Siempre ha circulado por ahí esa coña de que los documentales (con la coletilla de "la 2", que prácticamente los emitía en exclusiva hasta que se inventaron los canales temáticos) eran muy útiles, sobre todo para echarse unas buenas siestas (personalmente creo que el Tour es mucho mejor, pero eso va en gustos). También tenían el dudoso honor de ser la respuesta más adecuada para quedar bien en las encuestas sobre los gustos televisivos, y al mismo tiempo la más falsa.
Leyendas urbanas aparte, todos hemos crecido sabiendo que ahí estaban, los viéramos o no. Servidora, que para eso sí que ha sido una friki desde pequeñita, se los veía con su señor padre y disfrutaba de ellos, aunque reconozco que acabé un poco harta de ver cuarenta veces al mismo guepardo del Serengueti cazando a la misma gacela con el Kilimanjaro al fondo (con la cumbre nevada, of course). Te podían interesar o no los temas que trataran, te podían aburrir o no porque a lo mejor el género documental no era lo tuyo, pero poseían algo que nadie les podía discutir: prestigio. La ciencia, cuando yo era pequeña, gozaba de ese prestigio. Los científicos, los investigadores, los divulgadores, eran tenidos por gente que, aunque aparentara ser rarita, al menos se tomaba su trabajo en serio y lo desempeñaba con rigor. La expresión "rigor científico" no es un pleonasmo, aunque su uso estereotipado pueda haberla vaciado de sentido a nuestros perezosos oídos. El conocimiento que generaban sus investigaciones era respetado y no se ponía en duda sin conocimiento de causa. Eso conllevaba un riesgo: que los propios científicos se endiosaran y pensaran que su palabra era ley; lo cual es cierto, cuando se ha demostrado empíricamente su hipótesis, claro, pero ellos son los primeros que tienen que dudar de todo por sistema, y por si acaso. Pero somos humanos y la presunción es un defecto en el que es fácil caer. Aun así, el método científico funciona, y sus resultados probaban que el trabajo esforzado de los científicos serios era digno de respeto.
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Sí, al final la atrapaba. ¿Os creíais que esto era como con el Coyote y el Correcaminos? |
Parece que ya no es así. Paradójicamente, la presunción se ceba mejor en los ignorantes, y en las últimas décadas, cuidadosamente alentados por un sistema educativo cada vez más ruinoso gracias a las políticas desmanteladoras de lo público (la res publica: de ahí viene el término república, como sabéis; así que si desmontan lo público, me temo que no es precisamente una república de ciudadanos libres lo que nos espera), han ido imponiendo por la fuerza del consumo, el gran motor de nuestra sociedad, sus criterios. El esfuerzo, la dedicación al estudio y, sobre todo, el pensamiento libre de prejuicios, no están de moda. Está más de moda salir en Gran Hermano o dejarte preñar por un famosete y llevarte un pastón por la patilla, cuestan mucho menos trabajo y lo puede hacer cualquiera; también son más divertidos los cuentos para no dormir que cuenta Fríker Jiménez que esos coñazos sobre años luz y bacterias anaeróbicas. No es que antes no hubiera gente que aspirara a vivir del cuento o que despreciara el conocimiento; la diferencia es que antes no se enorgullecían de ello.
Ante este panorama, hay quien ha debido de pensar aquello de "si no puedes con el enemigo, únete a él". Este fin de semana (y con esto llegamos al origen de este fabuloso ladrillo que os estoy soltando :P) he visto un par de documentales que me han hecho reflexionar sobre ello. El que más me preocupó fue uno de un canal nuevo, Discovery Max. Parece que está dedicado en exclusiva a emitir documentales de todo tipo, lo que en principio es prometedor. Pero a tenor de lo que vi, temo que el resultado no sea el que yo esperaba. El documental en cuestión trataba sobre el tiburón blanco (sí, el de la famosa película). La premisa, al parecer, era comprobar si tan encantador animalejo devora seres humanos con la misma alegría que un atún crudito, o si por el contrario no somos una presa especialmente apetecible para él y, por tanto, él no es un peligro potencial para los incautos bañistas. Ya me mosqueó el tono general en el que se había realizado el documental: dos o tres conceptos más sencillos que el mecanismo de un botijo se repetían una y otra vez, por si no te habías enterado a la primera; los presentadores hablaban como si fueran vendedores de la Teletienda, y la forma en que exponían cómo se llevaba a cabo el experimento aprovechaba recursos sensacionalistas más propios de un programa de sucesos tipo "Cops".
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El tiburón blanco, ese gran amigo del hombre |
Hasta ahí, todo bastante irregular, pero bueno, están están mostrando cómo llevan a cabo el experimento, mostrando unos hechos. El experimento en si consistía en que, de forma alterna, introducían en el agua diversos cebos (trozos de atún, de foca, etc.) y uno de los presentadores del documental, clavadito por cierto a uno de los hermanos Wayans (sí, los de Scary Movie), al que iban introduciendo en jaulas progresivamente más pequeñas. Como sospechaban que el tiburón no atacaba al susodicho porque estaba enjaulado, procedieron a usar un gran recipiente de metacrilato, a ver si el tiburón, que supuestamente no distinguiría el material transparente, atacaba o no al humano con la misma saña que al pedazo de atún. Primero bajaron al muchacho metido en la jaula de metacrilato; el tiburón pasó de él. Después, metieron medio atún (enorme bicharraco, por cierto) en la misma jaula de metacrilato. Mientras que en todas las anteriores escenas se mostraban imágenes subacuáticas de los ataques del tiburón... justo en ésta no hubo escena bajo el agua que lo mostrara: sólo mostraron cómo sumergían la jaula con el trozaco de atún, y acto seguido mostraban cómo sacaban la jaula, supuestamente rajada con el ímpetu del golpe que le había dado el tiburón y sin trozo de atún, supuestamente extraído de ella y devorado por el escualo. No sabía si reír o cabrearme: ¿qué nos querían hacer creer? Si la cámara no funcionó bajo el agua precisamente en ese momento, ¿por qué no lo explicaron, y por qué no volvieron a rodar con una cámara en condiciones? La única conclusión a la que pude llegar (si a alguien mejor pensado que yo o con más experiencia en estos temas se le ocurre otra, le agradecería que me lo explicara, a lo mejor es que soy muy cortita) es que querían demostrar a toda costa la tesis de que el tiburón blanco no ataca al ser humano, y sus planes se habían visto frustrados porque el bicho no es tan tonto y había detectado la presencia de la jaula de metacrilato. Ante esa situación, había dos opciones: o que el presentador se volviera a sumergir sin jaula ni nada (y si a alguien se le ocurrió proponérselo, seguro que le enseñó por dónde podía ir a Madrid), o directamente falsear los datos, romper la jaula y decir que había sido el tiburón. A cuadros me quedé, en cualquier caso, ante una manipulación tan burda.
En fin, es un caso extremo, pero con que sólo haya uno ya es suficientemente preocupante. Si los propios realizadores de documentales, que se supone que sirven para divulgar conocimientos que se obtienen mediante el método científico, se saltan a la torera este método para atraer más audiencia en aras de la espectacularidad y la afirmación de tópicos, incluso aunque sea con buena intención, mal vamos.
Ya digo, es el caso más extremo que he visto. No creo (o al menos eso espero) que eso sea lo más común. Pero sí noto tendencias parecidas en otros documentales. El otro que vi este fin de semana fue uno que se incluía en una serie que no tiene mala pinta (por lo menos para mí, que me gustan la geología, la historia de la evolución y todas esas frikadas). La serie en cuestión trata sobre las grandes extinciones que ha sufrido la vida en la Tierra, de las cuales la de los dinosaurios no ha sido una de las más destructivas. En éste en concreto se hablaba sobre una extinción masiva que hubo hace 200 millones de años, al final del período Triásico, causada principalmente por la fragmentación del entonces único continente, Pangea: se abrió una fisura de un cabo a otro del continente que acabó dando lugar a lo que hoy es el océano Atlántico. El documental reconstruía, a través de las aventuras y desventuras de varias especies de la época, cómo este proceso geológico y sus catastróficas consecuencias (erupciones masivas, aumento brutal del nivel de CO2 en la atmósfera, etc.) provocaron aquella extinción masiva.
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¿Los humanos qué? No me tomes el pelo, anda... |
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El tema, ya digo, me resultaba atractivo; pero empecé también a notar ciertos rasgos que no me gustaron. Las simulaciones en 3D eran bastante cutres, aunque para mí eso es lo de menos. Comprendo también que procuraran simplificar para no abrumar con datos, y la claridad expositiva me parece un objetivo loable, pero se pasaban un poco, porque daba la impresión de que sólo existían cuatro o cinco especies de animales en ese momento sobre la Tierra, y de nuevo recurrían a la repetición de conceptos muy simples hasta la saciedad. Pero esto de por si podía disculparse, si estaba destinado a un público con unos conocimientos muy básicos. Lo que me fastidió más era el enfoque que daban al asunto de la evolución: una y otra vez hablaban de la importancia que tenía que la que, al parecer, en ese momento era la única especie representante de los primeros mamíferos sobreviviera gracias a sus aptitudes para acabar siendo el más remoto antepasado de nuestra especie. Por la forma en que lo explicaban, parecía que daban a entender que eso no se debía al azar, sino que ese bichillo similar a una zarigüeya estaba destinado a sobrevivir para dar lugar a nuestra especie, culmen de la evolución. Me vino a la nariz un tufillo creacionista muy sospechoso. Y mira, por ahí sí que no paso: si ese bicho sobrevivió fue de puro churro, y más de churro todavía ha sido que nuestra especie haya llegado a existir. A la evolución el destino se la trae floja, oigan; las especies quieren sobrevivir y prosperar, por supuesto, pero que lo hagan por sus características es fruto del azar. Resulta que aquel bichillo tenía unas características que en ese momento le fueron favorables, pero en otro le podían haber perjudicado y ahora este rollo lo podría estar tecleando un extraño individuo dotado de tentáculos y antenitas, o de escamas y colmillos de un palmo de largo. Y desde luego que nuestra especie no es el culmen de la evolución. A lo mejor ese honor se lo merecerían las cucarachas, o los protozoos que nadan en cualquier charco, perpetuándose desde hace cientos de millones de años sin tener que cambiar apenas su diseño inicial: eso es lo que se podría llamar éxito evolutivo.
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Sir David Attenborough & friends |
En fin, a pesar de todo, ya digo, este documental era más potable que el del tiburón blanco, y no estoy en contra de que la divulgación científica se realice de forma amena y sencilla para que llegue a todo el mundo; de hecho, se supone que ésa es su finalidad. Pero aunque sólo haya puesto estos dos ejemplos, sé que hay muchos documentales que siguen esa línea (curiosamente, suelen ser de procedencia estadounidense, por qué será) y me temo que se está yendo a lo fácil, a llamar la atención del espectador por métodos más propios del espectáculo que de la ciencia. En vez de apelar a su inteligencia, se apela a su capacidad de asombro, a dejarlo pasmado, y yo creía que el pasmo era lo contrario de la inteligencia... Y me pregunto si acaso otra especie que está a punto de extinguirse es la de aquellos grandes divulgadores como sir David Attenborough, que te explicaba con claridad y un gran sentido del humor la vida de los grandes primates africanos y conseguía interesarte de verdad sin dar por hecho que tenía que explicarlo como a los tontos porque tú lo fueras, o por qué las televisiones no tienen el valor de producir series tan ambiciosas como la que para mí es la mejor serie documental de la historia de la televisión: Cosmos, de mi héroe infantil y de todos los tiempos, Carl Sagan. Debe de ser el signo de los tiempos: a más información, más confusión; cuanto más proliferan este tipo de programas, más baja su nivel en general. En vez de aspirar a igualarnos por arriba, lo hacemos por abajo. A lo mejor, cuando todos seamos igual de tontos, consigamos ser felices. ¿Método científico? ¿Para qué? ¿Para conocer la verdad y descubrir que no es como querríamos que fuera? Quita, quita.
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Carl, te echo de menos |