Aquí estoy de nuevo. Ya avisé que
podía ponerme un poco monotemática, dadas mis circunstancias
personales... Si no os apetece, no lo leáis, que lo entenderé
perfectamente. Pero cuando estás inmerso en algo que marca tanto tu
vida, no puedes evitar darle vueltas.
Voy al grano, que será mejor: hace no
mucho Carlos y yo vimos un documental en la 2 en el que precisamente
se entrevistaba a varias familias sobre su experiencia como padres.
No estaba mal y, como interesados en el asunto por razones obvias,
nos pareció interesante, pero para empezar tenía un sesgo bastante
marcado que a mi parecer no reflejaba lo que es la realidad de la
mayoría de las familias españolas: salvo tres casos (una pareja de
inmigrantes rumanos, una mujer que llevaba tiempo divorciada y otra
que directamente había tenido a su hijo estando soltera), el resto
eran familias bastante pijitas que lo pintaban todo de color de rosa:
que si era la experiencia más importante de sus vidas, que era
alucinante, que no lo cambiarían por nada, que sus hijos eran lo más
maravilloso del mundo mundial.... No digo que mintieran, pero cuando
dos de esas parejas admitieron que contaban con la inestimable ayuda
de señoras que llevaban toda la vida ocupándose de las tareas del
hogar y de cuidar a sus hijos mientras ellos trabajaban en
ocupaciones liberales y bien remuneradas, te cuadraba todo más.
Precisamente las únicas que admitían que a veces la maternidad les
había resultado muy dura eran las dos mujeres que no tenían pareja
(una de ellas era funcionaria y la otra también tenía un empleo
normal, no recuerdo cuál) y los rumanos directamente exponían su
situación, sin quejarse pero sin edulcorarla: su objetivo era
trabajar para ganar todo el dinero posible que les permitiera volver
a su país o al menos vivir en éste en unas condiciones dignas y
mientras se ocupaban de sus hijos lo mejor que podían.
Pero la intervención que más me llamó la atención fue la de una mujer que se podía incluir más en el bando “pijo”: si no recuerdo mal, se llama Inés París y es guionista y directora de cine. No conozco su trabajo, así que no sé si es mejor o peor ni tampoco viene al caso. Su situación era un poco diferente de la de las otras familias “pijas”: se había separado del padre de su hija y la había criado ella sola. Pero lo que más me impactó fue su actitud: reconocía que su maternidad no había sido algo planeado, que le había perjudicado laboralmente porque le pilló en un momento en que podía haberse lanzado a trabajos más ambiciosos de dirección y en cambio le hizo acomodarse a la escritura de guiones porque le ocupaba menos tiempo y era más fácil y compatible para ella con la crianza de su hija, y que en muchas ocasiones dicha crianza le había consumido un tiempo que habría preferido dedicar a otras cosas. Quería mucho a su hija, por supuesto, pero se desmarcaba del discurso imperante en el resto de familias: “entrega absoluta, amor absoluto, los hijos son lo mejor que te puede pasar”, etc. Admitía que cuando el médico le dijo que podía darle un biberón de vez en cuando a su hija (que entonces contaba con tres meses de edad), le enchufó un primer biberón, y un segundo, y un tercero, y el resto, porque tener que estar pendiente de darle el pecho le parecía algo que le restaba mucha autonomía. La verdad, dicha afirmación me pareció irresponsable en aquel momento, pero pensándolo luego, aunque yo no haría lo mismo que ella, agradecí su falta de hipocresía, y creo que puedo llegar a entenderla. Si yo, que he tenido a mi hijo por propia voluntad, siendo perfectamente consciente de la responsabilidad que adquiero con ello, dispuesta a aceptarla, y sin tener que renunciar a un trabajo por ello, porque en el momento en que me quedé embarazada estaba en paro y de todas formas mis perspectivas laborales, incluso sin hijos, ya son bastante penosas, así que tampoco me estoy perdiendo nada muy relevante, y además he tenido la suerte de que mi hijo en general es bastante bueno y me da la guerra justa que tiene que dar cualquier bebé, y de que su padre colabora en su crianza todo lo que puede, y hace mucho a pesar de que tiene que ausentarse de casa más de la mitad del día por la típica jornada laboral partida; aun con todo eso, digo, hay días que me encantaría que Eric tuviera un botón de on/off para poder apagarlo un ratito... Entonces, puedo comprender que haya muchas mujeres para las que la maternidad no sea lo mejor que les pueda pasar en la vida, sobre todo si no les ha llegado de forma voluntaria. En fin, que me estoy metiendo de abogada del diablo, porque personalmente no me puedo quejar, pero sé que hay muchas mujeres que no tienen la misma suerte que yo.
Pero la intervención que más me llamó la atención fue la de una mujer que se podía incluir más en el bando “pijo”: si no recuerdo mal, se llama Inés París y es guionista y directora de cine. No conozco su trabajo, así que no sé si es mejor o peor ni tampoco viene al caso. Su situación era un poco diferente de la de las otras familias “pijas”: se había separado del padre de su hija y la había criado ella sola. Pero lo que más me impactó fue su actitud: reconocía que su maternidad no había sido algo planeado, que le había perjudicado laboralmente porque le pilló en un momento en que podía haberse lanzado a trabajos más ambiciosos de dirección y en cambio le hizo acomodarse a la escritura de guiones porque le ocupaba menos tiempo y era más fácil y compatible para ella con la crianza de su hija, y que en muchas ocasiones dicha crianza le había consumido un tiempo que habría preferido dedicar a otras cosas. Quería mucho a su hija, por supuesto, pero se desmarcaba del discurso imperante en el resto de familias: “entrega absoluta, amor absoluto, los hijos son lo mejor que te puede pasar”, etc. Admitía que cuando el médico le dijo que podía darle un biberón de vez en cuando a su hija (que entonces contaba con tres meses de edad), le enchufó un primer biberón, y un segundo, y un tercero, y el resto, porque tener que estar pendiente de darle el pecho le parecía algo que le restaba mucha autonomía. La verdad, dicha afirmación me pareció irresponsable en aquel momento, pero pensándolo luego, aunque yo no haría lo mismo que ella, agradecí su falta de hipocresía, y creo que puedo llegar a entenderla. Si yo, que he tenido a mi hijo por propia voluntad, siendo perfectamente consciente de la responsabilidad que adquiero con ello, dispuesta a aceptarla, y sin tener que renunciar a un trabajo por ello, porque en el momento en que me quedé embarazada estaba en paro y de todas formas mis perspectivas laborales, incluso sin hijos, ya son bastante penosas, así que tampoco me estoy perdiendo nada muy relevante, y además he tenido la suerte de que mi hijo en general es bastante bueno y me da la guerra justa que tiene que dar cualquier bebé, y de que su padre colabora en su crianza todo lo que puede, y hace mucho a pesar de que tiene que ausentarse de casa más de la mitad del día por la típica jornada laboral partida; aun con todo eso, digo, hay días que me encantaría que Eric tuviera un botón de on/off para poder apagarlo un ratito... Entonces, puedo comprender que haya muchas mujeres para las que la maternidad no sea lo mejor que les pueda pasar en la vida, sobre todo si no les ha llegado de forma voluntaria. En fin, que me estoy metiendo de abogada del diablo, porque personalmente no me puedo quejar, pero sé que hay muchas mujeres que no tienen la misma suerte que yo.
Precisamente lo que contaba esta mujer
en el documental me hizo recordar cierto mensaje que hace tiempo
circulaba, primero como cadena de correo y más tarde como otro
mensajito más de Facebook. Me imagino que muchos de vosotros, al
menos de los que tenéis cuenta en Facebook, habréis acabado hartos
de ver fotos de niñas con síndrome de Down con un mensaje al pie
que reza “dale al like si piensas que es bella”, o de niños con
cáncer o alguna malformación grave y otro mensajito similar del
tipo “dale al like si piensas que es un campeón”, etc. Chantaje
emocional puro y duro que no le hace ningún favor a esos niños y a
ti te deja con mal cuerpo y ganas de fostiar al listillo que se las
da de guay a costa de explotar la sensiblería del personal creando
esos mensajes, haciéndote quedar como un desalmado si no le das al
“me gusta”. Ésta es la versión extrema, pero ya digo que hace
tiempo circulaban en cadenas de correo, y luego tuvieron una segunda
vida en el Facebook, otros mensajes más sutiles pero que pueden ser
también bastante perniciosos. El que recordé en concreto a raíz de
este programa sobre la experiencia de tener familia era uno en el que
se ensalzaba el papel de la madre: la que siempre te da su amor
incondicional, la que lo da todo sin esperar nada a cambio, la que
responde a las ofensas con una sonrisa, y un sinfín de cualidades
más a medio camino entre la superheroína con poderes paranormales
que le permitían hacer absolutamente cualquier cosa de forma
perfecta y el equivalente a la madre Teresa de Calcuta con un chute
de endorfinas por añadidura. Vamos, una santa de toda la vida. Por
supuesto, el mensaje culminaba con la sugerencia de que lo
compartieras si querías a tu madre.
Pues mira, quiero muchísimo a mi madre, efectivamente, pero no me da la gana de compartir ese mensaje. Primero, porque ya digo que me jode mucho ese tipo de chantaje. Y segundo, porque en el fondo, con la excusa de alabar las infinitas cualidades que por lo visto brotan de la nada cuando eres madre y te revisten de esos superpoderes, lo que venía a decir era que ser madre significa que tienes que entregarte a una vida de abnegación absoluta, que tus hijos no sólo son lo más importante sino prácticamente lo único en tu vida y que debes entregarte a esa tarea sin la más mínima duda o protesta y realizarla a la perfección, porque si no eres una mala madre. Vamos, que al final el mensaje desprendía un tufazo rancio, el que emana de una idea que todavía persiste con más fuerza de lo que nos creemos, y es que con las mujeres no puede haber medias tintas: o somos santas o somos putas. Y por ahí no paso. Adoro a mi hijo, sí, es lo más importante que me haya ocurrido nunca, de acuerdo, y daría mi vida por él si es necesario, pero no es lo único, ni mucho menos. Hay vida más allá de él, y aunque él sea mi prioridad (así estoy de monotemática :P), no quiero quedarme reducida para siempre a ser madre de. Que lo soy, y a mucha honra, pero antes de nada, soy persona. Como todas las mujeres, seamos madres o no.
Pues mira, quiero muchísimo a mi madre, efectivamente, pero no me da la gana de compartir ese mensaje. Primero, porque ya digo que me jode mucho ese tipo de chantaje. Y segundo, porque en el fondo, con la excusa de alabar las infinitas cualidades que por lo visto brotan de la nada cuando eres madre y te revisten de esos superpoderes, lo que venía a decir era que ser madre significa que tienes que entregarte a una vida de abnegación absoluta, que tus hijos no sólo son lo más importante sino prácticamente lo único en tu vida y que debes entregarte a esa tarea sin la más mínima duda o protesta y realizarla a la perfección, porque si no eres una mala madre. Vamos, que al final el mensaje desprendía un tufazo rancio, el que emana de una idea que todavía persiste con más fuerza de lo que nos creemos, y es que con las mujeres no puede haber medias tintas: o somos santas o somos putas. Y por ahí no paso. Adoro a mi hijo, sí, es lo más importante que me haya ocurrido nunca, de acuerdo, y daría mi vida por él si es necesario, pero no es lo único, ni mucho menos. Hay vida más allá de él, y aunque él sea mi prioridad (así estoy de monotemática :P), no quiero quedarme reducida para siempre a ser madre de. Que lo soy, y a mucha honra, pero antes de nada, soy persona. Como todas las mujeres, seamos madres o no.