan guay del robot, a lo que ni mis padres ni los del amigo de mi hermano pusieron reparos. Recuerdo estar viendo la película, mirar sus caras de pasmo, a medio camino entre el susto y la fascinación y pensar "a lo mejor no tenía que haberlos traído". El caso es que no dijeron que se quisieran ir, y cuando la película terminó y les pregunté me dijeron que les había gustado. Hoy por hoy, mi hermano es un hombre normal con una vida normal al que no parece haberle afectado el trauma (del amigo hace años que no sé nada, espero que esté bien), pero no se me olvidará lo calladitos que estuvieron durante toda la película 😅. 

¿Quién es ese Crusaíto? No lo tengo en la base de datos

La siguiente anécdota es de unos cuantos años después, cuando estrenaron Harry Potter y el prisionero de Azkaban. La situación era distinta: ya era adulta, y seguramente muchos pensarían que demasiado mayor para ver esa película. En cambio, a mi lado tenía sentado a un padre que había ido a ver la película con sus dos hijos pequeños. El mayor tampoco es que lo fuera mucho, tendría 6 o 7 años. Pero el pequeño era realmente pequeño, no tendría más de 3. El pobrecito se tiró media película abrazado a su padre murmurando "papá, tengo miedo". Aun así, no creáis que al padre se le ocurrió decir "venga, vámonos". Ahí se quedó sentado, con sus huevos morenos y su hijo pequeño en brazos. El mayor parece que sobrevivió sin daños apreciables, pero por si no la habéis visto ya os digo yo que esa película, por muy de Harry Potter que sea, no es para niños de menos de 10 o 12 años como poco.

El caso es que, como veis, lo de llevar a los niños a ver películas que no son apropiadas para su edad no es nada nuevo. Es más, seguro que antes era mucho peor. Precisamente estoy escuchando ahora el podcast de La Órbita de Endor sobre Poltergeist y tanto Antonio Runa como su colega Mario García comentan que ambos la vieron a una edad un poco inapropiada (lo típico de que echan la película en la tele y la ven los padres con los niños), con las consiguientes pesadillas, aunque también la disfrutaron y ahora es una película que aprecian mucho. En general, creo que la gente tiene un concepto bastante difuso, por no decir equivocado, de lo que es cine para niños o para adultos. Normalmente se suele identificar todo aquello que no sea realista, especialmente la fantasía, y ya no digamos el cine de animación, con cine infantil. Me comentaba también otra tuitera, Lara Santaella, que ella vio en los años 90 Urotsukidoji en la sección de películas para niños del Blockbuster. Toma ya. UROTSUKIDOJI. Me habría encantado ver las caras de esos padres cuando los tentáculos entran en acción mientras sus hijos abren los ojos como platos 😂.  
 
Te voy a meter de todo además de miedo
¿Y por qué se hace esto? Puedo equivocarme, pero creo que la secuencia es esta: se tiene el concepto de que la fantasía/ciencia ficción/aventuras (todo lo que no sea realismo, vaya) es evasión, por lo que no refleja la realidad de la condición humana (jajajaja) y por tanto no puede ser serio ni complejo, ergo es para personas simples, ¿y quiénes son simples? Los niños (JAJAJAJAJA). Eso explica que sistemáticamente se desprecie como algo menor el cine de superhéroes, por ejemplo. Y, aunque no creo que Martin Scorsese sea precisamente tonto ni caiga en simplificaciones cuñadescas porque sí, tal vez explique en parte lo que ha declarado en los últimos días sobre las películas de Marvel, ya que según él no son cine: Martin Scorsese arremete contra Marvel

Ojo, no voy a ponerlo a parir como han hecho muchos estos dos últimos días en las redes. Nada más lejos de mi intención. Admiro a Scorsese, las películas que he visto de él me han encantado, y no dudo de que tenga un lugar de honor en la historia del cine porque es un genio que ha retratado esa condición humana como pocos en sus películas. Incluso admito que pueda tener bastante razón en lo que dice: el monopolio de Disney en las carteleras de cine está llegando a unos niveles peligrosos para el resto de la producción cinematográfica, y las películas más o menos independientes o que no entran en franquicias exitosas tienen dificultades para durar mucho tiempo en salas, incluso para ser estrenadas, sencillamente porque no hay suficientes salas de cine disponibles para que los estrenos se mantengan mucho tiempo, ya que las superproducciones copan la mayoría de esas salas. Es muy difícil hoy en día, tal vez ya imposible, que se produzca el fenómeno de las sleepers: películas que, recién estrenadas, no parece que vayan a conseguir un éxito reseñable porque no llaman la atención, pero sin embargo, con el boca a boca, van consiguiendo que se propague su fama y acaban recaudando muchos millones a lo largo de meses y meses en pantalla, resistiendo y triunfando en taquilla al final. Yo recuerdo haber visto El día de la bestia, por ejemplo, al cabo de casi un año de ser estrenada porque todavía seguía proyectándose en cines. Hoy, si una película dura más de dos meses en cartelera sin ser un blockbuster de Disney ya puede inscribirse en el libro Guinness de los Récords. Incluso estrenos de cineastas consagrados apenas consiguen recuperar la inversión porque desaparecen enseguida de la gran pantalla. A lo mejor por eso es por lo que el mismo Scorsese va a estrenar The Irishman en Netflix poco después de hacerlo en los cines, y lo mismo, no sé yo, está un poco picado con Disney en parte por eso, y no se lo reprocho, porque es para mosquearse. Precisamente de Netflix hace no mucho Christopher Nolan, que seguramente admira a Scorsese y lo tiene como referente, decía que las películas que se estrenaban en esa plataforma no eran cine. Entonces, ¿si veo sus películas en bluray en mi casa tampoco son cine? ¿Y Roma, que estrenó Alfonso Cuarón asimismo en Netflix, tampoco es cine? En fin. 

Lo que me descojoné cuando vi a Michael Keaton haciendo de El Buitre en Spiderman: Homecoming. Yo sé por que lo digo

El caso es que, consideraciones aparte sobre si el dominio de Disney está poniendo en peligro el cine que no encaja en sus parámetros, cosa que no discuto (me gustaría mucho que Paco Fox se animara a hablar del tema, porque ya lo ha comentado en alguno de sus vídeos y creo que su opinión puede ser muy interesante), lo que a mí me molesta es que continúen estas discusiones bizantinas sobre si determinadas películas y géneros son o no cine. O literatura, o cualquier otra forma de expresión artística. En fin, que seguimos con la división entre alta y baja cultura. No voy a entrar a defender a las películas Marvel; por mucho que me gusten y me entretengan, soy capaz de reconocer que no son obras maestras tan profundas como los títulos más reconocidos de Scorsese y otros cineastas reconocidos. Pero tampoco me convencerá nadie de que Capitán América: Civil War o Vengadores: Endgame son malas películas. Aparte de su espectacularidad, su fabulosa puesta en escena y lo entretenidísimas que son, no creo que los personajes que las protagonizan sean simples, ni tampoco el desarrollo de sus conflictos. Y aunque sólo sirvan para entretener, ¿qué tiene de malo eso? Precisamente la película más conocida de Georges Méliès (a quien Scorsese rinde homenaje en La invención de Hugo), De la Tierra a la Luna, es ciencia ficción hecha para el entretenimiento del público. Y también es cine, e historia del cine. Ya he hablado en más de una ocasión del valor de la ciencia ficción y la fantasía para hablar de nuestro mundo a través de otros mundos y su capacidad para hacernos pensar y reflexionar sobre asuntos muy serios con más eficacia que mucha literatura y cine realista. Aunque eso no me invalida la existencia de cine y literatura de evasión, que también son necesarias. En fin, que mientras haya sitio para todos los tipos de expresiones artísticas, no veo por qué hay que pelearse. Que cada uno disfrute y saque provecho de lo que quiera. Y guardaos los carnés, que no nos hacen falta para nada.  

Ay, se me ha metido un gafapasta en el ojo

miércoles, 2 de octubre de 2019

WHAT IS LOVE?



… Baby, don’t hurt me, don’t hurt me, no more…

Con esta cantinela me he tirado por lo menos un par de días. Volví a oír la canción de pasada y aprovechó para subírseme a la chepa y quedárseme pegada como una lapa. En fin, no me desagrada así que tampoco protestaré. Podría haber sido peor, que se me hubiera quedado pegada la de “Despacito” o algo así. Pero me he puesto a pensar en el significado del título y ya se me ha empezado a ir la pinza. Sí, lo sé, no es de estar muy bien de la azotea esto de que una canción chorra de discoteca te haga elucubrar sobre el amor, como si fuera una filósofa de verdad y no una tarada cualquiera. Tampoco he elaborado un tratado sobre el tema, la verdad. Ni valgo para ello ni tampoco tengo más base que mi propia experiencia, así que poco puedo sacar. Pero sí me da para ponerme pesada un rato :P.
En fin, ¿qué es el amor? La verdad es que mi definición es más simple que el mecanismo de un botijo. Tampoco es raro, teniendo en cuenta que mi idea de lo que es el amor cobró forma cuando era una niña de, no sé, 8 o 9 años como mucho, y desde entonces no ha variado sustancialmente, ni yo tampoco me he vuelto más lista, la verdad. En realidad, tengo la teoría de que cuando crecemos nos volvemos más tontos. La cuestión es que, hasta entonces, los referentes principales que tenía sobre el amor eran dos: por una parte, las historias de ficción (principalmente películas y series de televisión) que casi siempre representaban parejas de enamorados (heterosexuales, por supuesto) que vivían un amor apasionado y lleno de dificultades que acababan superando para acabar viviendo felices y comiendo perdices, sin que se nos mostrara nada más allá de ese punto. Por otra, la relación de mis padres, un matrimonio convencional con sus roles tradicionales muy asentados, en el que cualquier parecido con las historias de ficción era pura coincidencia. Ni un extremo ni otro me acababan de convencer, la verdad, porque no me acababa de identificar con ninguno de ellos. No es que pensara que el amor era algo que no fuera a experimentar nunca. De hecho, con 7 añitos tuve mi primer crush, un compañerito de clase monísimo que, cómo no, pasaba de mí y no quería ser mi novio XD. Pero no me imaginaba ni como la heroína de una rocambolesca historia ni como la típica señora casada. Ambas situaciones me parecían igual de lejanas.
El caso es que una tarde iba en el metro a Madrid (porque en Vallecas seguimos diciendo “ir a Madrid” cuando vamos al centro), no me acuerdo a qué, y supongo que con mi familia. No recuerdo los detalles, sólo que me llamó la atención una parejita de chico y chica adolescentes. A mí me parecían mayores, pero seguramente no tendrían más de 15 o 16 años; iban con las típicas carpetas de instituto, así que supongo que o volvían de clase o iban a alguna academia.  Iban charlando animadamente, así que parecían amigos.  Pero en un momento dado empezaron a besarse y para mí eso fue un flash. Pensé: “anda, son amigos y también son novios. MOLA.” No es que lo decidiera conscientemente, pero creo que en ese momento fue cuando se plantó la semilla de lo que para mí con el tiempo sería el concepto de relación ideal. Porque, como decía, los modelos de relación amorosa que se me habían presentado hasta entonces me resultaban bastante ajenos y no incluían el concepto de amistad, que a su vez implica los de complicidad, confianza y respeto. Que, como dicen los Mago de Oz en su tema “Maite Zaitut”, lo principal para mantener una relación es, precisamente, “la confianza, el respeto y un colchón”(1). Por eso para mí es imprescindible que mi pareja (hablo de relaciones serias, claro, para echar un kiki cualquiera que te atraiga vale) sea también mi amigo. Y, sobre todo, que sepa mantener ese respeto y esa confianza. Porque usar bien el colchón, aunque sea también imprescindible, si en un momento dado falla, se puede arreglar; no siempre, pero es más fácil. Pero cuando faltan el respeto o la confianza… mal asunto. Eso sí que es difícil de arreglar, porque implican un cambio de actitud, incluso de carácter, por parte de la persona que ha fallado en ese aspecto, y voluntad de mantenerlo, y capacidad de perdón por parte de la persona agraviada, lo que no siempre es posible. Sin respeto, una relación no marcha. Sin confianza, no se puede recuperar.
Eso sí, cuando todos esos parámetros funcionan y cuadran, es la hostia. A mí, desde luego, me vale más que todas esas historias apasionadas que vemos reflejadas en la literatura, en el cine, en la televisión… A ver, que me puedo divertir con una comedia romántica como cualquiera si está bien hecha, por supuesto. Pero no es mi género favorito. Puede que sea una rarita, pero mi historia de amor favorita en la ficción no está en ninguna película o novela romántica; ni siquiera es el centro de la trama. Es la de Espartaco y Varinia en Espartaco (la película de Stanley Kubrick, of course; la serie no la he visto, pero sospecho que, por lo que me han contado, no tendrá mucho que ver). Precisamente lo que más me gusta es que es una relación en la que el amor surge de una situación en la que ambos, en condiciones muy desfavorables, consiguen sentir respeto y admiración el uno por el otro y mantenerlos porque son capaces de conservar su dignidad como seres humanos y reconocerla en el otro, y se sienten como iguales. Y, curiosamente, esto ocurre en una historia ambientada en una época en la que eso posiblemente no era lo habitual ni lo esperable.
Se supone que hoy en día debería ser más fácil establecer relaciones de este tipo. Y muchas veces es así, pero otras muchas, más de las que sería esperable, no. Y no digamos ya mantenerlas. Pero sé que es posible sentir ese tipo de amor. Yo lo he hecho. Que luego me hayan correspondido o no, o que hayan dejado de hacerlo, es otra historia. Que vuelva a tener la ocasión de vivirlo, ya se verá (difícil lo veo, pero bueno :P). Pero es posible. Cómo y con quién es lo de menos.  Sólo importan esos tres parámetros: la confianza, el respeto y el colchón.
Por supuesto, no podía despedirme sin dejaros un regalito. Si yo llevo dos días con la canción metida en la cabeza, vosotros también vais a pringar, ea :P. Eso sí, en la versión más chanante posible: la de Jim Carrey en el que por lo que he leído fue su debut en el Saturday Night Live. Mira que normalmente no soporto a Carrey en su faceta histriónica (una vez empecé a ver Ace Ventura y no aguanté más de diez minutos, me estaba poniendo atacadita perdida), pero este vídeo es genial XD XD XD. Venga, ¡a menear el cuello!



(1)Sí, me gustan los Mago de Oz. Ya sé que desde hace mucho lo cool es ponerlos a caldo, y concedo que Txus es un impresentable y los últimos discos una mierda, pero tienen al menos tres que para mí siguen siendo putas obras maestras (Jesús de Chamberí, La leyenda de La Mancha y Finisterra, concretamente, y los dos primeros de Gaia tampoco están mal) y me la suda lo que digan los que van de guays. Que ya son unas cuantas décadas de aguantar a los gilipollas que van de auténticos y dictaminan lo que mola y lo que no, paso totalmente de ellos y me pueden comer lo que ya sabéis. Mira, eso es tema para otra entrada, ahora que lo pienso. Uy, lo a gusto que me voy a quedar.