miércoles, 27 de febrero de 2013

El sueño de los muertos


Ya amenazaba ayer con otra reseña, y hoy cumplo mi promesa. Si ayer era sobre un libro de poesía, esta vez es sobre un libro de fantasía, un género al que estoy más acostumbrada a leer, como mucha gente, pero no por ello sufre menos de un exceso de tópicos sobre sus características, al igual que la poesía.

No abundaré mucho sobre esos tópicos, la mayoría los conocemos de sobra (literatura apta sólo para niños y adolescentes, escasa calidad literaria, abuso de estereotipos, etc.). De todo hay, pero por suerte siempre ha habido grandes autores que han demostrado la falsedad de esos mitos, y en los últimos años, gracias al éxito de algunos de ellos, como George R. R. Martin con su Canción de hielo y fuego o al de Andrzej Sapkowski con la saga de Geralt de Rivia, el público lector más generalista ha empezado a comprobar que la literatura fantástica no sólo no tiene por qué ser un calco de Tolkien, sino que además no tiene nada que envidiar en calidad a la literatura realista. Lo que parecía más raro es que este género se cultivara en nuestro país. Pero también en las últimas décadas este tópico se ha ido desmintiendo, igual que otro que asegura que la fantasía interesa más a los hombres. De modo que la novela que voy a comentar es una rompetópicos, la mires por donde la mires: literatura fantástica de calidad, escrita por una española. Toma ya.

Me refiero a El sueño de los muertos, la nueva criatura de Virginia Pérez de la Puente. No es su primera obra publicada; ya hace un par de años sorprendió con su debut en Ediciones B, Öiyya: la elegida de la muerte, una más que estimable ópera prima. Por supuesto, Virginia no partía de cero, ya llevaba años fogueándose a base de escribir relatos, fanfics, presentarse a concursos... Así que su debut literario en la industria editorial no fue ningún farol. Pero la experiencia es un grado, y se nota en esta segunda novela que publica, nada menos que con Minotauro. Os copio la sinopsis que aparece en la contracubierta, para que os hagáis una idea de su argumento:


“En un reino al borde de la guerra, los destinos de un futuro rey y un esclavo que no se conocen parecen estar irremediablemente unidos.

El príncipe heredero de Novana, Danekal, intenta averiguar quién está detrás del atentado que casi le cuesta la vida a su padre en vísperas de la firma de un tratado con la reina de un país vecino. Al mismo tiempo deberá lidiar con los nobles que esperan la muerte del rey Tearate para hacerse con la corona, una horda invasora y sus propios fantasmas interiores.

Ajeno a ello, Kal, un hombre esclavizado por su capacidad para encauzar una antigua magia llamada Shah, pugna por liberarse de las cadenas que lo someten a la mujer que obtiene de él su poder: su Melliza.

Pese a sus enormes diferencias, el futuro rey y el esclavo descubrirán que existe entre ellos una unión, y que es mucho más profunda de lo que ambos suponen.”


En efecto, éste es el principal hilo argumental de la historia. Pero hay más, mucho más: multitud de personajes secundarios, tramas paralelas que al final están más relacionadas entre sí de lo que parece... El principio de la novela sirve para presentar estos personajes y tramas, por lo que el ritmo es más pausado, aunque no por ello aburrido, pues la información está bien dosificada y se alternan esos personajes con sus respectivas tramas de forma que no se hace pesado; pero una vez que arranca definitivamente la acción, el ritmo se vuelve imparable gracias a giros argumentales que te incapacitan para soltar el libro hasta que no has leído por lo menos unos capítulos más. Venga, por lo menos hasta saber qué pasa con este personaje. Bueno, espera, un poco más, que ahora aparece este otro, a ver qué pasa. Y así te encuentras con que te has leído ciento y pico páginas del tirón sin darte cuenta, como me pasó a mí. Hacía tiempo que no me enganchaba así con una novela, en serio. Gran parte de ese mérito lo tiene la propia historia, que ya es suficientemente atractiva por sí sola. Pero no hay que despreciar en absoluto la parte que corresponde al estilo de Virginia, muy depurado pero sin caer en la pedantería; al contrario, hay diálogos, a veces desternillantes, en los que los personajes no se cortan un pelo si tienen que soltar una vulgaridad, lo que no significa que lo hagan de forma gratuita para llamar la atención: se expresan de forma natural, adecuada en cada caso a las características y a la situación del personaje. Esa naturalidad dota de una gran agilidad a los diálogos y al mismo tiempo define a los personajes sin necesidad de añadir acotaciones que lastren el ritmo. Las descripciones son breves y precisas, y se nota que están bien documentadas. Se percibe un trasfondo muy elaborado: no en vano esta novela se puede considerar parte de una trilogía que, si bien no es continuidad de la anterior, Öiyya, pues no sigue su trama ni, salvo en un caso, cuenta con los mismos personajes, por lo que se puede leer de manera independiente, sí está ambientada en el mismo mundo, el continente de Ridia, que se está revelando mucho más amplio y variado de lo que aparentaba en un principio. Así, se nos presenta una variedad de naciones y pueblos con sus respectivas historias y culturas que a mí personalmente me parecen bastante atractivas.

Si bien ésta es una de las principales bazas de la novela, hay un caso en el que me da la impresión de que juega en contra suya, en lo que supone tal vez el único reproche que le puedo hacer: me refiero a una de las tramas secundarias, la de los berenitas, una secta dirigida con puño de hierro (y tal vez con martillo de Thor :P; cuando leáis la novela comprenderéis a qué me refiero) por Vantar, todo un ejemplo de lo que un líder fanático es capaz de conseguir cuando se empeña en destruir a los enemigos de la fe y tiene los medios y los seguidores necesarios a su alcance. La trama en sí es interesante, está bien llevada y establece un contrapunto interesante con otras subtramas, especialmente con todo lo relacionado con el mundo de las shalhias y los shalhed (esto es, los Mellizos). Pero, aunque está relacionada con la trama principal (y, como se descubre al final, de una manera más directa de lo que se sospecha en un principio), durante casi toda la novela me dio la impresión de que transcurría un poco descolgada del resto, como si no fuera imprescindible para que la trama principal no cojeara. Pero, por otra parte, ya digo que es una trama interesante en sí, y me da la impresión de que en el futuro puede tener una continuación en la siguiente novela de la trilogía (aunque ya digo que cada novela es independiente en cuanto a su argumento), así que tal vez sería mejor esperar a que se publique esa siguiente novela para poder valorarla en su conjunto.

En cualquier caso, no me impidió en absoluto disfrutar de la novela, al contrario. Para resumir, destacaré lo que más me ha gustado: historia muy interesante y con un punto onírico bastante original; tramas que enganchan; personajes variados, atractivos y algunos muy carismáticos (ojo, por cierto, con encariñarse con ellos... y no digo más :P); estilo cuidado al tiempo que ágil de leer... Ingredientes más que suficientes para gozar de su lectura. Os la recomiendo, sin duda.

martes, 26 de febrero de 2013

Poesía eres tú


Ya advertí en su momento que no soy buena reseñista. Como filóloga, se supone que es algo que no debería costarme mucho esfuerzo, ya que en teoría adquirí mientras estudiaba las herramientas necesarias para analizar un texto. Pero es que no soy buena analizando en general, para qué lo voy a negar XD. Funciono mucho más por intuición, de modo que, modestamente, creo que no tengo demasiado mal gusto para reconocer la calidad, pero no atino a explicar por qué. Tal vez no debería preoocuparme por eso; el análisis literario es útil, por supuesto, para entender los mecanismos de la producción de una obra de arte, pero en última instancia no determina qué es lo que hace que un escrito tenga esa calidad de obra de arte. Si no, el arte no sería arte sino mecánica.

Es curioso, cuando estudiaba COU realicé entonces un trabajo sobre un poema de Vicente Aleixandre que me reportó alabanzas por parte de un par de profesoras. Debe de ser la única vez que he hecho un análisis profundo y bien argumentado de una obra literaria. Por supuesto, tenía fresco lo que habíamos estudiado sobre la poesía de Aleixandre, y encima había descubierto que sus poemas me gustaban; ayudaba el comprender mejor sus imágenes gracias a lo que me habían explicado en clase acerca de sus claves personales de escritura, pero también de por sí esas imágenes me resultaban muy evocadoras. Además, está el hecho de que Aleixandre es uno de los mejores poetas en lengua castellana :P. El caso es que cuando nos tocaba estudiar poesía, me solía gustar lo que leíamos, pero luego no tomé la costumbre de leer poesía por mi cuenta. Supongo que sobre todo porque parece más fácil leer narrativa que poesía, para la cual da la impresión de que necesitas más concentración. Se me hace raro leer poesía en el metro, por ejemplo, aunque creo que es más prejuicio que otra cosa.

Total, que por comodidad y también porque me gustan mucho las novelas y tampoco me sobra tiempo para leer todo lo que me apetezca, no leo apenas poesía. Pero no porque no me guste ni porque piense que es tiempo perdido. Hay gente que no le gusta la poesía; no me voy a meter en gustos, aunque no se puede negar que hay mucho prejuicio contra la poesía por culpa de la extendida creencia de que es una cursilada. Por desgracia, muchos malos poetas de foulard (os aconsejo, por cierto, que busquéis una noticia de El Mundo Today sobre un poeta que tuvo que ser rescatado hace poco por los bomberos de la presa de su propio foulard en el que se había enredado, es descacharrante XD) han contribuido a esa mala imagen. Pero a poco que uno lea poesía se da cuenta de que no sólo hay una gran variedad de estilos, sino que, sobre todo, la poesía realmente buena no tiene nada de cursi.

Por otro lado, mucha gente que no lee nunca poesía, sobre todo en el caso de la poesía contemporánea, alega que “no la entiende”, y por eso no la lee, porque, ¿para qué? Yo les diría que tampoco entiendo muchas veces exactamente qué quiere decir el poeta por culpa de esa falta de capacidad para el análisis que me aqueja, pero que en realidad eso no importa, porque no se trata de comprender racionalmente, sino de sentir. Y hay poemas que, cuando los leo, siento lo que dicen como algo con lo que me puedo identificar. De una forma irracional e intuitiva sé lo que quieren decir los poetas, o al menos lo asumo como algo propio. Ni siquiera sé si realmente pensaban expresar lo que yo he entendido, es muy posible que no sea así en muchos casos. Pero consiguen tocar algo dentro de mí, y eso es lo que cuenta. Así me ha ocurrido con la obra poética de alguien que conocí por casualidad en este volátil y azaroso mundo de Internet, y que me ha hecho volver a leer poesía. Hablo de Fernando López Guisado, cuyo último poemario publicado, La letra perdida, está a mi lado en este mismo instante, firmado por el propio autor. Lo leí hace poco en medio de una madrugada insomne; sería muy tópico decir que era el momento más adecuado, pero la verdad es que lo disfruté. En parte, porque compartimos claves generacionales que me hacen identificarme especialmente con sus poemas, con sus mínimas (sólo por extensión) historias de fracaso y redención, de amor y de muerte, de rutina cotidiana trascendida por una imaginación sin límite. Pero creo que cualquiera puede disfrutar de su lectura. Fernando es el perfecto ejemplo de poesía viva, certera, en las antípodas de la cursilería y que no sólo no se evade de la realidad sino que se hunde en ella y la analiza de una manera tan acertada, como un forense que diseccionara un cadáver putrefacto, que se pringa en su suciedad hasta darle la vuelta y extraer belleza de la podredumbre. Hay veces que una imagen suya te fascina porque te repele, como un cuadro de Francis Bacon; otras en que sientes el latido del horror cósmico que a todos nos ha podido asaltar alguna vez en esa hora perdida de la noche en la que todo duerme y sin embargo sabes que la bestia debajo de la cama sigue allí agazapada al cabo de los años, que nunca se fue aunque te aseguraran que cuando tú crecieras desaparecería. En otras sientes el desgarro del amor que lucha contra la muerte porque, aunque sepa que acabará perdiendo la guerra, tiene que luchar batalla a batalla porque no se puede hacer otra cosa. Y algunas veces sonríes con la boca sesgada, y hasta te ríes a carcajadas de una paradoja que tú también has vivido y que ridiculiza con la precisión del bisturí del forense. Para que os hagáis una idea, y con el permiso de Fernando, reproduzco dos fragmentos de dos poemas que me han gustado especialmente: 


“(...) Quiero que me mates cuando llegue el día en que no pueda
verte como entonces: con tu alma haciéndome todavía huir
de la locura afilada que rezuma enfermando los corazones
y provocando la náusea. No quiero ser un cangrejo incapaz
de llevar la boca a la cuchara (y me conformo sólo con llevarla),
de recordar un poema, o el nombre de mi abuelo, o la prueba
que me hicieron una semana antes para prorrogar la función.
No quiero gemir aparcado en un tiesto, ni volver a los pañales,
gritarle a cualquiera creyendo que quiere hacerme daño
(me hará daño) o que un familiar sea un extraño en el umbral.
Mátame, pero recuérdame que el paraíso está en ese coche, justo antes de casarnos (…).
Mátame mientras suena aquella cancion.”



“Quiero confesar que soy una mala persona. Soy el Rey de Amarillo.
Soy tu envidia, tu pecado de lujuria insana que no permitiría un dios
por muy indecente que fuera en sus premisas de libertad. Soy tú. (…)
Soy el Rey de Amarillo y quiero más:
probar el tacto de una espada hundida hasta el puño en una tripa, usar
diez veces más papel higiénico del necesario y abandonar la comida
en cualquier mesa procurando que quede todo lo más sucio posible. (…) Mear sobre
el rostro sollozante de la hipocresía de los que se dicen malditos.
Soy el corazón roto, el filo del cuchillo, la sangre y el rencor
almacenados en un tarro de kéfir en el fondo de la nevera. Quiero
confesar que son una mala persona aunque intento superarme.
Soy el Rey de Amarillo. Soy tu humanidad y he venido a quedarme.”


Podéis también echar un vistazo a su blog, Buenas Noches Nueva Orleans, que ya he citado más de una vez y en el que incluye tanto poemas de este poemario y de otros que ha publicado anteriormente o aún no publicados, como entradas tan oníricas como lúcidas sobre todo tipo de temas. En cualquier caso, leed poesía. De Fernando, de quien queráis, pero leed y maravillaos. 

PD: En cuanto pueda, sufriréis otra reseña, aunque se me dé fatal :P, en este caso de la última novela que he leído, El sueño de los muertos.