Me encanta ir al cine. Por motivos obvios, desde que nació Eric
sólo he vuelto dos veces, pero aun así sigue siendo uno de mis
pasatiempos favoritos, aunque desde hace años lo practique mucho
menos. Cuando era jovencita iba muy a menudo; mis amigas y yo tuvimos
una temporada en la que, por sistema, íbamos todos los domingos a
alguno de los cines cercanos a nuestro barrio, elegíamos la película
que más nos llamaba la atención y probábamos suerte. Nos tragamos
algunos truños sin pretenderlo, pero también descubrimos maravillas
como Atrapado en el tiempo (o sea, El día de la marmota)
por casualidad. Mi cine de referencia era el Excelsior. Estaba
situado en la Avenida de la Albufera, la arteria principal de
Vallecas, y, aunque no fuera especialmente relevante desde el punto
de vista arquitectónico, poseía una fachada interesante del estilo
de los años 50 en que fue construido y, sobre todo, una de esas
inmensas salas de butacas con palcos y gallinero que tanto echo de
menos. Allí he visto las películas que me marcaron en la infancia,
como E.T., y he asistido desolada a su cierre y al maltrato al que le
han sometido posteriormente. En este blog podéis leer su historia si
os interesa y ver el progresivo deterioro que ha sufrido; no han
respetado ni la fachada, que ya digo que no es que fuera espectacular
pero tenía su aquel, y primero la dividieron de mala manera entre un
supermercado y un gimnasio, para acabar alicatando la fachada hasta
hacerla irreconocible y convertirlo en una tienda de chinos:
Ya sé que los tiempos cambian, que hay que evolucionar, y que no
todos los cines eran obras de arte de la arquitectura, y en muchos
sus condiciones eran muy mejorables. Si no recuerdo mal, El día
de la bestia (ya van dos entradas del blog que cito una película
de Álex de la Iglesia, ¡ja, payo, dame argo!) la vi en el cine
Bogart, y sus diminutas butacas rivalizaban en incomodidad con las
del Arlequín, en la que vi La buena estrella, de Ricardo
Franco. También es muy común en los cines antiguos, sobre todo en
aquellos cuyas salas son pequeñas (como los Princesa de la plaza de
los cubos) que no haya apenas inclinación en el suelo, con lo que ya
puedes rezar para que no se siente un cabezón delante de ti. En fin,
que también nos hemos acostumbrado a la comodidad de los grandes
multicines como el Kinépolis, con salas gigantescas, imagen digital
en pantallas enormes, sonido envolvente de la hostia y unos sillones
que no sabes si vas a despegar con ellos a la luna o a dormirte la
siesta de tu vida.
Pero hay una diferencia con respecto a los cines de antaño.
Obviamente, la exhibición de películas en pantalla grande siempre
ha sido un negocio. Pero en los últimos tiempos se ha exacerbado la
dimensión mercantil, de modo que si vas al cine más de dos veces al
mes y no aprovechas el día del espectador (que ya no existe en todos
los cines) tu presupuesto mensual corre peligro. ¿Exagero? En Madrid
la media del precio de la entrada de cine es de unos 8 euros, pero si
te vas al Kinépolis (lo cito porque, por casualidades de la vida, es
el que más cerca me pilla de casa), por ejemplo, ya son 10, y más o
menos por esa cantidad te puede salir un combo grande de palomitas
con sus respectivos refrescos. Yo puedo pasar de las palomitas, pero
ahora pensad en una familia estándar (papá, mamá y dos
churumbeles) y multiplicad por el precio de las entradas y las
palomitas (porque los churumbeles sí que no pasan de las palomitas).
En fin, nada que nadie no sepa a estas alturas. Pero algo debe de
haber pasado para que, cuando era una joven estudiante con una exigua
paga, pudiera ir al cine todas las semanas sin problema, y ahora me
lo tenga que pensar. Mientras, los antiguos cines cierran y son
reconvertidos en cualquier otro negocio, sin respetar siquiera su
integridad arquitectónica. Ese peligro corre de nuevo el Palacio de
la
Música:
Es
otro cine en el que vi algunas películas antes de que lo cerraran, como Entrevista con el vampiro.
El proyecto inicial era devolverlo a la función para la que fue
inicialmente construido, la de auditorio, lo cual me parecía una
excelente idea. Pero ese mercantilismo arrollador que se ha
exacerbado en estos tiempos de crisis ha poseído también al
consistorio madrileño y a nuestra excelentísima se la suda mucho lo
que hagan con un edificio emblemático mientras le suelten pasta. Ya
lo hicieron con el Avenida, que se situaba a escasos metros. Total,
si no han respetado en absoluto un cine con menos entidad pero con
cierta relevancia como era el Excelsior, y lo mismo han hecho con
otros muchos cines del resto de Madrid, ¿para qué van a respetar
tampoco los cines de la Gran Vía, por muy significativos que sean?
Me da la impresión de que los que construyeron esos cines, aunque lo
hicieran por negocio, sí que tenían cierta noción de que el cine
también es un arte y merece un entorno acorde.
Hoy eso no tiene la
menor importancia. La cuestión es que vayas a dejarte el dinero en
entradas y palomitas a precios desorbitados. Para eso se hacen los
blockbusters de Hollywood y los enormes multicines que los proyectan.
Yo soy la primera que me encanta ver las pelis de los Vengadores, por
ejemplo, en pantalla grande, porque para eso están hechas y me
entretienen. Pero me da mucha lástima que para ver, por ejemplo, Kamikaze, de la que me han hablado bien, me plantee que es
mejor verla en casa; haciendo cuentas, a veces te sale más barato
comprarte el dvd de una película que ir al cine a verla, y las que
no tienen efectos especiales parece que da igual verlas en pantalla
grande o pequeña. El problema no está en que tengas varias opciones
para elegir cómo quieres ver una película; lo malo es que a veces
no te dejan opción realmente, porque los multicines casi siempre
programan un tipo determinado de películas, las más espectaculares,
ya que siguen ese razonamiento de que "si no tiene efectos especiales, da igual verla en pantalla grande o pequeña", y porque los cines de barrio prácticamente ya han desaparecido. Así
que al final sólo quedarán los grandes multicines a los que hay que
acudir en coche para ver esas películas de superhéroes, y el resto,
a verlas en casa en tu dvd o blu-ray, si es que sale rentable
editarlas en ese formato. Y los viejos cines, convertidos en tiendas
de ropa fabricada por niños asiáticos. Antes, los cines rivalizaban
por tener la pantalla más grande para ofrecer los sueños más
gigantescos. Ahora, cuanto más grande es esa pantalla, más pequeño
es el cine.