Ya lo sabréis a estas alturas, por desgracia. Ayer, 12 de marzo de 2015, Terry Pratchett murió. No por esperado duele menos. Tampoco voy a contar nada que no sepáis ya, ni mi humilde esquela aportará nada nuevo ni especialmente inspirado. Habrá homenajes mucho mejores que el mío, pero necesito dejar constancia de lo importante que era para mí. A muchos les resultará absurdo, incluso ridículo, que alguien a quien no conoces personalmente llegue a ser tan influyente en tu vida y que te duela tanto su ausencia. Posiblemente, son los mismos que tampoco entienden por qué puedes llorar por tu gato y no lo haces por un familiar tuyo (con el que posiblemente no tenías contacto desde hace años ni nada en común salvo la sangre, pero eso parece que no se tiene en cuenta). En fin. Seguro que a sir Terry se le ocurriría algún aforismo genial sobre eso, pero el problema es que ya no está aquí para hacerlo. Por boca de uno de sus mejores personajes, si no el mejor, la mismísima Muerte, ya él mismo constató que no existe la justicia, sólo Ella. Por eso se nos ha ido tan prematuramente uno de los mejores escritores contemporáneos. Pero de eso la Muerte tampoco tiene culpa, sólo hace su trabajo. Lo malo es que es jodidamente buena haciéndolo.
La cosa es que no se trata sólo de que Pratchett combinara magistralmente humor con fantasía, o que tuviera una imaginación desbordante que le permitiera producir cerca de cuarenta novelas desde que publicó El color de la magia en 1983. Ni siquiera que éstas fueran tan entretenidas que, en mi caso, fui capaz de zamparme casi todas en cuestión de meses sin intercalar otras lecturas entre medias cuando me vine a vivir con el que hoy es mi marido que, oh, ventura, es devoto lector de Pratchett (otro motivo más para amarle, of course). Ya había tenido el gusto de leer varias de sus novelas antes, pero aquella inmersión en el Mundodisco y alrededores me hizo fan absoluta del hombre del sombrero. No obstante, eso no es lo principal. Para mí, lo principal es que, bajo todas esas historias hilarantes, bajo toda esa exuberancia narrativa, subyace un análisis de la naturaleza humana que, al menos a mí, me ha hecho reflexionar mucho más que cualquier tratado filosófico. Y, sobre todo, late una profunda emoción, un amor por la humanidad tan consciente de que la humanidad no se merece ese amor como resignado a existir porque, a pesar de que la lucidez y el café klatchiano se empeñan en mostrarnos que los humanos no tenemos remedio, hay una pizca de bondad en el fondo que justifica que la lucha deba continuar. Porque Terry Pratchett era uno de esos escasos seres humanos que demuestran que, en realidad, las personas verdaderamente inteligentes no son malvadas. No, los que nos gobiernan, los que rigen los destinos del mundo, desde su escaño en el congreso o desde su sillón en el despacho de las oficinas de su gran multinacional, generalmente son inteligentes a su manera, pero les falta la auténtica sabiduría. Lo que pasa es que esa falta de sabiduría la suplen con astucia, descaro y egoísmo. Los auténticos sabios son dolorosamente conscientes de la maldad humana, de lo frágil que es la vida, y sienten una empatía con sus semejantes que les incapacita para luchar por el poder, porque eso implicaría volverse malvado y ruín, y acabarían dañando a los demás. Por eso va el mundo como va. Pratchett lo sabía, y nos lo enseñaba a cada nueva novela que escribía. Ya no podrá hacerlo más, y es casi lo que más me duele, saber que cuando termine de leer las novelas que tengo pendientes aún (si no me equivoco, me quedan las últimas cuatro o cinco de Mundodisco, la trilogía del Éxodo de los Gnomos, y creo que un par más) ya no habrá más. Aunque seguramente las disfrute tanto como todas las demás, ahora no podré evitar sentir un poco de amargura cuando las termine. Pero siempre podré releerlas (es más, seguro que lo haré, y con algunas no será la primera vez). Al menos, mientras queden personas que quieran leer sus libros, Terry Pratchett seguirá vivo en sus páginas.
Muchas gracias por todo, señor Pratchett. Le echaré de menos.
Muchas gracias por todo, señor Pratchett. Le echaré de menos.
Es curioso sentir tanto una pérdida de alguien desconocido. O quizás, a través de sus libros dejó de serlo, y se convirtió en un buen amigo. En mi caso se transformó en una especie de prisma que me animaba a ver el mundo desde otra perspectiva. A ser crítico. A pensar. A bucear bajo lo aparente y encontrar tesoros.
ResponderEliminarEcharé de menos su barba, su sombrero, su ironía, su inteligencia, su imaginación, su genio.
Echaré de menos a Sir Terry Pratchett.
Es curioso cómo a pesar del paso del tiempo e incluso a través de palabras como estas te hace sentir y pensar, reparar, reflexionar sobre lo que nos rodea. Muy bonita entrada, muy grande la pérdida.
ResponderEliminar"La imaginación, no la inteligencia, es lo que nos hace humanos." :) saludos, nos leemos ~