jueves, 26 de diciembre de 2013

La España fea


Hay una España bellísima. Ciudades y pueblos centenarios, milenarios, con una historia arquitectónica y artística deslumbrante. Parajes naturales que quitan el aliento. Una riqueza lingüística, cultural y gastronómica que pocos países en el resto del mundo tienen. Pero también hay una España fea. Muy fea. Mi madre dice que cuando volvimos de Suiza (se fue en enero del 71, allí conoció a mi padre, que ya vivía allí desde el 63, y allí nací yo, y regresamos en julio del 75) España le pareció, por contraste, muy fea: seca, terrosa y sobre todo sucia: los suelos de los bares repletos de cáscaras de gamba y papeletas rasgadas de rifas, las aceras sembradas de colillas y cacas de perro, la gente hablando a gritos, solares y descampados colonizados por la basura... Si habéis visto la película Balada triste de trompeta, de Álex de la Iglesia, sabréis de lo que hablo: mi barrio era tan feo como los desoladores paisajes urbanos que Álex retrata magistralmente. Os puedo asegurar que en esa película se curraron un trabajo de ambientación y localizaciones brutal. Cerca de donde vivo ahora, en el Paseo de Extremadura, todavía persisten tramos de viviendas de la era franquista que no tienen mucho que envidiar en cuestión de fealdad a los bloques de pisos de los países del Este, aquellos monstruos pintados de gris contaminación. Después de haber vivido en la verde y civilizada Suiza, de la que  mis padres afirman que fue donde vivieron los mejores años de su vida, el choque tuvo que ser tremendo.

Más feo que el payaso de "It" O_o

No estoy afirmando que Suiza sea el país perfecto. No sólo tiene una faceta muy fea en su opacidad bancaria. También, en el mismo año en que llegó mi madre, se aprobó por fin que las mujeres pudieran votar; una anomalía en un país que, sin embargo, destaca por la alta participación de su población en su sistema democrático gracias a la celebración regular de referendos. Otra peculiaridad es el servicio militar: un porcentaje de los hombres que lo realizan permanece durante años como reservistas, con la obligación de guardar en su casa la famosa navaja suiza y sus armas personales, lo que produce situaciones curiosas, como una vez en que mis padres estaban en casa de unos amigos celebrando una fiesta y un vecino bajó a solicitarles amablemente, rifle en mano, que bajaran el volumen de la música.

A pesar de eso, el nivel de vida suizo en muchos aspectos está a años luz del nuestro. Por poner un ejemplo, cuando era pequeña mi madre me llevaba a una guardería gratuita que, en principio, era para madres solteras, aunque admitían también a hijos de casados como mis padres. Lo de las guarderías públicas era algo que se daba por descontado. Aquí seguimos sin llegar a ese nivel ni cuarenta años después, en pleno siglo XXI. Los derechos de los trabajadores también se respetaban a niveles que aquí tampoco hemos alcanzado aún. Por desgracia, hoy los emigrantes no son bien recibidos como entonces, cuando la mano de obra del resto de Europa levantó la economía suiza, y hay un importante núcleo xenófobo instalado en su sociedad. Pero al menos entonces mi padre era tratado con un respeto en la fábrica por parte de sus superiores del que no ha vuelto a gozar aquí. 

"¡Joder! ¡En el plano venía bien clarito que había una piscina!"

Así que cuando mis padres volvieron conmigo a España (más que nada porque, o era volver antes de que yo empezara el colegio, o ya era prácticamente quedarse allí para siempre), se encontraron con una España fea y sucia, producto de cuarenta años de dictadura que habían sumido al país en la miseria. Porque la pobreza es otra historia. Puede haber dignidad en la pobreza, aunque sea difícil mantenerla. Pero la miseria siempre es indigna, y con esa falta de dignidad se engancha como una garrapata y se infiltra como agua de alcantarilla hasta los huesos. Especialmente la miseria moral, que tanto abundó en el franquismo; que fue lo que lo sustentó, de hecho. En estos últimos treinta y tantos años, hemos hecho lo que hemos podido por sacarnos esa miseria de dentro, por limpiar el país, por devolverle la belleza que los años habían ajado y que la suciedad de siglos siempre había ocultado. Pero la miseria permanecía en el subsuelo, esperando el momento propicio para volver a aflorar. Empezó a hacerlo por donde menos nos lo esperábamos: por todos esos barrios nuevos, aparentemente lustrosos, de bloques de pisos clónicos con patios de vecinos ajardinados y apiscinados, que nos hicieron creer que todos éramos ya clase media, que la caspa pintada de colores ya no es caspa sino confeti. Irónicamente, el dinero con el que se pagaban esos pisos circuló por las cloacas de forma tan subterránea como fluida, removiendo la miseria subyacente hasta que ésta brotó como géiseres que hicieron saltar las tapas de las alcantarillas y nos salpicaron a todos. Lo llamaron crisis, y con la excusa de evitar la vuelta a la pobreza, nos están hundiendo en la miseria de nuevo. Los herederos del franquismo vuelven a campar a sus anchas y para reinstaurar su reinado de miseria recurren a leyes viejas disfrazadas de nuevas. ¿Y qué ocurre cuando intentas disimular la vejez a base de capas de maquillaje? Que se resalta la fealdad.

No quiero una España fea. Ni aunque me la maquillen con buenas intenciones, como el anuncio de esa marca de charcutería, o como ese programa de la 1 en la que ejercen la caridad de la España rancia y fea de cuando vivía ese señor bajito y feo. Quiero una España con la cara lavada. A lo mejor no es tampoco demasiado guapa. Pero con que sea normalita me vale. 

PD: prometo que mi próxima entrada será menos intensa :P. Por si no me da tiempo a escribir nada antes, feliz 2014 a todos :).

lunes, 16 de diciembre de 2013

FEMEN ¿ismo?

Hace ya tiempo mi amiga Luci Rodríguez me sugirió que escribiera algo sobre las Femen, porque le interesaba mi opinión, a raíz de otra entrada que escribí en este blog sobre el feminismo. Por supuesto, lo que escribo siempre es eso, mi opinión, que como tal nunca es completamente objetiva e imparcial, y puede estar perfectamente equivocada. Así que ni de lejos pretendo sentar cátedra, faltaría más. Sólo escribo esto porque me lo pidió Luci y porque me parece que es un tema sobre el que es necesario debatir, así que aceptaré sin problema todas las opiniones que queráis expresar sobre ello.

Para empezar, ni yo misma tengo una opinión clara sobre el asunto. Más desde que descubrí esta noticia:


Según el documental Ucrania no es un burdel, de la cineasta Kitty Green, que trata de Femen entre otros asuntos, Femen habría sido fundado en realidad por un hombre, Victor Svyatski, que además trataba a las integrantes del grupo de forma autoritaria y muy poco feminista.

¿Qué quiere decir esto? ¿Femen es una farsa? Al parecer, Svyatski ya no lidera el grupo, que ahora sí estaría controlado por mujeres. Aun así, si se comprueba que, efectivamente, la fundación del grupo fue producto de un montaje, ¿eso invalidaría su causa, aunque ya no lo guíen intereses espúreos? Supongamos que ya no están de por medio esos intereses ajenos y que Femen son lo que dicen ser: un grupo de feministas que para reivindicar los derechos de las mujeres utilizan un reclamo lo suficientemente llamativo como para atraer la atención de los medios sobre las causas que apoyan: su cuerpo. Concretamente, sus pechos. 

Va a ser que todas son jóvenes y ucranianas porque son las únicas que aguantan el frío en bolas

Es evidente que consiguen llamar la atención. No hay más que recordar el revuelo que armaron cuando se presentaron en el congreso de los diputados al grito de “¡Aborto es sagrado!” [sic] para protestar contra la nueva ley del aborto planteada por Gallardón que planea aprobar el gobierno, suponemos que en breve. Sirvió para reavivar, al menos por unos días, el debate sobre una ley que desde luego nos afecta a todas las mujeres. Ahora bien, ¿cualquier método es lícito para llamar la atención sobre una ley que se considera injusta? ¿Hasta qué punto beneficia o perjudica a la causa feminista que las Femen lleven a cabo sus reivindicaciones con los pechos al descubierto?

Hay quien opina que lo que hacen es desacreditar al feminismo, ya que utilizan como arma lo que el feminismo debería despreciar: esto es, que las mujeres usen sus cuerpos como un medio para lograr sus objetivos. Otros creen que mientras sirva para reivindicar los derechos de las mujeres, es admisible; es más, enseñar los pechos sería un paso más en el camino para eliminar los tabúes sobre la desnudez en público: si el cuerpo humano, y más una zona con tantas connotaciones como los pechos femeninos, deja de ser secreto, perderá sus atributos pecaminosos y prohibidos, lo que sería otra forma más de liberación sexual y social. Respecto a esto, uno de los reproches que se le hacían a Femen (y que, por lo que se comenta en el documental antes citado, parece confirmarse que así era) es que las activistas seleccionadas para el grupo eran siempre chicas jóvenes y atractivas, lo que ya de por sí resultaba sospechoso. Pero tampoco me extrañaría que, aunque no hubiera existido esa selección, de todas maneras pocas de sus activistas fueran mujeres maduras o con cuerpos imperfectos (que también hay chicas jóvenes que tienen los pechos caídos; no habría que aclarar esto si no fuera porque desde que se inventaron los implantes de silicona parece que buena parte de la sociedad lo ha olvidado :P). Aparte del tabú social sobre la desnudez, la presión social sobre el aspecto físico de las mujeres sigue siendo tan fuerte que muchas todavía nos avergonzamos de mostrar nuestro cuerpo en público si no es perfecto; yo misma nunca he hecho topless, por ejemplo. Así que, por paradójico que parezca, enseñar los pechos podría ser una forma más de liberación femenina.

En fin, no tengo del todo clara mi opinión sobre las Femen, porque hay muchos argumentos a favor y en contra de sus actuaciones. En cualquier caso, no me importa tanto que una mujer proteste contra el machismo en bolas o vestida de lagarterana. Mientras tenga claro por qué lo hace y, sobre todo, lo haga por su propia voluntad y de forma que no se pierda el respeto a sí misma y a las mujeres en general, ya es algo.

jueves, 12 de diciembre de 2013

La sartén por el Mango


Desde hace unos días se ha desarrollado una polémica acerca de una línea de ropa recién sacada por la cadena Mango de la que ésta no dice expresamente que sea de tallas grandes, pero el hecho de que abarque desde la talla 40 hasta la 52, que no son tallas habituales en sus tiendas, da a entenderlo. En principio no debería ser malo que Mango empiece a vender tallas más grandes de las que suele comercializar, pero el hecho de que en una línea que parece más enfocada hacia esas tallas grandes se hayan incluido tallas que se consideran normales, como la 40 y la 42, es lo que más ha molestado. ¿Están dando a entender que una mujer que usa una talla 40 ya tiene sobrepeso? 
 
 
Ella no podría comprar en Mango
Esa cuestión es la que más debate ha suscitado, pero a raíz de otros comentarios, como el de este blog: Os consideran inferiores, me he dado cuenta de que nos quedábamos en la superficie del problema nada más. Ya hace tiempo, en este mismo blog, me quejaba de la poca variedad que hay de ropa para embarazadas, ya que la sufrí en mis propias y redondas carnes cuando estaba embarazada de mi hijo. Aunque a mí me parece que por falta de clientela no será, algunas personas me dijeron que a los fabricantes no les merecía la pena esforzarse en producir más variedad de prendas. Si te conformas con apañártelas con tres o cuatro cosas, porque, total, para unos pocos meses que las vas a usar, ¿por qué te vas a complicar la vida y a gastarte un pastón?, pues ellos lo simplifican más aún, y eso que ganan en ahorro de costes. Sé que es posiblemente una forma muy simplificada de contemplar el problema, y no tengo todos los datos disponibles ni soy una experta en el tema. Quiero que esto se entienda como las reflexiones de una lega en la materia, pero que está tan interesada como cualquiera, porque me afecta como a todos.

Ella tampoco, pero porque no le pagan lo suficiente
Creo que de ahí viene toda la cuestión: lo que los empresarios quieren, desde siempre, es conseguir el máximo rendimiento de sus productos con la mínima inversión. Y esto se extiende a todos los ámbitos: desde la producción en países tercermundistas, en los que millones de personas producen en masa productos de calidad mínima a cambio de salarios de miseria en condiciones de esclavitud (y no creo que ninguna multinacional, y por supuesto dentro de esas multinacionales ninguna cadena de tiendas de ropa, se salve de la quema), hasta la venta de esos productos, por los que te cobrarán el máximo precio posible, o al menos un precio que a ti te parecerá asequible para que piques más fácilmente pero seguirá reportándoles ganancias, pasando por el diseño de dichos productos, que busca minimizar y rentabilizar todo lo posible esos gastos de producción: patrones muy simples que no contemplan variaciones antropométricas para no tener que complicar la producción, tejidos de baja calidad y por tanto más baratos, y, por supuesto, pocas tallas disponibles, para que seas tú quien se moleste en embutirse en la talla que más cercana esté a la forma real de tu cuerpo, en vez de producir más variedad de tallas a riesgo de que algunas se vendan en poca cantidad y den menos ganancias.

Me diréis que eso no explica por qué, si se trata de fabricar las menos tallas posibles y que nos adaptemos a ellas (en lugar de al revés, como sería lógico), se fabrican más precisamente las tallas que aparentemente menos se usan, esto es, las pequeñas. ¿No sería lo normal que, ya que, por constitución y por la vida sedentaria que llevamos, la mayor parte de las mujeres (hablo de mujeres porque son las que más dinero gastan en ropa habitualmente, aunque es una generalización, por supuesto) tenemos más tendencia al sobrepeso que a la delgadez, se fabricaran más tallas grandes que pequeñas, para que las empresas tuvieran más mercado disponible al que vender sus productos? Ah, pero no se trata simplemente de vender, o de vender más. Hay que convencer a la gente de que tiene que comprar, de que lo necesita, de que lo DESEA. Está en la naturaleza humana desear lo que no se tiene. Así sucede que, en épocas de escasez (es decir, durante una buena parte de la historia de la humanidad) las mujeres eran consideradas más deseables si estaban más entradas en carnes, y ahora que en el primer mundo ocurre al revés y la abundancia de alimentos propicia la gordura, lo raro, y por tanto lo deseable, es la delgadez. Así pues, si la mayor parte de las mujeres desean estar delgadas, los fabricantes producirán más tallas pequeñas, para que las mujeres las compren, quepan o no en ellas: si no caben, ya harán lo posible por caber. De paso, también otros fabricantes y empresarios hacen negocio con productos de adelgazamiento, gimnasios, etc. Una mujer satisfecha con su cuerpo probablemente no tenga tanta ansia por comprar ropa, porque ya está contenta con la que tiene, ya que se ve bien con ella. Y si la ropa es de buena calidad, se puede tirar años sin comprarse prendas nuevas.

Eso no interesa, por supuesto. Para que la maquinaria consumista funcione, tenemos que mantenernos permanentemente ansiosas por comprar lo que creemos que nos va a favorecer, aunque a la hora de la verdad no sólo no nos favorezca sino que nos siente como el culo. Imagino que también el cambio de modas a toda velocidad está relacionado con eso. De hecho, en los últimos años se ha disparado a extremos ridículos: como ya no se producen apenas ideas nuevas, se han ido reciclando sucesivamente los años setenta y ochenta en cuestión de unas pocas temporadas, y ya estamos empezando a reciclar los noventa, que ya reciclaban a los setenta... Dentro de dos temporadas, vaticino que se llevarán los miriñaques combinados con casacas rusas repletas de tachuelas, o alguna mezcla semejante. En cualquier caso, se trata de crear constantemente nuevas “necesidades”. Dentro de eso, el promover un modelo estético basado en la delgadez es un mecanismo más para conseguir que la maquinaria consumista siga rodando. Lo peor de todo es que ni siquiera han tenido que inculcarlo descaradamente; no hace falta buscar teorías conspiranoicas sobre diseñadores homosexuales que odian a las mujeres y chorradas semejantes. La semilla de la insatisfacción está en nuestra propia naturaleza, y los comerciantes, sean grandes o pequeños, sólo tienen que explotarla a su favor.

Entonces, me diréis, ¿qué hacemos? ¿Renunciamos a comprar ropa y nos la fabricamos nosotros mismos? Cada vez hay menos gente que sepa confeccionarse su propia ropa, o que no tiene tiempo para ello porque ya están ocupados con sus trabajos todo el día (el que aún lo tiene, claro). ¿Recurrimos entonces al pequeño comercio y a los artesanos que producen su ropa de forma más artesanal, ética y ecológica? Ah, pero cuesta más producir ropa de esa manera y por lo tanto sale más cara, y no sólo es posible que no nos la podamos permitir, es que aunque pudiéramos ya nos hemos acostumbrado a los precios de saldo de las tiendas de chinos, o a las rebajas de las tiendas de ropa de las cadenas más conocidas, y pagar más por una prenda, aunque sea de mejor calidad, ya se nos antoja un abuso, tan mal acostumbrados estamos a no valorar el trabajo. Por cierto, que la situación está a punto de dar otra vuelta de tuerca, si las previsiones se cumplen y no hacemos nada para evitarlo: dado que el fin último de la crisis y las reformas laborales y sociales que se han legislado en los últimos años para, en teoría, solucionarla, parece que es que nos convirtamos en otro país productor al estilo chino, con obreros no cualificados, el futuro de los españoles se perfila como el de unos canis con aspiraciones a poder volver a consumir como pijos de antes de la crisis: la situación perfecta para mantenernos atrapados en una espiral de consumismo low cost, dando vueltas como hámsters que corretean encerrados en sus bolas sin llegar a ninguna parte, agobiados como están sin ver más allá de su minúsculo horizonte. Todo está calculado, todo encaja.

¿Cuál es la solución, entonces? Lo de tirarse al monte nos tienta a muchos, pero a la hora de la verdad muy poca gente está dispuesta. Pero tampoco nos sentimos cómodos dejando que el sistema siga como está. No puedo daros una solución, desde luego. No estoy capacitada para ello, poca gente lo estaría; hay tantos factores implicados que la situación es demasiado compleja para resolverla de un plumazo. Es más, seguro que podéis rebatirme con argumentos mucho mejor razonados que los míos lo que he escrito a vuelapluma en dos ratos que he tenido libres. Pero creo que, por lo pronto, podríamos empezar por preocuparnos menos por la talla que usemos. Es mejor para nosotros en todos los sentidos, y será un eslabón menos que añadir a la cadena consumista.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Made in heaven


Al cabo de un buen tiempo, por fin tengo un ratejo para escribir otra entrada... Y, como suele suceder, no es la que tenía en mente (queda pendiente para la siguiente entrada) sino otra que me han sugerido la inspiración y el momento. Han coincidido varias circunstancias: llevo un tiempo leyendo, los ratos que Eric me deja libres, la autoproclamada biografía definitiva (por lo menos bastante completa sí que es) de Freddie Mercury, escrita por la periodista musical Lesley-Ann Jones y publicada en España por Alianza Editorial, que le regalaron a Carlos pero que yo se la he cogido “prestada” porque me apetecía :P. Hace pocos días también, concretamente el 24 del mes pasado, fue el aniversario de la muerte de Freddie. Y el domingo fue el día mundial contra el sida. Así que llevo varios días escuchando a Queen y a Freddie en solitario, viendo vídeos suyos y empapándome de su espíritu. De modo que no me quedaba otra que dedicar esta entrada al que para mí es el mejor cantante de rock de todos los tiempos. Un hombre que llevó una vida tan complicada como su propio carácter, que oscilaba entre el carisma arrollador del cantante en el escenario, la educación british rayana en la timidez patológica del hombre fuera del escenario, los arranques de ira cuando algo no funcionaba del músico y compositor que aspiraba a la perfección y el desenfreno del hedonista en la vida privada que en el fondo ansiaba desesperadamente el amor absoluto que nunca consiguió.

En la biografía, aunque dan una cobertura bastante amplia a la vertiente musical de Freddie dentro de Queen y en solitario, se centran sobre todo en su vida privada. Por una parte es lógico; es una biografía, no una monografía musical, aunque a veces he echado de menos que la autora se explayara más en la descripción de cómo se produjeron los discos de Queen (hay un documental sobre la producción de “A Night at the Opera” que es apasionante, fueron unos auténticos pioneros en la grabación en múltiples pistas), pero la vida de Freddie es tan apasionante y está tan relacionada con su trabajo que es inevitable. Desde pequeño tuvo claro que quería ser una estrella, y se preparó para ello a conciencia. Curiosamente, cuando los demás componentes de Queen le conocieron, no fue la primera opción que tenían como cantante para su grupo y tardaron un poco en caerse del guindo... Afortunadamente para ellos por fin se dieron cuenta de su potencial. Fue una conjunción de cuatro talentos complementarios como no se ha dado posiblemente en toda la historia del rock, y eso se nota desde el primer disco, que ya contiene canciones geniales. 

Encima adoraba los gatos, ¿qué más se puede pedir?

A partir de ahí la progresión sólo podía ir para arriba, y Freddie no tardó en conseguir lo que deseaba: fama, fortuna, reconocimiento de su talento... Pero, como reza el tópico, tuvo que pagar su precio por ello. La autora de la biografía es muy diplomática, pero aun así se ve claramente que la vida íntima de Freddie fue muy complicada; no sólo porque fuera gay (lo que, aunque era un secreto a voces, nunca confesó publicamente por no disgustar a sus padres), a pesar de lo cual tuvo al menos dos relaciones importantes con mujeres, sino porque oscilaba continuamente entre el anhelo de encontrar la pareja perfecta con la que compartir su vida y la promiscuidad desenfrenada a la que se entregaba porque en el fondo sabía que lo que anhelaba era poco menos que imposible. Era consciente de que su condición de estrella del rock le impedía llevar una vida normal, aunque no era algo de lo que se quejara. Como él mismo dijo (cito de la página 16 del prólogo de la biografía): “Sabéis, eso es exactamente lo que no me deja dormir por la noche. (…) He creado un monstruo. El monstruo soy yo. No puedo echarle la culpa a nadie más. Es por lo que llevo trabajando desde que era niño. Habría matado por conseguir esto. Me ocurra lo que me ocurra, es todo culpa mía. Es lo que yo quería. Es lo que todos nos esforzamos por alcanzar. Éxito, fama, dinero, sexo, drogas, lo que uno quiera. Yo puedo tenerlo. Pero ahora estoy empezando a darme cuenta de que, de la misma forma que lo he creado, también quiero huir de ello. Empieza a preocuparme el hecho de que no puedo controlarlo, y que en realidad eso me controla a mí. (…) Intento separar mi vida privada del intérprete público, porque es una existencia esquizofrénica. Supongo que ése es el precio que tengo que pagar. No me malinterpretéis, no soy un pobrecito millonario. La música es lo que hace que me levante por la mañana. Tengo verdaderamente muchísima suerte.”

Pues sí, aunque parezca mentira no nació con bigote :P    




Aunque no hablara de ello públicamente (estas declaraciones las cita la autora como parte de una conversación que tuvo con ella en privado, no como parte de una entrevista, y no las reveló hasta que escribió esta biografía, escrita mucho después de la muerte de Freddie), en sus canciones sí expresaba sus sentimientos. Los cuatro miembros de Queen eran compositores activos y con mucho talento, pero las canciones de Freddie solían destacar no sólo por su creatividad, sino también por su emotividad. De él son algunos de los éxitos más memorables de la banda, como “Somebody to love”, que era por cierto la canción favorita de su madre y de él mismo:


Otra canción que destaca por esa emoción y porque resulta evidente en ella su amor por la ópera (la frase inicial toma la melodía de “Vesti la giubba”, el aria más famosa de Pagliacci, la ópera de Ruggero Leoncavallo), es “It's a Hard Life”. Un vídeo de lo más barroco, en el que aparecía buena parte del “séquito” de amigos y colaboradores de Freddie:




Y no puedo terminar sin incluir la canción más famosa de Queen, que es también composición de Freddie, y además tiene un significado especial para mí por motivos particulares, por lo que le tengo mucho cariño. Sobre su significado se ha especulado mucho (hay quien dice que expresaba de manera metafórica la “salida del armario” de Freddie, al menos en su círculo de amistades, pero Freddie siempre guardó un discreto e irónico silencio sobre el tema). En cualquier caso, es una obra maestra del rock, de la que, por su formato rompedor, muchos dudaron que tuviera éxito antes de ser publicada. Por supuesto, en cuestión de pocos días se aupó al número uno de las listas de éxitos y casi cuarenta años después (se dice pronto) sigue siendo un clásico de la historia del rock. Estoy hablando, por supuesto, de “Bohemian Rhapsody”.


Bohemian Rhapsody

(Lamentablemente tengo que poner un enlace en vez de poder subir directamente el vídeo porque el Youtube está tonto. Supongo que será cuestión de derechos de autor ¬¬).

Aunque el sida produjo en él un deterioro rápido y muy doloroso, siguió trabajando prácticamente hasta el final de sus días, y no había perdido un ápice de su talento. La prueba más clara es Innuendo, que fue publicado pocos meses antes de su muerte; sólo hay que escuchar “The Show Must Go On” para comprobarlo. ¿Qué habría sucedido de no haber muerto Freddie prematuramente? ¿Habría mantenido ese nivel? ¿Habría envejecido con dignidad, como lo ha conseguido su amigo David Bowie, o no habría podido evitar convertirse en una parodia de sí mismo? Creo que, aunque hubiera perdido facultades vocales (lo que es natural), el talento se habría mantenido intacto y su maestría a la hora de componer grandes canciones habría aumentado incluso con la experiencia. No parecía que estuviera precisamente falto de ideas. De todas formas, nunca lo sabremos. Da la impresión de que era una de esas personas que, como las supernovas, están destinadas a brillar tan intensamente que por fuerza se apagan demasiado pronto. Como otros grandes mitos, murió aún joven y en la cumbre del éxito. Aunque seguro que él habría preferido vivir más años y que le dieran por saco al mito, aun a riesgo de acabar anunciando lotería con su querida y admirada Montserrat Caballé :P. Pero, como reza otro tópico, siempre vivirá en sus canciones. Gracias, Freddie.