Anoche terminé de leer Murder Falcon. Por si no lo sabéis, es un cómic escrito y dibujado por Daniel Warren Johnson y coloreado por Mike Spicer, y me atrevo a decir que es una obra maestra. La trama es muy sencilla en apariencia, y para quien no esté acostumbrado a leer cómics ni sea aficionado al heavy metal, puede parecer casi ridícula: Jake, un guitarrista temporalmente retirado, se ve de repente empujado a luchar contra monstruos llegados de otra dimensión que intentan invadir nuestro mundo y absorber la energía vital de los seres humanos, enfrentándose a ellos con el poder de la música y el apoyo de Murder Falcon, Murf para los amigos, un gigantesco halcón antropomórfico más heavy que el viento. Para ello reúne a su antiguo grupo, del que se había apartado por motivos que iremos conociendo poco a poco y que le habían llevado a aislarse en general de su vida anterior.
Partiendo de una premisa tan bizarra y tan delimitada, Daniel Warren Johnson desarrolla una historia de dolor, amor y redención profundamente emocionante que reivindica la música, especialmente el heavy metal, como vehículo de trascendencia y superación. Como dice el autor en una breve introducción: “Perdona mi franqueza pero la vida puede ser una mierda a veces, o constantemente, y somos incapaces de pararlo. Incapaces, sí. Pero no hemos de quedarnos callados. […] Toco la guitarra desde que tenía once años. Es parte de mí. Y siempre que siento aproximarse una tormenta, toco la guitarra horas y horas. Atravesé una tormenta mientras dibujaba EXTREMITY. Mucho dolor y muchas noches interminables. Me hizo querer abandonar, dejar de intentarlo. […] Pero mi guitarra siempre estuvo ahí. La música siempre estuvo ahí. No arregló nunca nada, pero hizo que las cosas fueran un poco mejores. Como si aún hubiera esperanza por algo, en alguna parte. Por eso me encanta el estilo de música Metal. Es descarado, es absurdo, y no tiene miedo alguno a gritarle a la nada, incluso en mitad del sufrimiento. Alegría en un mar de oscuridad. ¿Y qué mejor manera de mostrar el dedo corazón a nuestras tragedias que lanzarse a un solo de guitarra?”.
Me siento muy identificada con sus palabras. Desde mi adolescencia, la música me ha ayudado a superar los malos momentos. Aunque no solucionara nada por sí misma, me ayudaba a evadirme de esos malos momentos, a evitar la negatividad y me levantaba el ánimo, y así conseguía superar los malos tragos y seguir adelante. Desde los 14 años, cuando empecé a escuchar heavy metal, la música ha sido mi compañera constante. Igual que la lectura, las películas y series y las narraciones de ficción en general que me permitían evadirme y al mismo tiempo me proporcionaban enseñanzas que a la larga me han calado y me han aportado más que la educación reglada y han contribuido decisivamente a convertirme en la persona que soy hoy en día. Todo va unido, y por eso no es raro que muchas veces las personas que escuchan con verdadera devoción determinado tipo de música también sean devotas de otras manifestaciones artísticas, no siempre canónicas, muchas veces enraizadas en una cultura pop poco apreciada y hasta hace no mucho relegada al rincón del “frikismo”. Ni todos los heavies son frikis, ni todos los que son frikis escuchan heavy metal, pero ambas circunstancias coinciden muy a menudo y no creo que sea por casualidad. Son aficiones que, cuando no se adquieren de manera impostada, por seguir la moda, se viven con fervor sincero y nunca te abandonan. Lejos del concepto del arte como algo elitista hay todo un mundo de manifestaciones artísticas populares que a veces pueden resultar horteras o ridículas a ojos de los que no las aprecian ni las sienten, pero son genuinas, e incluso cuando se han mercantilizado porque el capitalismo ha descubierto su rentabilidad, mantienen, aunque sea en el fondo, la esencia que hizo que tantas personas las atesoraran como fuente que eran de las pocas satisfacciones que tenían en sus vidas. Por eso Murder Falcon consigue la cuadratura del círculo, presentándonos una historia universal en un formato tan particular. Cualquiera puede apreciarla, pero si además eres fan del heavy metal, te llegará hondo al corazón. Aparte del final, muy emotivo de por sí, hay momentos de homenaje a figuras clave del heavy metal y el rock duro que me han hecho saltar las lágrimas, literalmente. Además, mis anteriores lecturas han sido precisamente las autobiografías de Lemmy Kilmister y Rob Halford, dos estrellas fundacionales del metal de los que se puede decir con propiedad que la música les salvó la vida (en serio, leedlas, es impresionante el espíritu de superación de ambos), así que estaba especialmente receptiva, y ambos, de maneras bastante curiosas pero patentes, aparecen en Murder Falcon. Igual que otros dos músicos muy relevantes, especialmente el último, que no nombraré por no hacer spoiler, pero cuyas apariciones son las que más me han emocionado. Joder, es que mientras recuerdo esos momentos al escribir se me pone un nudo en la garganta, os lo juro.
Pero, ojo, no son los protagonistas. Los verdaderos protagonistas: Jake, Murf,
sus compañeros de grupo y otros personajes más secundarios pero muy relevantes
también son verdaderamente cautivadores, les tomas cariño y te identificas con
ellos y con su dolor y su valor. Unidos a una narración y unas ilustraciones épicas
a más no poder, crean una historia que recomiendo mucho, no sólo para los que
amáis el heavy metal como yo, sino para cualquiera que quiera disfrutar de una buena
historia. Yo la releeré más de una vez y más de dos, seguro.