viernes, 29 de noviembre de 2019

To France


Desde que mis hijos van al colegio, todos los otoños toca recogida de hojas. Las maestras de educación infantil suelen aprovechar para que en cada cambio de estación los niños hagan algo relacionado con la estación que toca y así aprendan de forma práctica, y en otoño lo más socorrido es llevar hojas caídas a clase para formar una especie de mural con ellas. Como los niños son como son, al menos los míos, se entusiasman y hoja caída que ven, hoja caída que quieren llevar al colegio para dársela a su seño. Me imagino a la pobre maestra tirando disimuladamente las hojas a la basura cuando los niños no la ven. Por supuesto, también se traen hojas a casa y ahora tengo unas cuantas decorando las habitaciones. Y sí, también he tirado unas cuantas a la basura cuando no me ven :P.
El caso es que desde donde vivo hasta donde está el colegio de mis hijos las calles están flanqueadas por plátanos de sombra muy grandes. Son unos árboles majestuosos y producen unas hojas grandes y preciosas que en otoño toman unos tonos amarillos y pardos muy bonitos, con lo que el entusiasmo de mis hijos por recoger hojas se multiplica. La verdad es que me gusta ir a recogerlos al colegio paseando bajo la sombra de los plátanos, y el espectáculo en otoño es fantástico. Yo siempre había sido partidaria del verano, que sigue siendo mi estación favorita, pero desde hace unos años el otoño ha ganado muchos puntos gracias a circunstancias como esta. Incluso he vuelto a apreciar la lluvia, a la que había cogido bastante tirria durante la época en que me tocó llevar y traer al mayor al colegio cuando aún vivíamos en otro barrio y estaba matriculado en un colegio que tenía jornada partida. Lo mejor era que aún tenía que llevar al pequeño en el carrito y era un número de circo sacarlos a los dos, bajando el carrito a pulso por las escaleras (ascensor, ¿eso qué es? Los promotores de vivienda de los años 60 no tenían ni puta idea) y desplegando plástico y paraguas para llegar a tiempo por unas calles llenas de baches y sembradas de minas biológicas (es decir, cacas de perro). Todo eso cuatro veces al día=8 trayectos de ida y vuelta con el carrito del pequeño. Cada vez que veía una nube un poco negra deseaba mudarme a un país donde, como decía el adorable Alberto Pérez en su versión de la canción de Brassens “La tormenta” para el disco de La Mandrágora, si se oye llover será porque haga pis algún niño del vecindario. 

Pero todo pasa y todo cambia. Ahora mis dos minikingos van al colegio, ya me he librado de carritos y el paseo se ha vuelto mucho más llevadero. Puedo disfrutar de ver caer las hojas y llevármelas a casa si encuentro una especialmente bonita. Lo malo es que no duran mucho. Dentro de la casa, con un ambiente más cálido y seco que fuera, se marchitan más rápido y las puntas se doblan hacia dentro. Creo que de todas las estaciones el otoño es la que más nos recuerda lo rápido que todo cambia y desaparece. Hace tres años, por ejemplo, estaba cagándome en todo por culpa de la lluvia. Hace casi dos años, la vida vino a darme una bofetada para demostrarme que ese era el menor de mis problemas. Ahora puedo disfrutar de la lluvia y de la caída de las hojas. No se puede dar nada por sentado. Esta mañana, mientras volvía de llevar a los niños al colegio, sonaba en mi móvil, gracias a la magia del azar, “To France” de Mike Oldfield en la versión de Blind Guardian. Por si no habéis parado a escuchar alguna vez con atención la letra de la canción, cuenta la historia de María Estuardo, la rival de Isabel I de Inglaterra. Se crió en Francia, incluso fue reina consorte allí, pero tras enviudar partió hacia Escocia sin saber que nunca volvería al país que la había visto crecer. Yo he vuelto a donde empecé, como Lico Manuel en “Llanto de pasión” (tenéis que oír la versión de 2015 de cuando Manolo García y Quimi Portet se reunieron brevemente, es lo mejor que han hecho en su puta vida), sin esperarlo tampoco, pero es lo que toca. Después del otoño llega el invierno, pero luego vuelve la primavera. Siempre vuelve. Pero no por eso hay que dejar de apreciar la belleza de las hojas caídas. Mientras mis hijos sean felices recogiéndolas para llevárselas a su maestra, yo soy feliz. Y ahora os dejo, que tengo que ir a buscarlos. Hasta pronto.


sábado, 9 de noviembre de 2019

Jornada de reflexión


El señor de la fotografía es mi abuelo Juan Pedro, el padre de mi padre. Murió antes de que yo naciera. Lo hizo con 65 años, así que en la foto debía de tener como máximo esa edad. No tuvo una vida fácil, como casi todos los de su generación. Era de Mula (Murcia) y casi toda su vida trabajó en la huerta, de jornalero. Se vino a Madrid poco antes de que empezara la guerra civil porque en su pueblo no conseguía trabajo. ¿Por qué? Porque no se callaba. Por si no lo sabéis, hace 70, 80 años, los capataces que dirigían el trabajo en el campo eran los que elegían a quién se llevaban a trabajar cada día a la huerta. Igual que aún pasa en muchos sitios, sólo que ahora los trabajadores suelen ser inmigrantes y en la época de mi abuelo eran los los hombres del pueblo. Se reunían en la plaza muy temprano y el capataz de turno decía: fulanito, menganito, zutanito, os venís. Mi abuelo, republicano y socialista, no era de callarse ante los abusos, así que muchas veces no lo elegían. Ante la falta de oportunidades decidió venir a Madrid, y aquí siguió trabajando en las huertas que había entonces por la zona de San Martín de la Vega, cerca de donde ahora está el parque de la Warner. Se suponía que mi abuela Lucía, mi padre y mi tía Carmen (mi tío Manolo nació después de la guerra) iban a acompañarle en breve, pero aquí le pilló la guerra. Por lo que sea no lo alistaron y siguió trabajando. Mientras, mi abuela se quedó en Mula con sus hijos. Mi padre tiene recuerdos de ver los bombardeos de Cartagena: mi abuela y mi bisabuela Remedios le decían que es que estaban de fiestas y esas luces eran fuegos artificiales. Al terminar la guerra, mi abuelo se pudo traer a su familia, no sin antes pasar cerca de un mes internado en el campo de concentración que montaron los vencedores en el antiguo campo del Rayo Vallecano porque al parecer algún vecino cabrón lo denunció. Por suerte salió de allí, pero luego le tocó aguantar una posguerra de miseria como a casi todo el mundo. Aun así, estaba en una posición más favorable que otros: solía traer verduras de su trabajo, y a veces las intercambiaba por pan en la tahona, o si sobraban mi abuela les daba a sus vecinos, que pasaban más hambre todavía. A pesar de eso tuvo que poner a mi padre y a mi tío a trabajar antes de que acabaran la escuela. Mi padre se sacó el último curso en el nocturno. A veces se quedaba dormido y sus compañeros le pintaban bigotes de tinta. Luego ya no pudo seguir estudiando, aunque le habría gustado. Mi tío Manolo ni siquiera acabó primaria.

Con los años, mi abuelo acabó cambiando de trabajo. Se hizo albañil. Cómo sería de dura la vida de jornalero en la huerta para preferir trabajar de albañil. O también puede que fuera porque las huertas de San Martín de la Vega desaparecieron, no lo sé. Todo esto que cuento es lo que me contó mi padre hace tiempo, que a su vez lo recordaba de su niñez. No tenía muchos datos, porque mi abuelo no le contó mucho. Por lo que he sabido después, es algo muy común entre la gente que sufrió la guerra: muchos de mis amigos y conocidos tampoco saben gran cosa porque sus abuelos y bisabuelos no solían contar su historia, como si quisieran borrarla, por miedo o por tristeza. Pero lo poco que sé lo he vuelto a recordar esta mañana. Una chica a la que sigo en Twitter, y a la que no mencionaré porque a lo mejor se le llenarían las menciones de pesados y no quiero fastidiarla, explicaba que no habían querido concertar una entrevista de trabajo con ella porque había cometido la osadía de preguntar dónde iba a trabajar y con qué horario. A quién se le ocurre. Y ya de preguntar por el sueldo ni hablemos. Los empresarios de ahora, como los señoritos de antaño, tienen disponibles a muchos desempleados desesperados por conseguir un trabajo que tragarán con lo que les echen con tal de obtener un sustento. Así que nada de preguntas, y mucho menos de exigencias, aunque estas no sean sino derechos laborales que se suponía que habían sido conquistados gracias a la lucha obrera de las generaciones de mis abuelos y mis bisabuelos, y que aun así no habían podido disfrutar plenamente y muchos de esos derechos se vieron eliminados o relegados tras la guerra. Se suponía que con la vuelta de la democracia y la legalización de partidos y sindicatos eso había revertido, pero ya sabemos que fue un espejismo. Con la excusa de la crisis cada vez perdemos más derechos, derechos que será muy difícil recuperar si alguna vez lo conseguimos. No sólo derechos laborales, sino de todo tipo. No sé si mis hijos podrán beneficiarse de becas el día de mañana para estudiar, como sí fue mi caso, por ejemplo.  Es verdad que los políticos que nos gobiernan pueden influir en el mantenimiento o la pérdida de esos derechos hasta cierto punto, pero como poder, pueden, más de lo que se creen muchos. Por eso os pido que mañana vayáis a votar, y que penséis muy bien a quién vais a votar. De nosotros depende que la historia de mi abuelo no se repita.

martes, 5 de noviembre de 2019

Te lo juro por los Silmarils


Últimamente sigo en Twitter a una tuitera muy graciosa, @_TheIronMaiden_ , tan graciosa como friki, que escribe unos hilos desternillantes, muchos dedicados a las películas de El señor de los anillos. Hace bastante tiempo que no las veo, pero gracias a esos hilos, además de partirme de risa, vuelvo a recordar detalles que tenía olvidados. Uno de ellos es la presencia de un personaje muy secundario, realmente un extra, que sin embargo consiguió una gran repercusión en Internet: Lindir, más conocido como Figwit. Si eres joven y no viviste la explosión internetera de cuando se estrenaron las películas, o no eres un frikazo como yo, te estarás preguntando: “¿Quién coño es Figwit?”. Me alegro de que te hagas esa pregunta, porque eso es justo lo que su nombre significa XD. 
Mira que eres Lindiiiiir, qué precioso eres
Me explico: en La comunidad del anillo, en la escena del Concilio de Elrond, entre los personajes que aparecen al fondo, casi todos elfos de Rivendel, hubo uno que por azar o porque Peter Jackson decidió ponerlo en esa posición resultaba bastante visible, pero no pronunciaba una sola palabra y se le veía tan lánguido que parecía una parodia del concepto de elfo tolkieniano. A algunos con mucho cachondeo en el cuerpo y bastante tiempo libre les dio por elucubrar sobre ese personaje, tan notorio como superfluo. Como no aparecía mencionado por ninguna parte, se les ocurrió llamarle Figwit, cuyas letras son las siglas de "Frodo is grea...who is THAT?!?". La coña se viralizó y el personaje cobró tanta relevancia que ya en El retorno del rey le dieron un par de líneas de diálogo: cuando Arwen, que marcha hacia los Puertos Grises, decide dar media vuelta y quedarse en la Tierra Media y Figwit, que forma parte de su séquito, haciendo honor a su reputación, le dice en un tono estudiadamente mustio: “Dama Arwen. No hay que demorarse. ¡Mi señora!”. La coña llegó a su punto culminante cuando le dedicaron un documental que está disponible en Youtube: Figwit Documentary y que incluso recibió premios, y por supuesto en El hobbit le volvieron a dar un papelito pequeño pero con algunas líneas de diálogo en la corte de Elrond y por fin le pusieron un nombre oficial: Lindir, un elfo que es mencionado en la obra original de Tolkien cuando Frodo llega a Rivendel.
Malditos enanos. Mira, de verdad, esto no está pagao.
Supongo que la coña tuvo tanto éxito entre otras cosas porque, como veis, Peter Jackson y compañía la aceptaron y promovieron haciendo gala de su sentido del humor, que al propio actor que lo interpreta, Bret McKenzie, no le falta porque resulta que es, entre otras cosas, uno de los dos componentes del dúo humorístico-musical Flight of the Conchords (si no los habéis visto nunca ya estáis corriendo a buscarlos en Youtube, son unos cracks. Y son amiguetes de Taika Waititi, of course). Por cierto, su padre es el que hace de Elendil en el prólogo de La Comunidad. Pero él fue el primer sorprendido por la fama que su personaje consiguió. ¿Qué fue lo que prendió la primera chispa que desencadenó el fenómeno?
Mi teoría es que en la base de la coña subyace algo que nos ocurre a muchos fans de El señor de los anillos: los elfos de las películas de Peter Jackson son RAROS. Muy raros. Muchos dirán que, directamente, son “raritos”, ya sabéis en qué sentido, y creo que parte de razón no les falta 😅. El problema es que Tolkien describe a los elfos de ambos sexos como seres extraordinariamente hermosos, y cada uno los imagina como quiere, pero llevar eso a imagen real es muy difícil en el caso de los elfos varones, porque ya sabemos que la belleza es una cualidad que se valora principalmente en las mujeres, por lo que cuando se presenta en un grado superlativo en un hombre se percibe como un síntoma de afeminamiento. Eso, unido al carácter propio de los elfos, aparentemente mucho más refinado y desapegado de las preocupaciones materiales que el de los hombres o los enanos, les ha creado una fama muy particular entre muchos de los fans de Tolkien. Hablando en plata: para sus detractores, los elfos son unos maricones. Sí, añadidle todas las connotaciones negativas que queráis a ese término, aunque estén bañadas con una capa considerable de jolgorio. Que no tengo nada en contra de que la naturaleza de los elfos sea mucho más andrógina o directamente femenina que la de los humanos, el problema es que es muy difícil representar esa naturaleza con actores que, obviamente, no tienen esa belleza élfica irreal. La verdad, a juicio de muchos (yo me incluyo) el look de los elfos de las películas no ayuda demasiado. Es muy difícil caracterizar a actores masculinos con un look andrógino y refinado y que, si no son realmente bellos por naturaleza, no parezcan unos travestis de la Tierra Media. Figwit todavía tiene a su favor que Bret McKenzie, al menos, es guapete, así que su aspecto es lánguido pero no da dentera, y Orlando Bloom es posiblemente el único que ofrece un aspecto realmente convincente como elfo en las películas, independientemente de que sea mejor o peor actor (menos mal, porque era uno de los protas 😂), pero el problema llega cuando el actor no es especialmente atractivo o tiene un tipo de belleza muy masculino: el efecto drag queen es demoledor. No lo digo ya tanto por Hugo Weaving, que al fin y al cabo es un gran actor y consigue que pasado el shock inicial nos acostumbremos a verlo con la diadema de Barbie Superstar (y recordemos que Elrond es medio humano, no tiene por qué ser tan guapo como un elfo de pura cepa), ni tampoco por Celeborn, que por suerte sale poco, sino sobre todo por otro elfo que nunca dejaré de considerar un error de casting garrafal: Haldir. Lo siento por Craig Parker, que hace lo que puede, pero no he visto a nadie que le siente peor el pelucón rubio que le plantaron. En serio, al natural ese hombre es guapo y todo, pero tiene un tipo de belleza que no pega ni con cola para un elfo. Seré una mala persona, pero para mí fue un alivio cuando cayó en la batalla del Abismo de Helm. No puedo con él, de verdad, no puedo, no puedorrrrrrr. 
Si es que no puedo con esa cara de pan de lembas >.<
Yo creo que el mismo Peter Jackson y sus colaboradores eran conscientes de ello, y viendo que no eran capaces de dar con la tecla adecuada para paliar ese efecto drag queen no buscado, pensaron que de perdidos al río y fueron a por todas. Y así es como hicieron de la necesidad virtud y en las películas de El hobbit nos presentaron a la auténtica reina de las hadas, que es ni más ni menos que Thranduil, el rey elfo del Bosque Negro y padre del mismísimo Legolas. Lee Pace, el actor que lo encarna, aparte de ser razonablemente guapo y bastante versátil (cuando me enteré de que interpretaba a Ronan el Acusador en las películas del MCU me quedé con el culo torcido XD) debe de ser un cachondo mental y, con la venia del director y los guionistas, creó a la verdadera reinona de la Tierra Media, con el permiso de Galadriel. Seguramente sabía lo que iban a opinar los trve fans de él, así que pensó: “Conque sí, ¿eh? Pues os vais a enterar”. El resultado es tan glorioso que para mí es de lo mejorcito de las películas de El hobbit, y lo digo en serio. Es que, de verdad, por favor, me muero con esa corona de Miss Arda de la Tercera Edad, con esa melena Pantene combinada con esas cejas de supersaiyajin, con esa montura que parece el padre de Bambi ultrahormonado, y sobre todo con esa prestancia, ese estilazo, esa mirada superreconcentrada de desprecio por todos los mortales de la Tierra Media y parte del extranjero. Que sólo le falta llevar un neón flotando sobre su cabeza que diga “Bitch, I’m fabulous”. Bueno, no, no le hace falta, todos lo sabemos. 
En fin, salvo la honrosísima excepción de Thranduil, que asumió su naturaleza con todas las consecuencias, y de su hijo Legolas, que es el mejor atisbador de la lejanía de la Tercera Edad y tiene el mérito de haber inventado el surf en épocas tan pretéritas, los elfos de PJ no han conseguido estar a la altura de las expectativas de muchos de nosotros. Me pregunto si hay alguna forma realmente satisfactoria de representar a un elfo que sea al mismo tiempo bellísimo y majestuoso como se espera de su raza sin caer en la parodia o la horterada. Creo que lo más parecido al concepto élfico tolkieniano, al menos a nivel estético, que he visto ha sido en un medio que en teoría está en las antípodas de la literatura fantástica que Tolkien consagró: en el manga y anime japonés, cuyos autores son capaces de diseñar personajes masculinos realmente hermosos de belleza etérea y, sin embargo, no dan sensación de fragilidad o falta de carácter. Pero no son seres humanos reales, claro, así que el problema de representar personajes élficos en imagen real sigue pendiente. Tengo verdadera curiosidad por ver cómo lo resuelven los de Amazon en la futura serie basada en El señor de los anillos que están preparando. También tengo ganas de ver si aparece algún elfo en la serie de Netflix de Geralt de Rivia, ya que en los libros de Andrzej Sapkowski sí aparecen elfos, pero no sé si en la adaptación a televisión se los fumarán o no. Si bien se parecen mucho a los elfos de Tolkien, tienen características propias que creo que harían más fácil su representación con seres humanos. Pronto lo sabremos. Hasta entonces, namarië 😉.