Día lluvioso, prácticamente invernal. Casi no hay luz, acabo de encender la lámpara de pie del salón para poder ver, y por primera vez desde el invierno pasado he encendido la calefacción. Suena el Hallelujah de Leonard Cohen en la versión de Jeff Buckley, y yo estoy anclada al sofá por mi tobillo esguinzado. Momento ideal para caer en la melancolía, aunque realmente me estoy dejando llevar más por la pereza :P.
Mientras, las noticias emiten información e imágenes sobre la Nueva York inundada, y bastantes menos sobre Cuba o Haití, que también han sufrido la ira de Sandy, o Argentina, que también aguanta graves inundaciones. Es lo que tiene, el dominio del Imperio. Parece que también domina ya en las conciencias: me entero de que en Madrid y Barcelona hay personas que están demandando a las compañías aéreas porque han cancelado los vuelos a la Costa Este de Estados Unidos, al más puro estilo estadounidense de "te demando porque no me advertiste de que el café podía estar caliente y me he quemado". Encima de que se suspenden esos vuelos por su seguridad. A lo que llega la tontería...
El invierno, por lo que me cuentan, también ha llegado a la Biblioteca Nacional. Hace frío en las salas de lectura, y va a hacer más frío aún en las cuentas corrientes de muchos de mis antiguos compañeros. La empresa que los tiene contratados para trabajar allí (porque, por si no lo sabéis, en la Biblioteca Nacional más de la mitad del personal es subcontratado, como yo también lo he estado) va a hacer un ERE brutal, despidiendo de golpe a más de veinte personas, y eso es sólo entre la gente que trabaja de cara al público, porque en otros departamentos hay muchas más personas trabajando en tareas internas. Gente que lleva trabajando allí varios años, que desempeña sus tareas con profesionalidad, rapidez y eficacia, pero que ganan la mitad de lo que gana un funcionario (y no lo digo por meterme con los funcionarios, que simplemente gozan, o gozaban hasta hace unos meses, de las condiciones de trabajo que deberíamos tener todos) y que siempre están expuestos a los vaivenes de las decisiones de la Nacional y de las empresas que los contratan. Porque en la práctica se trata de una subasta, y la Nacional adjudica los proyectos para trabajar en sus diferentes departamentos a la empresa que mejor (por barata) oferta económica le presenta.
Por ese medio ya somos muchos los que hemos dejado de trabajar allí: la Nacional adjudica los proyectos a las empresas que más le convienen en cada momento, y aunque hasta no hace mucho solía renovar a las que ya estaban si veían que sus trabajadores funcionaban bien, ya que lo lógico es que la gente que lleva trabajando allí años y ya domina el trabajo que hay que realizar continúe haciéndolo, ahora eso le da igual. Tampoco las empresas que entran nuevas están obligadas a mantener a los trabajadores que tenían las empresas anteriores, así que en la práctica, si un proyecto cambia de empresa, cambia también de trabajadores: unos se van a la calle y otros entran nuevos. Yo me he encontrado en ambos casos. A esto se añade el problema de que ahora se está reduciendo la plantilla de manera escandalosa, por exigencia de la Biblioteca Nacional, alegando que no hay presupuesto suficiente, y salen muchos más de los que entran. Y no es sólo que se vaya a contratar a mucha menos gente de la que se despide: los nuevos contratados ya están recibiendo sueldos inferiores a los que se cobraban antes, que ya de por si eran escasos, pero al menos antes daban para vivir, aunque fuera apretándose el cinturón no ya a fin de mes, sino desde el día 5. Ahora, ni eso. Donde yo trabajaba hasta enero de este año, está ahora una becaria que cobra dos terceras partes del sueldo que yo cobraba. Y la pobre ni siquiera protestará porque es una recién licenciada que necesita adquirir experiencia y dará gracias por tener una beca remunerada.
Obviamente, esto se debe a que la mayoría de las empresas, si no todas, enfrentadas a un presupuesto más reducido, primero recortan de donde siempre: de los sueldos de los trabajadores, aunque luego se vean obligadas a recortar también de otros sitios, y tampoco creo que esta política a la larga las beneficie. Pero si las empresas tratan mejor o peor a sus empleados, aunque pueda ser censurable, es algo que no me parece extraño (al fin y al cabo, no son ONGs, van a obtener beneficios, como cualquier empresa privada). Lo que me parece mucho más censurable, demandable y aborrecible es que la propia administración pública, que, por ley y por lógica, debería estar obligada a velar por la calidad de los servicios que administra y de las condiciones de trabajo del personal que presta esos servicios, no sólo no lo haga sino que los empeore conscientemente. Porque ahora se alega que hay crisis, pero estos recortes, al menos en la Nacional, empezaron ya hace unos años, cuando se suponía que todavía había presupuesto suficiente. Ya el hecho de que lleve muchos años externalizando servicios que podría realizar con personal contratado directamente dice mucho de su política administrativa y laboral, cuando está demostrado que está pagando más a las empresas por esos trabajadores subcontratados que si les pagara los sueldos directamente. Pero, claro, se ahorra movidas de contratación, pago a la seguridad social, cotizaciones, bajas, demandas, trato con sindicatos... Es más cómodo así.
Por ese medio ya somos muchos los que hemos dejado de trabajar allí: la Nacional adjudica los proyectos a las empresas que más le convienen en cada momento, y aunque hasta no hace mucho solía renovar a las que ya estaban si veían que sus trabajadores funcionaban bien, ya que lo lógico es que la gente que lleva trabajando allí años y ya domina el trabajo que hay que realizar continúe haciéndolo, ahora eso le da igual. Tampoco las empresas que entran nuevas están obligadas a mantener a los trabajadores que tenían las empresas anteriores, así que en la práctica, si un proyecto cambia de empresa, cambia también de trabajadores: unos se van a la calle y otros entran nuevos. Yo me he encontrado en ambos casos. A esto se añade el problema de que ahora se está reduciendo la plantilla de manera escandalosa, por exigencia de la Biblioteca Nacional, alegando que no hay presupuesto suficiente, y salen muchos más de los que entran. Y no es sólo que se vaya a contratar a mucha menos gente de la que se despide: los nuevos contratados ya están recibiendo sueldos inferiores a los que se cobraban antes, que ya de por si eran escasos, pero al menos antes daban para vivir, aunque fuera apretándose el cinturón no ya a fin de mes, sino desde el día 5. Ahora, ni eso. Donde yo trabajaba hasta enero de este año, está ahora una becaria que cobra dos terceras partes del sueldo que yo cobraba. Y la pobre ni siquiera protestará porque es una recién licenciada que necesita adquirir experiencia y dará gracias por tener una beca remunerada.
Obviamente, esto se debe a que la mayoría de las empresas, si no todas, enfrentadas a un presupuesto más reducido, primero recortan de donde siempre: de los sueldos de los trabajadores, aunque luego se vean obligadas a recortar también de otros sitios, y tampoco creo que esta política a la larga las beneficie. Pero si las empresas tratan mejor o peor a sus empleados, aunque pueda ser censurable, es algo que no me parece extraño (al fin y al cabo, no son ONGs, van a obtener beneficios, como cualquier empresa privada). Lo que me parece mucho más censurable, demandable y aborrecible es que la propia administración pública, que, por ley y por lógica, debería estar obligada a velar por la calidad de los servicios que administra y de las condiciones de trabajo del personal que presta esos servicios, no sólo no lo haga sino que los empeore conscientemente. Porque ahora se alega que hay crisis, pero estos recortes, al menos en la Nacional, empezaron ya hace unos años, cuando se suponía que todavía había presupuesto suficiente. Ya el hecho de que lleve muchos años externalizando servicios que podría realizar con personal contratado directamente dice mucho de su política administrativa y laboral, cuando está demostrado que está pagando más a las empresas por esos trabajadores subcontratados que si les pagara los sueldos directamente. Pero, claro, se ahorra movidas de contratación, pago a la seguridad social, cotizaciones, bajas, demandas, trato con sindicatos... Es más cómodo así.
Hablo de la Biblioteca Nacional porque es el caso que conozco más de primera mano, pero quien dice bibliotecas, dice Sanidad, Educación, y un largo etcétera que ya conocéis. Servicios públicos que no se ven como lo que son, una inversión para mejorar a medio y largo plazo el conjunto de la sociedad, sino como gastos que no generan beneficios palpables a corto plazo, que es lo único que ahora importa. Así que se recorta en servicios, en personal, en cosas tan elementales como dar de comer a los niños en el colegio o encender la calefacción en invierno en esos colegios o en las bibliotecas. Y entonces el viento helado se cuela por los pasillos, dejándonos a todos congelados, como fantasmas que vagan por entre los muros derrumbados de una Invernalia abandonada a la oscuridad en la que el agua termal que calentaba sus venas y las nuestras se derrama y se pierde sin remedio. El invierno ha llegado para quedarse mucho tiempo. ¿Conseguiremos levantar de nuevo al sol para que llegue la primavera?