jueves, 12 de diciembre de 2013

La sartén por el Mango


Desde hace unos días se ha desarrollado una polémica acerca de una línea de ropa recién sacada por la cadena Mango de la que ésta no dice expresamente que sea de tallas grandes, pero el hecho de que abarque desde la talla 40 hasta la 52, que no son tallas habituales en sus tiendas, da a entenderlo. En principio no debería ser malo que Mango empiece a vender tallas más grandes de las que suele comercializar, pero el hecho de que en una línea que parece más enfocada hacia esas tallas grandes se hayan incluido tallas que se consideran normales, como la 40 y la 42, es lo que más ha molestado. ¿Están dando a entender que una mujer que usa una talla 40 ya tiene sobrepeso? 
 
 
Ella no podría comprar en Mango
Esa cuestión es la que más debate ha suscitado, pero a raíz de otros comentarios, como el de este blog: Os consideran inferiores, me he dado cuenta de que nos quedábamos en la superficie del problema nada más. Ya hace tiempo, en este mismo blog, me quejaba de la poca variedad que hay de ropa para embarazadas, ya que la sufrí en mis propias y redondas carnes cuando estaba embarazada de mi hijo. Aunque a mí me parece que por falta de clientela no será, algunas personas me dijeron que a los fabricantes no les merecía la pena esforzarse en producir más variedad de prendas. Si te conformas con apañártelas con tres o cuatro cosas, porque, total, para unos pocos meses que las vas a usar, ¿por qué te vas a complicar la vida y a gastarte un pastón?, pues ellos lo simplifican más aún, y eso que ganan en ahorro de costes. Sé que es posiblemente una forma muy simplificada de contemplar el problema, y no tengo todos los datos disponibles ni soy una experta en el tema. Quiero que esto se entienda como las reflexiones de una lega en la materia, pero que está tan interesada como cualquiera, porque me afecta como a todos.

Ella tampoco, pero porque no le pagan lo suficiente
Creo que de ahí viene toda la cuestión: lo que los empresarios quieren, desde siempre, es conseguir el máximo rendimiento de sus productos con la mínima inversión. Y esto se extiende a todos los ámbitos: desde la producción en países tercermundistas, en los que millones de personas producen en masa productos de calidad mínima a cambio de salarios de miseria en condiciones de esclavitud (y no creo que ninguna multinacional, y por supuesto dentro de esas multinacionales ninguna cadena de tiendas de ropa, se salve de la quema), hasta la venta de esos productos, por los que te cobrarán el máximo precio posible, o al menos un precio que a ti te parecerá asequible para que piques más fácilmente pero seguirá reportándoles ganancias, pasando por el diseño de dichos productos, que busca minimizar y rentabilizar todo lo posible esos gastos de producción: patrones muy simples que no contemplan variaciones antropométricas para no tener que complicar la producción, tejidos de baja calidad y por tanto más baratos, y, por supuesto, pocas tallas disponibles, para que seas tú quien se moleste en embutirse en la talla que más cercana esté a la forma real de tu cuerpo, en vez de producir más variedad de tallas a riesgo de que algunas se vendan en poca cantidad y den menos ganancias.

Me diréis que eso no explica por qué, si se trata de fabricar las menos tallas posibles y que nos adaptemos a ellas (en lugar de al revés, como sería lógico), se fabrican más precisamente las tallas que aparentemente menos se usan, esto es, las pequeñas. ¿No sería lo normal que, ya que, por constitución y por la vida sedentaria que llevamos, la mayor parte de las mujeres (hablo de mujeres porque son las que más dinero gastan en ropa habitualmente, aunque es una generalización, por supuesto) tenemos más tendencia al sobrepeso que a la delgadez, se fabricaran más tallas grandes que pequeñas, para que las empresas tuvieran más mercado disponible al que vender sus productos? Ah, pero no se trata simplemente de vender, o de vender más. Hay que convencer a la gente de que tiene que comprar, de que lo necesita, de que lo DESEA. Está en la naturaleza humana desear lo que no se tiene. Así sucede que, en épocas de escasez (es decir, durante una buena parte de la historia de la humanidad) las mujeres eran consideradas más deseables si estaban más entradas en carnes, y ahora que en el primer mundo ocurre al revés y la abundancia de alimentos propicia la gordura, lo raro, y por tanto lo deseable, es la delgadez. Así pues, si la mayor parte de las mujeres desean estar delgadas, los fabricantes producirán más tallas pequeñas, para que las mujeres las compren, quepan o no en ellas: si no caben, ya harán lo posible por caber. De paso, también otros fabricantes y empresarios hacen negocio con productos de adelgazamiento, gimnasios, etc. Una mujer satisfecha con su cuerpo probablemente no tenga tanta ansia por comprar ropa, porque ya está contenta con la que tiene, ya que se ve bien con ella. Y si la ropa es de buena calidad, se puede tirar años sin comprarse prendas nuevas.

Eso no interesa, por supuesto. Para que la maquinaria consumista funcione, tenemos que mantenernos permanentemente ansiosas por comprar lo que creemos que nos va a favorecer, aunque a la hora de la verdad no sólo no nos favorezca sino que nos siente como el culo. Imagino que también el cambio de modas a toda velocidad está relacionado con eso. De hecho, en los últimos años se ha disparado a extremos ridículos: como ya no se producen apenas ideas nuevas, se han ido reciclando sucesivamente los años setenta y ochenta en cuestión de unas pocas temporadas, y ya estamos empezando a reciclar los noventa, que ya reciclaban a los setenta... Dentro de dos temporadas, vaticino que se llevarán los miriñaques combinados con casacas rusas repletas de tachuelas, o alguna mezcla semejante. En cualquier caso, se trata de crear constantemente nuevas “necesidades”. Dentro de eso, el promover un modelo estético basado en la delgadez es un mecanismo más para conseguir que la maquinaria consumista siga rodando. Lo peor de todo es que ni siquiera han tenido que inculcarlo descaradamente; no hace falta buscar teorías conspiranoicas sobre diseñadores homosexuales que odian a las mujeres y chorradas semejantes. La semilla de la insatisfacción está en nuestra propia naturaleza, y los comerciantes, sean grandes o pequeños, sólo tienen que explotarla a su favor.

Entonces, me diréis, ¿qué hacemos? ¿Renunciamos a comprar ropa y nos la fabricamos nosotros mismos? Cada vez hay menos gente que sepa confeccionarse su propia ropa, o que no tiene tiempo para ello porque ya están ocupados con sus trabajos todo el día (el que aún lo tiene, claro). ¿Recurrimos entonces al pequeño comercio y a los artesanos que producen su ropa de forma más artesanal, ética y ecológica? Ah, pero cuesta más producir ropa de esa manera y por lo tanto sale más cara, y no sólo es posible que no nos la podamos permitir, es que aunque pudiéramos ya nos hemos acostumbrado a los precios de saldo de las tiendas de chinos, o a las rebajas de las tiendas de ropa de las cadenas más conocidas, y pagar más por una prenda, aunque sea de mejor calidad, ya se nos antoja un abuso, tan mal acostumbrados estamos a no valorar el trabajo. Por cierto, que la situación está a punto de dar otra vuelta de tuerca, si las previsiones se cumplen y no hacemos nada para evitarlo: dado que el fin último de la crisis y las reformas laborales y sociales que se han legislado en los últimos años para, en teoría, solucionarla, parece que es que nos convirtamos en otro país productor al estilo chino, con obreros no cualificados, el futuro de los españoles se perfila como el de unos canis con aspiraciones a poder volver a consumir como pijos de antes de la crisis: la situación perfecta para mantenernos atrapados en una espiral de consumismo low cost, dando vueltas como hámsters que corretean encerrados en sus bolas sin llegar a ninguna parte, agobiados como están sin ver más allá de su minúsculo horizonte. Todo está calculado, todo encaja.

¿Cuál es la solución, entonces? Lo de tirarse al monte nos tienta a muchos, pero a la hora de la verdad muy poca gente está dispuesta. Pero tampoco nos sentimos cómodos dejando que el sistema siga como está. No puedo daros una solución, desde luego. No estoy capacitada para ello, poca gente lo estaría; hay tantos factores implicados que la situación es demasiado compleja para resolverla de un plumazo. Es más, seguro que podéis rebatirme con argumentos mucho mejor razonados que los míos lo que he escrito a vuelapluma en dos ratos que he tenido libres. Pero creo que, por lo pronto, podríamos empezar por preocuparnos menos por la talla que usemos. Es mejor para nosotros en todos los sentidos, y será un eslabón menos que añadir a la cadena consumista.

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