Seguramente habréis leído alguna
vez, o al menos echado una ojeada, a una novela romántica. Creo que, junto con
la fantasía, es uno de los géneros más leídos y a la vez más denostados dentro
de la literatura. Lo confieso, durante un tiempo me dio por leer novela
romántica; supongo que una buena parte de las mujeres lectoras pasamos por esa
fase. Tampoco soy una experta: sólo leí algunas novelas de Victoria Holt (hasta
que un día me dio por coger prestado en la biblioteca Jane Eyre y me di cuenta que las tres o cuatro novelas de Holt que
había leído eran una copia descarada y bastante inferior de la obra de
Charlotte Brontë) y unas cuantas más de Johanna Lindsey. Esta autora, sin ser
ninguna maravilla, escribe unas tramas entretenidísimas y sabe engancharte creando
unos personajes que, aunque tópicos, resultan muy atractivos. Además, la muy
cuca maneja muy bien el recurso de las sagas familiares, con lo que te acabas
leyendo cuatro o cinco novelas del tirón protagonizadas por los hermanos,
primos, amigos, etc., del protagonista de esa novela que te tuvo leyendo hasta
las tantas de la madrugada. Pero llegó un momento en que me di cuenta de que su
estructura narrativa se repetía invariablemente, y me acabé cansando. Y ese fue
el fin de mi relación con las novelas románticas… hasta hace año y medio, más o
menos.
No es mi propósito hacer un
análisis exhaustivo de la novela romántica, otros ya lo han hecho mejor en
formatos más adecuados que la entrada de un blog que no lee ni el Tato. Pero
seguro que todos sabéis de qué hablo, no sólo por su temática, sino por la
forma que suele adoptar, con una estructura bastante marcada que deja poco
margen a las variaciones. Como comentaba unas líneas más arriba, si no eres
especialmente entusiasta, te acabas cansando de leer lo que parece la misma
novela repetida hasta la saciedad, con cambios eventuales de nombres de
personajes y lugares, ambientaciones y poco más. También es cierto que las que
sí son lectoras acérrimas adoran este género precisamente por eso: les da justo
lo que quieren y son muy fieles a sus escritoras y a su género favorito, así
que las editoriales suelen ir a lo seguro. ¿Para qué van a cambiar la fórmula
si les funciona? (Nótese que hablo en femenino de lectoras y autoras porque es
lo habitual, aunque seguro que también hay hombres que leen estas novelas pero
no lo reconocen, y habrá más de un autor camuflado bajo seudónimo femenino,
como el personaje de Jack Nicholson en “Mejor, imposible”, pero por lo que
conozco la mayor parte de las autoras son mujeres bastante normales y alejadas
de ese carácter tan neurótico, igual que sus lectoras).
Sí que es cierto que dentro del género hay
muchos subgéneros que cubren prácticamente todo el rango de situaciones
amorosas posibles, porque aunque sus lectoras sean fieles todo tiene un límite
y no es plan de aburrirles con la misma historia siempre, y además son un
público tan amplio como sus propios gustos personales. Ya digo que no soy
experta; hablo sin basarme en datos, guiándome por impresiones personales.
Pero, aparte de las tópicas novelitas de quiosco (colecciones como Jazmín o
Harlequín que no creo que haya nadie que no conozca) que venden por millones,
hay subgéneros como la novela romántica de ambientación histórica o la chick
lit (novelas de temática contemporánea cuyos ejemplos más conocidos son El
diario de Bridget Jones o Sexo en Nueva York) que triunfan desde hace décadas. Aparentemente
hay muchas diferencias de unas a otras, pero todas tienen en común que la
protagonista suele ser una mujer no muy afortunada en el amor y las peripecias
que le conducen a encontrar por fin la pareja ideal. En los últimos años se
lleva también la mezcla con otros géneros, destacando la novela romántica
fantástica, como es el caso de la saga de Outlander
de Diana Gabaldon, que además también añade a la mezcla el género histórico, y
supongo que ahí se puede incluir la saga de Crepúsculo.
También está en auge la novela romántica de corte más erótico, que no hay que
confundir con la novela erótica propiamente dicha, pues sus fines son
distintos. No nos engañemos, en 50
sombras de Grey, por mucho que ciertas escenas puedan poner cachondas a sus
lectoras, lo que importa no es eso sin que la prota acabe felizmente casada con
el tal Grey.
Como en cualquier otro género, en
la novela romántica hay autoras y obras buenas, malas y regulares. Sí es cierto
que las características del género, que lo abocan a una cierta rigidez
estructural, no dan mucho margen a la originalidad, y eso dificulta que las
buenas autoras puedan lucirse, a la vez que promueve la proliferación de
novelitas escritas con el piloto automático (por cierto, que me da la sensación
de que eso ocurre también mucho con la novela histórica, pero eso es tema para
otra entrada). El caso es que, aparte de la calidad literaria que tuvieran o
dejaran de tener las novelas románticas que en su momento leí, con el tiempo me
di cuenta de que el género tenía otra característica que en su momento no
detectaba, pero que ahora, con una conciencia feminista más desarrollada, no
puedo dejar de notar: en muchas se dan situaciones que denotan relaciones
amorosas enfocadas desde actitudes machistas.
Esto no es exclusivo de la novela
romántica, por supuesto. La mentalidad machista está presente en todos los
ámbitos de la sociedad y produce comportamientos que nos afectan tanto a
mujeres como a hombres en todos los ámbitos. Pero en el ámbito concreto de la novela
romántica, por su propia naturaleza, se nota más. Para empezar, el mismo
concepto de amor romántico ya trae de serie nociones bastante tóxicas: la
entrega y el sacrificio llevados a límites masoquistas, el perdonarlo todo por
amor, supeditarlo todo a conseguir ese amor ideal, considerar que si no hay
sufrimiento ni celos no es amor verdadero… En la novela romántica, en la que la
que sólo se alcanza el final feliz cuando la protagonista consigue el amor que
tanto anhela, es muy difícil evitar esos clichés. Creo que en parte por eso la
novela romántica histórica tiene éxito: en contextos históricos en los que
determinadas actitudes manifiestamente machistas eran habituales no choca tanto
verlas reflejadas e incluso aceptadas como algo normal dentro de una relación
romántica. Además, como en cualquier historia, se necesita que exista un conflicto
a resolver; si no, no hay historia, y todas esas trabas que las distintas sociedades
imponían a la hora de que las personas pudieran disfrutar del amor libremente (la
obligatoriedad de la virginidad prematrimonial para las mujeres, los
matrimonios concertados, la imposibilidad de divorciarte, el estigma de los
hijos ilegítimos, etc.) dan mucho juego a la hora de crear una historia
romántica. Así que muchas veces las protagonistas sufren todo tipo de trabas
para conseguir su objetivo amoroso, y además son perseguidas, secuestradas,
amenazadas, incluso torturadas y forzadas no sólo por sus antagonistas sino
incluso por los que acabarán siendo sus amantes y después esposos. Situaciones que se entienden dentro de un contexto histórico, pero que en novelas ambientadas en la sociedad contemporánea no tendrían cabida... o eso pensaba yo.
Hasta que
me llegaron noticias de que había una saga de novelas que mezclaban el género
romántico con el fantástico y que estaban teniendo mucho éxito. Sí, lo habéis
adivinado: se trataba de Crepúsculo.
Por curiosidad le pedí prestado el primer libro a mi cuñada, y además de
bastante malo en cuanto a calidad literaria me pareció que la relación
entre los protagonistas no era precisamente sana, y no ya porque él fuera un
vampiro. El problema estaba en que establecían una relación bastante enfermiza
en el sentido de lo que he comentado antes: ella estaba dispuesta a
sacrificarlo todo por él, incluida su vida humana. De nuevo la historia de “chica
buena se enamora de chico malote al que consigue redimir por el poder de su
amor”, pero sin excusa histórica ni leches, porque está ambientada en nuestra época
y la protagonista es una chica joven y supuestamente educada de forma más
igualitaria. Agh. Pero lo peor vino después, cuando otra saga que era una copia
de ésta alcanzó un éxito incluso superior: cómo no, Cincuenta sombras de Grey. Ésa ya ni la he leído, me negué. La
relación entre los protagonistas no sólo es tóxica, es que directamente, con la
excusa de que a él le va el BDSM (opción contra la que no tengo nada siempre
que se practique entre dos personas adultas de mutuo acuerdo) somete a la
protagonista a un trato vejatorio y humillante en todos los sentidos, controlándola
y chantajeándola emocionalmente. Lo peor es que ella no lo manda al guano y al
final él, cómo no, cambia gracias a su amor, igual que en Crepúsculo (y que en cientos de novelas anteriores, y no sólo
románticas, para qué nos vamos a engañar).
Lo peor es que estas novelas no
sólo han tenido muchísimo éxito, sino que todos hemos visto a muchas chicas (y
no tan chicas ya, mujeres maduras que se supone que ya tienen las neuronas un
poco más asentadas) decir que deseaban poner un Grey en su vida. En fin, no os
voy a contar por enésima vez lo que ha sido un fenómeno que imagino que habréis
conocido porque lo promocionaron hasta la saciedad. El caso es que después de todo
este fenómeno yo ya andaba desencantada no sólo con el poco criterio sentimental
de muchas personas, sino con que alguna vez el género romántico saliera de su
estancamiento. Había perdido la esperanza de que la novela romántica se
sacudiera de encima todos esos clichés derivados de una concepción machista y
tóxica del amor. ¿Llegaría alguna vez a existir una novela romántica que se
saliera de esa dinámica y consiguiera crear una historia que no cuestionara la
dignidad de su protagonista y al mismo tiempo fuera entretenida y tuviera valor
literario?
Pues sí. Al menos, ahora conozco
una: Vida en pausa, de Laura López
Alfranca, publicada en 2017 por Ediciones Kiwi. Aquí tenéis la sinopsis:
“Para
Sierra O’Byrne la vida lleva muchos años en pausa. Tras un año y medio
estancada en Nueva York tratando de revivir un matrimonio muerto, una vida
sentimental deprimente e intentar recuperar su carrera de fotógrafa, vuelve a
la casa familiar en Mirror Hills. Con su familia y sus amigos apoyándola a
pesar de sus propios problemas, Sierra está dispuesta a comenzar de cero y, por
qué no, intentar conquistar a su primer amor: Eric Hemene Munroe.
Aunque los años e innumerables musas han pasado por su vida, Eric sigue teniendo a Sierra bien clavada en el alma. Por eso, cuando Sierra vuelve a casa, no dudará en intentar conquistarla por cuarta vez (si no se le dan mal los cálculos). Qué le va a hacer si es un romántico incurable que sigue enamorado de su mejor amiga.
A pesar de su vida pasada y la sociedad, el amor y la pasión se imponen a todos los problemas que les llegan gracias a unos amigos y dos familias dispuestas a ayudar para que los sueños de ambos se hagan realidad.”
Aunque los años e innumerables musas han pasado por su vida, Eric sigue teniendo a Sierra bien clavada en el alma. Por eso, cuando Sierra vuelve a casa, no dudará en intentar conquistarla por cuarta vez (si no se le dan mal los cálculos). Qué le va a hacer si es un romántico incurable que sigue enamorado de su mejor amiga.
A pesar de su vida pasada y la sociedad, el amor y la pasión se imponen a todos los problemas que les llegan gracias a unos amigos y dos familias dispuestas a ayudar para que los sueños de ambos se hagan realidad.”
Sí, leído así, no parece que haya
mucha diferencia con otras novelas románticas, especialmente con las que se
engloban dentro del género chick lit. De nuevo, como en cualquier novela romántica,
la pareja protagonista tiene que enfrentarse a diversas visicitudes y contratiempos
para llegar a alcanzar la felicidad y blablablá. La diferencia es que en esta
novela la protagonista, Sierra O’Byrne, no tiene que renunciar a su libertad
para conseguir su amor. Al contrario, consigue liberarse de un matrimonio
fallido que la había anulado personal, social y laboralmente, y su nueva
relación la ayuda a ello, pero no es lo que determina que su vida deje de estar
en pausa. Ella es la que se da cuenta de que su anterior relación la estaba
perjudicando y decide terminarla; Eric le ayuda a conseguirlo, pero ella es la
que tiene el impulso inicial y lo continúa hasta el final. Al final ella es
libre, igual que su relación con Eric, que está basada en el respeto y la
confianza mutuos. De verdad que es un
alivio y un placer leer una historia así. Y no sólo por eso, sino porque toca
otros muchos temas como el racismo, el acoso escolar o la desigualdad con mucha
naturalidad y sentido común. Además está estupendamente narrada y nos presenta a
unos personajes muy atractivos con entidad propia. Todos, tanto los
protagonistas como los secundarios, están retratados de forma certera y
presentan personalidades definidas y complejas (de hecho, me encantaría leer
las historias propias de varios de ellos. Sobre todo de la sobrina de la
protagonista, que tiene una subtrama muy interesante). Para rematar, la autora se
luce con un gran sentido del humor y unos guiños frikis divertidísimos para
quien sepa identificarlos.
Así que sí, se puede escribir una
novela romántica que, sin apartarse del esquema narrativo esperable dentro del
género, sepa innovar, mantener una calidad literaria y, sobre todo, entretener
y emocionar. Vamos, que puede haber novela romántica de calidad que no te dé
vergüenza leer, sino gusto. Me imagino (espero) que habrá otras novelas que lo
consigan. Pero, de momento, puedo atestiguar que ésta lo hace. Os la
recomiendo.