Ya
sabéis que mi inspiración funciona a impulsos. Hace poco descubrí que mi mente
funciona así en general: por lo visto hay dos tipos de personas, dependiendo de
la forma en la que piensan. Están los que lo hacen en forma de monólogo
interior, escuchando una voz en su interior que está constantemente parloteando
(debe de ser agotador), y otros pensamos más en términos abstractos e imágenes.
Me da la impresión de que esa forma de pensar debe de ser más propicia a la
asociación de ideas porque el flujo de imágenes y conceptos es más rápido,
tanto que a veces esas asociaciones se desbordan y yo misma flipo de cómo puedo
llegar de una idea a otra que no tiene nada que ver con la inicial. Hoy, por
ejemplo, en un momento dado que pasaba por el salón, estaba la tele puesta y en
una pausa publicitaria en medio de la información constante sobre el
coronavirus con la que nos bombardean (y no, no voy a hablar del coronavirus,
tranquilos: en parte por eso estoy escribiendo esta entrada, para pensar en
algo que NO sea ese puto bichito que si se cae de la mesa se mata -y si has
pillado esa referencia eres tan viejo como yo y te jodes-), saltó un anuncio de
un programa en el que por lo visto actúan niños y jóvenes prodigio, y un chico
cantaba “Torna a Surriento”, con una estupenda voz, debo decir. Me entraron
ganas de escuchar la canción completa, me puse una lista de ópera que tengo en
Spotify, y de ahí saltó a otros temas y arias que tengo en esa lista, uno de
los cuales era de Rigoletto, que es, de las óperas que he visto, la que
más me gustó, entre otras cosas porque el protagonista no es un tenor sino un
barítono (adoro las voces graves), lo que es poco común en ópera. Supongo que
Verdi asignó el papel protagonista a un barítono porque el personaje es un
hombre ya maduro; eso conduce a otra circunstancia tampoco muy común en la
ópera, y es que los protagonistas no son la típica pareja de enamorados (aunque
es verdad que los argumentos de las óperas pueden ser muy variados). Para mí
eso es otro atractivo de esta ópera, porque, la verdad, la mayoría de las
parejas protagonistas de óperas y musicales me aburren con sus historias
apasionadas, trágicas y bastante lerdas. Me aburren mucho. Algunas se me hacen
especialmente odiosas: por ejemplo, la parejita joven de Sweeney Todd,
que en la película de Tim Burton, además de ser ñoñísimos, dan una grima
insuperable. Tampoco se quedan muy atrás Cosette y Marius de Los miserables:
no sé si me da más rabia ella por pavisosa o él por intensito y revolucionario
de pastel. Que, en realidad, no son los protagonistas de la historia, por
suerte, pero parece que hay que cubrir la cuota de moñismo y por eso los han
plantado ahí, pese a que son unos puñeteros parches que no pegan ni con cola y
si desaparecieran de la trama nadie los echaría de menos.
Góticos, no. Emos. Muy emos. Cada vez que él abre la boca para cantar "Johanna" quiero que Sweeney lo degüelle. |
En
fin, que ese tipo de parejitas “románticas” no me gustan. Y por fin llego al
tema de esta entrada (ya os dije que mis asociaciones de ideas pueden llegar a
destinos muy locos y apartados de la idea original): las parejas de obras de
ficción que sí me gustan. No siempre son las protagonistas, pero son las que le
dan vidilla a la historia y desde luego suelen representar modelos de relación
bastante más sanos que el de las típicas parejas protagonistas. Así que procedo
a enumerar algunas de mis favoritas:
-Little
John y Fanny, de Robin Hood, príncipe de los ladrones. La verdad, a mí
Kevin Costner nunca me ha llamado la atención. Ni fu ni fa, funiculí, funiculá
(se me ha pegado el rollo operístico). A mí de esta película lo que más me
gusta con diferencia es Alan Rickman, por supuesto, seguido de esta estupenda
pareja de secundarios que me dan un buen rollo fantástico. Los dos son unos
brutotes encantadores que deben de darle al ñiqui ñiqui que da gusto porque
tienen ocho hijos y unas caras de felicidad que dan ganas de pellizcarles los
mofletes hasta hacerles pupa. Y, sobre todo, son, antes que nada, compañeros,
colaboran y se respetan mutuamente como iguales. Para muestra, esta escena con
la que me parto y me muero de ternura por la forma en que ella le dice “Hello,
my lover” mientras balancea las piernecitas. Si es que hay que quererlos.
(Sí, he tenido que subir un vídeo que he grabado yo misma con el móvil porque soy así de cutre y porque no he encontrado esta escena por separado en el Intenné).
-Lady
Sybil Ramkin y Samuel Vimes. Por origen, circunstancias y carácter no pueden
ser más diferentes, y sin embargo encajan maravillosamente. Su historia ya
comienza desde la primera novela de la Guardia Nocturna de Ankh-Morpork de las
novelas del Mundodisco de Terry Pratchett, y se va desarrollando de fondo a lo
largo de las siguientes novelas, mientras Vimes va desvelándose como uno de los
mejores personajes de Pratchett, que ya es decir. Lady Sybill no deja de ser un
personaje secundario, pero muestra una personalidad tan firme como adorable. Lo
que me gusta es que el profundo amor, respeto y admiración que sienten el uno
por el otro parten precisamente de lo distintos que son, porque esas
diferencias que los definen les han hecho ser, cada uno a su particular manera,
auténticos en el mejor sentido de la palabra. Los quiero mucho a los dos y me
encantaría que me adoptaran. La verdad es que Pratchett solía crear unas
parejitas muy majas: Moist von Lipwig y Adora Belle Dearheart son también una
pareja muy singular, Magrat Ajostiernos y Verence II de Lancre son para
ponerlos de adorno encima de la tele… y, a su manera (y con la contribución de
Neil Gaiman, of course), Aziraphale y Crowley también son muy cuquis.
-Mary
Kate Danaher y Sean Thornton: qué puedo decir, adoro esta película y a sus
protagonistas. Sin ser especialmente fan de John Wayne, creo que en esta
película está estupendo, pero Maureen O’Hara se come la pantalla directamente.
Los dos recrean a unos personajes geniales, igual de fuertes, cabezotas y
carismáticos, que consiguen comprenderse y aceptarse el uno al otro tal como
son, aunque al principio les cueste porque sus circunstancias han sido muy
diferentes. Los dos aprenden a ceder cuando se dan cuenta de que sus
cabezonerías les pueden perjudicar a sí mismos y al otro, pero no dejan de lado
sus convicciones y consiguen una unión más fuerte que los puñetazos que se
pegan Sean y su cuñado. Me los imagino treinta o cuarenta años después, tras
haber tenido siete hijos e hijas más fuertes que una manada de bueyes irlandeses,
discutiendo por un quítame allá ese rosal o me has manchado la alfombra de
cerveza, para acabar dando un paseo cogidos de la mano. Absolutamente
adorables.
-Leia
Organa y Han Solo: no voy a decir nada que no sepáis. Aunque la nueva trilogía
de secuelas de Star Wars nos ha roto parte de la magia (como decía un amigo
mío, vivíamos contentos con la convicción de que Leia y Han eran felices y
comían perdices para siempre, y tuvo que venir Abrams a cortarnos el rollo),
para mí seguirán siendo ese sinvergüenza y esa princesa rebelde en permanente
tira y afloja que a pesar de todo terminan felizmente con ese mítico “I love
you – I know”. Mi corazón se quedó con ellos en Endor, y ahí vive feliz entre
secuoyas.
En
fin, no me enrollo más. Espero que este post haya servido para entreteneros un
rato y daros sugerencias en forma de libros, películas, etc., para pasar la
cuarentena menos aburridos. Salud y buenos alimentos, como diría Rosendo 😊.
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