Mi barriguita sonriente y yo os deseamos felices obviedades y pánfilo año huevo. Da igual que la crisis vaya a más o que sea un 13 (no soy supersticiosa), quiero que seáis tan felices como yo espero serlo :). Como, salvo inspiración repentina que me asalte en un rato libre, no creo que escriba nada más por aquí hasta que pasen, os deseo que celebréis estas fiestas como os apetezca con quien os dé la gana y conmemoréis lo que os salga de los kinder, seáis creyentes, ateos, agnósticos o semidesnatados, y que las disfrutéis como yo las veo: la celebración de una nueva oportunidad. Nos vemos el año que viene ;).
lunes, 24 de diciembre de 2012
miércoles, 5 de diciembre de 2012
Vuelva usted pasado mañana
Nunca tuve una ilusión
especial en casarme. No me parece mal, siempre que sea una elección
libre y cada uno se lo pueda montar como quiera, pero pensaba que
para decidir pasar el resto de tu vida (o por lo menos el tiempo que
te apetezca) con alguien lo imprescindible son el amor, el respeto y
las ganas de compartir tu tiempo, tus aficiones y tus ocupaciones, si
se da el caso, con alguien con quien estás feliz, a gusto y te
consideras compatible. El matrimonio en si no es más que un papel,
papel que con cuya firma facilita esa convivencia de cara a las
cuestiones legales, eso sí. Si además lo quieres adornar con una
ceremonia porque te hace ilusión compartir tu felicidad con tus
seres queridos, perfecto. Y si no te apetece, tampoco pasa nada. De
hecho, ni siquiera hace falta que para compartir esa alegría firmes
previamente un papel, será por falta de ganas para montar fiestas y
celebraciones.
En fin, el caso es que
cuando me quedé embarazada, Carlos y yo nos planteamos la idea de
casarnos. En principio por el niño, aunque comprobamos que, en
realidad, a efectos legales el niño tendrá los mismos derechos que
cualquier otro, estén sus padres o no casados (al menos, por ahora,
que a este paso no me extrañaría que a algún lumbreras de nuestro
desgobierno se le ocurriera rescatar la idea de los hijos
ilegítimos). Si yo permanecía soltera, era posible que pudiera
acceder a ayudas económicas para madres solteras, pero eso en
principio es sólo en caso de que, aparte de acreditar mi insolvencia
(eso ahora mismo no es difícil :P), demostrara que no convivo con mi
pareja ni ésta me mantiene, lo que no es el caso. En cambio,
casarnos nos traía más ventajas legales y fiscales, así que
decidimos dar el paso. Ya digo que para nosotros es firmar un papel;
si más adelante decidiéramos celebrarlo, ya lo haríamos con
tiempo, tranquilidad y a nuestra manera (que no será la habitual,
eso podéis tenerlo por seguro :P).
Me da que éstos no lo tenían tan difícil |
Así que nos pusimos a
ello. Y ahí empieza la parte de la historia que justifica el título
de la entrada: mientras que en el matrimonio canónico todo son
facilidades (la Iglesia se encarga de arreglar los papeles para el
juzgado; tú prácticamente sólo tienes que pasar por el aro de los
cursillos prematrimoniales, esa farsa que se sacaron de la manga hace
unos años para justificarse, queriendo hacer creer que la mayor
parte de la gente que se casa por la Iglesia lo hace porque son
católicos y creen en el sacramento del matrimonio, y no porque les
parece que casarse en una iglesia luce más o por tener contenta a la
familia), en el matrimonio civil te tienes que buscar tú la vida y
aportar todo lo que te piden: ir al Registro Central (en Madrid, el
de Pradillo), pedir cita previa para que te abran un expediente
matrimonial, presentarte para dicho trámite el día de la cita con
tu pareja y un testigo, amén de los papeles correspondientes: unos
formularios que has debido rellenar exhaustivamente (uno de ellos es
para el Instituto Nacional de Estadística, así que ni siquiera es
necesario para el enlace en si) y que te han sido entregados el
primer día que fuiste a informarte y a pedir la cita previa;
certificado de empadronamiento (incluyendo el actual y el histórico,
en caso de que en los dos últimos años hayas cambiado de domicilio)
de los dos contrayentes, certificados de nacimiento de ambos, así
como fotocopias de los respectivos DNI. El certificado de
empadronamiento lo tienes que pedir en tu municipio; el certificado
de nacimiento lo puedes pedir por internet siempre que pidas el
literal, para lo cual necesitas consignar todos los datos que te
piden. Si todo va bien, el día que has sido citado (que es ya la
tercera vez que vas al Registro) abren tu expediente matrimonial, y
una vez concluido te avisan para que sepas que ya puedes ir a pedir
cita allí donde quieras casarte. Si es en Madrid capital, tendrá
que ser un día entre semana, nada de sábados o domingos, y ni
siquiera cualquier día de lunes a viernes, porque en muchas juntas
municipales sólo casan un día determinado de la semana, o incluso
un solo día al mes. En total, el tiempo mínimo estimado desde que
decides casarte y empiezas los trámites hasta que, efectivamente, te
casas, es de al menos dos o tres meses, y eso si todo va bien y no
hay ningún contratiempo. Esto no es Las Vegas, cariño.
Como habréis adivinado ya a estas alturas, no es mi caso :P. Supongo que mi karma ha decidido que últimamente me había tratado demasiado bien, y decidió ponerme las cosas un poco más complicadas. Como algunos sabéis, nací en Suiza porque mis padres estaban allí trabajando, como unos cuantos cientos de miles de emigrantes más. Nada más nacer yo, mi padre fue al consulado de Berna, el cantón donde nací, y me nacionalizó española. Cuando volvimos a España, contando yo con tres añitos, también fue al Registro Central, que entonces se encontraba en María de Molina, y volvió a inscribirme. Hasta ahí, todo correcto. Como nunca había necesitado solicitar mi partida de nacimiento para ningún otro trámite, era una novata en estas lides burocráticas. Así que descubrí que no podía pedir mi certificado por Internet, cosa que Carlos, para suerte suya, sí pudo hacer, porque me faltaban justo los datos de mi inscripción en María de Molina (los de Suiza constaban en el libro de familia de mis padres). Bueno, no hay problema: como estoy parada y tengo toooodo el tiempo del mundo, al menos según el criterio de la Administración, para perderlo en sus oficinas, me fui una mañana a la calle Montera, donde se puede solicitar dicho documento en persona. Como eso por suerte sí está informatizado, imprimen la copia escaneada del registro en papel que en su momento debieron de cumplimentar en María de Molina, que incluye la copia del registro original de Suiza además de los datos que faltaban, los del tomo y la página del libro del registro español.
Como habréis adivinado ya a estas alturas, no es mi caso :P. Supongo que mi karma ha decidido que últimamente me había tratado demasiado bien, y decidió ponerme las cosas un poco más complicadas. Como algunos sabéis, nací en Suiza porque mis padres estaban allí trabajando, como unos cuantos cientos de miles de emigrantes más. Nada más nacer yo, mi padre fue al consulado de Berna, el cantón donde nací, y me nacionalizó española. Cuando volvimos a España, contando yo con tres añitos, también fue al Registro Central, que entonces se encontraba en María de Molina, y volvió a inscribirme. Hasta ahí, todo correcto. Como nunca había necesitado solicitar mi partida de nacimiento para ningún otro trámite, era una novata en estas lides burocráticas. Así que descubrí que no podía pedir mi certificado por Internet, cosa que Carlos, para suerte suya, sí pudo hacer, porque me faltaban justo los datos de mi inscripción en María de Molina (los de Suiza constaban en el libro de familia de mis padres). Bueno, no hay problema: como estoy parada y tengo toooodo el tiempo del mundo, al menos según el criterio de la Administración, para perderlo en sus oficinas, me fui una mañana a la calle Montera, donde se puede solicitar dicho documento en persona. Como eso por suerte sí está informatizado, imprimen la copia escaneada del registro en papel que en su momento debieron de cumplimentar en María de Molina, que incluye la copia del registro original de Suiza además de los datos que faltaban, los del tomo y la página del libro del registro español.
Ahí es donde comienza mi
odisea: a mis 40 años, con casi tres décadas de experiencia en
pringar mensualmente artículos de higiene íntima, y manifiesta e
innegablemente embarazada en el momento presente, descubro que soy
VARÓNN.
Sí, VARÓNN. Además,
tal como lo escribo, con dos enes y en mayúsculas. Toma ya. No sabía
si descojonarme de la risa, entrar en una crisis existencial sobre mi
naturaleza sexual, presentar mi caso a la revista Nature como el del
primer hombre en la historia de la humanidad que se queda embarazado
o ir a la televisión para forrarme contando mi historia en los
programas de cotilleos. Al final decidí optar por la primera opción
y suponer que la confusión sobre mi sexo se debía a: 1) un
despistado funcionario suizo que en vez de aprender español por el
método Vaughan debió de optar por el método Milton y así le fue,
o 2) un funcionario español del consulado que ese día estaba de
resaca, o griposo, o era un tonto a las tres crónico e irremediable.
Porque, a todo esto, no contento con equivocarse sobre mi sexo y
encima escribirlo mal, también se equivocó con la fecha de
nacimiento de mi padre, quitándole de golpe diez años y tres meses
de edad. Eso sí que es un método antienvejecimiento efectivo, oiga.
Ya digo que soy una
novata en ciertos aspectos de la burocracia e, ingenua de mí, creí
que dos errores tan manifiestamente tontos podrían ser fácilmente
subsanables, así que el día que teníamos cita para que nos
abrieran nuestro expediente matrimonial, fuimos acompañados de mi
suegro, que está jubilado y además es un encanto de hombre que
siempre está dispuesto a ayudarnos, para presentarlo como testigo.
Menos mal que Carlos también podía pedir un justificante para el
trabajo. Presentamos los papeles ante una funcionaria, por lo demás
bastante amable y diligente, y le comento casi de pasada el chistoso
error sobre mi condición sexual y ese pequeño detallito sobre la
fecha de nacimiento de mi señor padre, pensando que lo podrían
arreglar allí mismo. JA-JA-JA. Y otro JA.
La chica, aunque comprende perfectamente mi problema y está de acuerdo en que es absurdo, me dice que no pueden arreglarlo ellos, y que mientras no lo corrijan no pueden continuar con el expediente; al menos éste no queda anulado, pero sí paralizado. Me dice que vaya de nuevo a Montera, que allí se encargarán. (A todo esto, también a Carlos le hacía falta un certificado de empadronamiento histórico para demostrar dónde vivía antes de empadronarse en Madrid... Así que le toca a mi suegro ir a pedirlo al Ayuntamiento de Móstoles. Guay. Eso al menos lo resolvió en pocos días.)
La chica, aunque comprende perfectamente mi problema y está de acuerdo en que es absurdo, me dice que no pueden arreglarlo ellos, y que mientras no lo corrijan no pueden continuar con el expediente; al menos éste no queda anulado, pero sí paralizado. Me dice que vaya de nuevo a Montera, que allí se encargarán. (A todo esto, también a Carlos le hacía falta un certificado de empadronamiento histórico para demostrar dónde vivía antes de empadronarse en Madrid... Así que le toca a mi suegro ir a pedirlo al Ayuntamiento de Móstoles. Guay. Eso al menos lo resolvió en pocos días.)
Me voy directamente a
Montera para no perder más tiempo, y de ahí lanzan la pelota a la
calle Bolsa (suerte que está cerca y se puede ir andando), donde se
encargan de corregir estos errores. Y ahí llega lo mejor: me dicen
que el fallo es del registro original, para lo cual tienen que mandar
los papeles a Suiza; una vez el registro sea corregido, enviarán
los papeles de vuelta a la calle Bolsa, de ahí me los mandarán a
casa por correo, y entonces podré volver a Pradillo a que me reabran
el expediente matrimonial ... Ése fue el punto exacto en el que se
me cayó el alma a los pies. Pero aún tuve el valor de preguntar al
funcionario que me atendió cuánto podía tardar ese trámite; como
os podéis imaginar, me dijo que no lo sabía y me facilitó el
teléfono del consulado de Berna, por si quería llamarles para saber
cuándo les iban a llegar los papeles...
De modo que allá se
quedó la copia de mi partida de nacimiento original, en la que
consta que soy un VARÓNN. De esto hace ya más de un mes. Volví a
llamar hace poco y me dijeron que sólo podían decirme que el
proceso estaba en trámite, pero no cuánto tiempo duraría. Intenté
ponerme en contacto telefónico infructuosamente con el consulado de
Berna (llamando tanto desde el móvil como desde el fijo me salía
una voz grabada que me advertía de que dicho número no existía),
así que al final opté por buscar en Internet, y en la página web
del consulado encontré un correo electŕonico al que dirigirme; les
escribí y un par de días más tarde me contestaron que todavía no
les había llegado nada. Supongo que mi certificado de nacimiento,
junto con los papeles que tuve que rellenar para pedir que
corrigieran los errores correspondientes, estará todavía guardado
en algún cajón de la calle Bolsa, o bien en la caja de una valija
que no sé cuándo saldrá en dirección a Suiza.
Decidí tomármelo con
paciencia. Prefería casarme antes de que naciera mi hijo, más que
nada por comodidad, pero ya puestos, asumí que si había que ir al
juzgado o junta municipal que terminemos por elegir con nuestro
churumbel en brazos o incluso de la manita, no era tan grave. Con lo
que no contaba es con que, mientras, a cierto ministro al que ya
había sufrido como alcalde de mi ciudad durante la friolera de ocho
largos años, tan largos que me habían parecido dieciséis, se le
iba a ocurrir la brillante idea de empezar a cobrarnos por todos esos
trámites que antes eran gratis. Señoras, señores: ha llegado el
TASAZO. Cuando se empiece a aplicar (porque, por mucho que protesten
incluso los jueces sobre los que manda este señor, lo va a aplicar
igualmente por mor de sus santos testículos), trámites que hasta
ahora sólo me han costado tiempo y billetes de metro, como pedir un
certificado de nacimiento, van a dejar de ser gratis. Igual que
tampoco va a serlo casarse: hasta ahora, lo que es el trámite
estricto de firmar tus papeles de matrimonio en tu municipio de
residencia no se cobra; sólo tienes que pagar si quieres casarte en
otro municipio que no sea el tuyo. Una vez que se implante el tasazo,
va a tocar pasar por caja. Y no creo que vayan a cobrar cinco
euritos, no. Así que, si la tradicional parsimonia en la ejecución
de los trámites legales, acrecentada por la falta de recursos que
últimamente se está agravando gracias a los recortes de nuestro ya
mencionado desgobierno (que les servirá de excusa para promover la
privatizacíón de esos servicios, alegando que lo privado es más
rápido y eficiente que lo público), si esa parsimonia, digo, no lo
remedia, para cuando me quiera casar ya se nos habrá echado el
tasazo encima y nos tocará apoquinar por algo que, unos meses antes,
nos habría salido gratis.
Puedo tomármelo por el
lado gracioso: a lo mejor, de esta forma Ruiz Gallardón, ferviente
católico practicante del “a Dios rogando y con el mazo (de juez)
dando”, hace más por las uniones sin papeles y el amor libre que
más de treinta años de (supuesta) democracia aconfesional. Pero no
me hace ni puñetera gracia que, justo ahora que yo no tengo ingresos
y debo depender del sueldo de mi novio, que en breve deberá mantener
también a nuestro hijo, nos toque pagar un dinero que se supone ya
habíamos aportado con nuestros impuestos y cotizaciones. Soy
consciente de que, de todos los problemas que plantea el tasazo de
Gallardón, el mío es el más irrisorio. Pero me toca las narices
tener que pagar por un error que ni siquiera yo cometí, qué queréis
que os diga. Ay, mísera de mí, ay, infelice, como diría
Segismundo, que también sufría por el pecado de haber nacido.
Muchas gracias, señor Gallardón. No cuente con mi voto para las
próximas elecciones, desde luego. No lo iba a tener de todas formas,
pero con lo que sí puede contar es con que me acordaré mucho de su
familia el día que me case.
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