domingo, 13 de enero de 2019

Prometo estarte agradecida


No, este post no está dedicado a Rosendo Mercado (aunque por poder, podría estarlo, también a Rosendo le puedo agradecer unas cuantas cosas).  Este post está dedicado a los podcasts y, por extensión, a su origen, la radio.
Realmente no he empezado a escuchar podcasts hasta hace poco. Pero sí he escuchado la radio toda la vida. No como algo de fondo que ponen tus padres en casa y luego tú a veces en el coche. Me encantaba escuchar la radio. Primero, programas musicales: a los 10 años o así, como todo quisqui entonces, oía los 40 Criminales, y a partir de los 14 comencé a escuchar los programas de música heavy que se emitían por las noches, al menos en Madrid. Escuchaba a Rafa Basa, al Pirata, al malogrado Mariano García… Era a mediados/finales de los 80, la edad de oro del heavy, y no me perdía ni uno. Me conocía todas las canciones que se radiaban, los últimos lanzamientos de los grupos del momento, también los clásicos porque por suerte los programas de heavy no se limitaban a pinchar los nuevos hits como la radiofórmula… Viví también el auge de las emisoras piratas como Radio Vallekas o la mítica Cadena del Water. Incluso durante unos años hice con mi hermano y luego con unos amigos un programilla de música los sábados por la tarde en una emisora pirata del barrio, Radio Paloma.
Pasados unos años, empecé a escuchar también otros programas de radio. Por ejemplo, yo era dosmilera: es decir, una de los muchos seguidores que tenía el programa “Hacia el 2000” que hacía Pablo Motos desde la radio valenciana. Sí, hubo un tiempo en que Pablo Motos molaba, lo puedo atestiguar. También escuchaba a Gomaespuma en su momento más glorioso, y a Julia Otero, y recuerdo con cariño programas como “Esta noche, tampoco” de Juanjo de la Iglesia (sí, el del primer “Caiga quien caiga” de El Gran Wyoming) o “Diálogos 3” de Ramón Trecet, un programa histórico gracias al cual descubrí a grupazos como Hedningarna o Wolfstone (cuenta la leyenda que el plácido, casi somnífero Trecet mutaba como el doctor Banner en el Increíble Hulk cuando se dedicaba a su otra faceta radiofónica, la de periodista deportivo que retransmitía partidos de baloncesto).
Según iban pasando los años y mis horarios cambiaban según los ritmos laborales, escuchaba unos programas u otros, pero siempre había algo que escuchar. Lo último que escuché asiduamente fue la programación de Radio Nacional, especialmente el programa de Toni Garrido por las mañanas. Parafraseando el meme, vine por la ausencia de publicidad y me quedé por los contenidos. Pero entonces llegó la debacle. En 2011 el PP de Mariano Rajoy ganó las elecciones y armó una escabechina brutal que arrasó con todos los profesionales que no eran afines al régimen y sus respectivos programas. De hecho, arrasó con toda la estructura de la radio pública. Así que prácticamente dejé de escuchar radio, y como coincidió con mi enganche a Spotify y otros medios, amén de un “ligero” cambio de rutinas (es decir, tuve a mis hijos), por unos años la radio prácticamente desapareció de mi vida. Sólo en los últimos dos años, más o menos, he vuelto a escucharla esporádicamente, pero ya no es lo mismo. Aunque han vuelto algunos de los damnificados por la era Rajoy, como Toni  Garrido y su inseparable Tom el Sueco o la maravillosa Nieves Concostrina ahora en la cadena SER y otros nuevos han tomado su espacio, como los geniales Especialistas Secundarios en la misma emisora, la radio que yo solía escuchar hace tiempo que no existe.
Pero ocurrió algo inesperado: el año pasado volví a trabajar. Sé que suena triste, pero la realidad laboral de una madre de niños pequeños que ha estado un tiempo desempleada es así: volver a conseguir trabajo es toda una proeza en esas circunstancias y sobre todo a partir de determinada edad. En mi nuevo trabajo (que en realidad no es tan nuevo porque ya había trabajado antes en otros departamentos de la sacrosanta institución en la que presto mis servicios, aunque a veces parezca que fue en otra vida) se juntaron además unas circunstancias especiales: que buena parte de mi jornada transcurre en solitario deambulando en solitario por los depósitos del edificio, que ya contaba con un smartphone mínimamente decente en el que poder descargarme contenidos para escuchar offline pero también estaba un poco cansada de escuchar sólo música, que la radio no tiene buena cobertura en las profundidades de los depósitos y que uno de mis compañeros, Santi, me descubrió el mundo de los podcasts. No es que no supiera ya lo que era un podcast, es que nunca me había dado por escuchar ninguno. Por recomendación suya empecé a oír los podcasts de La Órbita de Endor… y, oh, maravilla. Redescubrí lo que era escuchar programas monográficos sobre los temas que más me interesan, realizados por puro amor al arte por gente que, sin ser profesional de la radio, demostraban un entusiasmo y una dedicación que no había vuelto a ver desde los tiempos más gloriosos de las radios libres y, gracias a la tecnología actual, bastante mejor trabajados, la verdad sea dicha. Era como volver a oír esa radio que hace décadas sólo escuchabas de madrugada y en determinadas emisoras. Unos colaboradores me gustan más que otros, unos temas me interesan más que otros, pero siempre hay algo interesante que escuchar, y los programas están muy bien realizados. Y como llevan años tengo material de sobra para ir tirando en los largos ratos que me paso circulando por los depósitos de mi lugar de trabajo, o cuando tengo un rato para salir a pasear, o en cualquier otro momento.
También he descubierto algunos podcasts más, como el Podcast de Hielo y Fuego, centrado en la famosa obra de George R. R. Martin y su reflejo en serie de televisión, Juego de Tronos. Lo realizan unos chicos tan jóvenes y adorables como entusiastas y de verdad que se lo curran muchísimo. Después de que desapareciera la web de Asshai y sus foros, que durante unos años fue mi segunda casa, me había descolgado bastante del mundo de Poniente y ha sido una alegría regresar a los Siete Reinos de manos de este podcast y sus integrantes. Otro podcast que he empezado a escuchar hace muy poco es Regreso a Hobbiton, a cuya principal realizadora, Míriel/Elia Martell conocí precisamente por medio de LODE, y también es un placer volver a la Tierra Media.
En fin, de momento, como veis, estoy muy centrada en la temática friki, pero probablemente con el tiempo me abra a otros campos y escuche más podcasts de todo tipo. Lo bueno es que hay mucho tiempo por delante para irlos descubriendo. Curiosamente, de momento no me llaman mucho la atención los podcasts que son realmente programas de radio convencional grabados para poder escucharse también en diferido: se me hace raro escuchar a posteriori algo que se hizo para ser escuchado en el momento, el desfase me descoloca. Estar oyendo, por ejemplo, el programa de Buenafuente y Berto Romero y que de repente te salte un anuncio o las noticias de hace dos sábados por la mañana me raya. (Otra de las ventajas de los podcasts hechos expresamente para el medio es que te ahorras toda esa publicidad, cosa que se agradece).
También, la verdad, hay un componente personal en esta nueva afición por los podcasts. Este último año de mi vida ha sido un poco catastrófico, y poder rellenar el tiempo de manera positiva, sobre todo esos espacios vacíos tan peligrosos cuando hay ciertos pensamientos y sentimientos que quieres evitar para no caer en una espiral de abatimiento y autocompasión, es algo que agradezco mucho. Estos podcasts no sólo me proporcionan evasión, también entretenimiento, información y, sobre todo, la sensación de que sigo formando parte de un mundo más vasto y fascinante que todavía tiene mucho que ofrecerme. Y compañía, también. Igual que siempre ha hecho la radio desde sus inicios, ahora tengo todo eso con los podcasts. Y quiero agradecérselo con esta entrada de mi blog. Aunque si queréis una versión mucho más corta y mejor narrada, podéis escuchar la introducción del podcast que LODE dedicó a “Bohemian Rhapsody”. Merece la pena.



No hay comentarios:

Publicar un comentario