No
es que de por sí suela estar muy alta, pero hay días en que mi escasa fe en la
especie humana cae hasta niveles por debajo de la capa freática. Hace no mucho,
por unas horas alcancé a comprender un poco (sólo un poco) lo que debe de
sentir en ocasiones un tuitstar: escribí un tuit en el que opinaba que los
servicios públicos (como el transporte, concretamente el metro) son servicios,
no negocios, por lo que no están obligados a ser rentables, y lo retuitearon y “favearon”
tanto que acabé silenciando las notificaciones porque me estaba agobiando. La
falta de costumbre, es lo que tiene. Pero también obtuve bastantes respuestas
en las que, no sé si por mala fe o por verdadera ignorancia (habría de todo),
me replicaban que esa rentabilidad era imprescindible, y que si no la
conseguían mantener esos servicios como públicos no tenían sentido y debían ser
privatizados. Aparte de que muchos confundían rentabilidad con sostenibilidad,
perdían de vista el punto principal: que los servicios públicos lo son porque
en un Estado de derecho como el nuestro su función no es administrar el país
como si fuera un negocio, sino proveer a los ciudadanos de los medios
necesarios para vivir una vida digna gracias a que se respetan sus derechos
fundamentales: a la educación, a la sanidad, a que se respeten sus derechos
laborales, a poder cobijarse bajo un techo... Para eso se pagan impuestos, y si
algunos de esos servicios de forma colateral generan beneficios económicos pues
mejor que mejor, pero ese no es su principal propósito.
Pues
algo como eso, que parece tan básico y fácil de entender, mucha gente no lo piensa.
El neoliberalismo impregna tanto todos los estratos de la sociedad que
la mentalidad de “yo primero, sálvese quien pueda y los demás que se jodan” se
está extendiendo como una mancha de aceite. Lees la opinión de la mayoría de
los economistas más o menos conocidos y da miedo porque casi todos son una
panda de sociópatas. Y eso no es lo peor. Al fin y al cabo, personas egoístas
siempre ha habido, por supuesto, y la mayor parte de la historia de la
humanidad se caracteriza por el dominio de una oligarquía, sea de la naturaleza
que sea, sobre una mayoría atada con una correa más o menos larga según la
época y las circunstancias, y aun así a lo largo de los siglos han ido cambiando
las costumbres y las leyes, dando lugar en una parte del mundo a sociedades en
las que se vive relativamente en paz y en buenas condiciones materiales. La Declaración
Universal de Derechos Humanos es uno de los mayores hitos en nuestra historia,
desde cierto punto de vista puede ser el más importante de todos, pero parte de
una base que nos retrotrae a los inicios de la Revolución Francesa y antes,
hasta llegar a los filósofos de la Antigüedad.
Todo esto que estoy contando parece muy obvio y no debería ni tener que escribir sobre ello, ¿verdad? Pues se ve que no. Hace unas semanas, se discutía sobre los servicios públicos. Hoy, sobre el derecho que tienes como enfermo a acudir al médico y que te atiendan, y si lo necesitas, a Urgencias: según algunos, no tienes derecho a bloquear el servicio de Urgencias por algo que a lo mejor no es grave (como si fueras adivino o médico tú mismo para audiagnosticarte), porque como somos muchos lo colapsamos y los profesionales sanitarios no pueden trabajar a gusto. Que vean el problema en que vamos al médico y no en que no hay suficientes médicos (ni enfermeras, ni auxiliares, ni nada) porque precisamente los que creen que los servicios públicos deben ser rentables a toda costa están desmantelando la sanidad pública para sacar su propio beneficio es preocupante. La cantidad de gente que les señalas la luna y miran tu dedo es alarmante. La cantidad de gente que, directamente, es mala, es aterradora. Gente que aquí vota a VOX, que en el Reino Unido ha votado sí al Brexit, que en Estados Unidos ha votado a Trump (y lo volverá a votar), que en Hungría vota a Orbán, que en Brasil vota a Bolsonaro, por miedo, por egoísmo, por odio al que es diferente, al que viene de fuera, al que cree que le va a quitar lo poco que tiene. Gente que sólo cree en la competitividad, en la ley del más fuerte, en el beneficio inmediato, sin darse cuenta de que a largo plazo la solidaridad y la cooperación son mucho más beneficiosas para todo el mundo. Gente que cree que el mercado libre (mis ovarios libre, pero ese es otro tema) es lo que debe regir todas las relaciones humanas porque todo tiene un precio, incluso la propia vida. Gente que hoy se queja de que suban el salario mínimo a los trabajadores y que probablemente en el siglo XIX habrían protestado contra la abolición de la esclavitud por los mismos motivos. Gente que no es consciente que de que, como mínimo, el 90% de todos nosotros (y seguro que me quedo corta), si perdemos esos servicios públicos nos veremos en la miseria más absoluta o directamente moriremos, y que aun conservándolos de momento estamos en riesgo constante de caer en esa miseria por cualquier circunstancia de lo más cotidiana: quedarte en el paro, divorciarte, enfermar de cualquier enfermedad más o menos grave y/o crónica, así que aunque fuera por puro egoísmo nos convendría mantener un sistema social fuerte que nos dé cobertura a todos, por si las moscas. Gente que cree que en un apocalipsis zombi sobreviviría como Rick Grimes, cuando en realidad caerían bajo las hordas de muertos vivientes en el minuto uno.
Esa gente es la que está cuestionando los principios básicos que creíamos conquistados para siempre. La que está dando el poder a los que quieren abolirlos. El progreso que hasta hace pocas décadas parecía imparable en muchos sentidos retrocede. De vez en cuando recuerdo un capítulo de Star Trek: la Nueva Generación, el 4º de la tercera temporada. En él, por culpa de un accidente los habitantes de un mundo cuya civilización se encuentra en un estado preindustrial pero que ya han desarrollado una tecnología y un pensamiento de corte científico, abandonando en el proceso las creencias en religiones y supersticiones, descubren una estación secreta desde la que la Federación los observaba sin intervenir para no interferir en su evolución. El choque que se produce entre su cultura y la avanzada tecnología de la Federación les confunde, y algunos que recuerdan viejas leyendas sobre un ser divino empiezan a creer que éste es real y ha regresado. Me da mucho que pensar que en una serie de los años 80 se hablara libremente de lo perniciosas que pueden ser las creencias religiosas, mientras que tres décadas después me parece difícil que en otra serie de ciencia ficción (o del género que sea) se planteara un debate así. No hay más que ver, por ejemplo, la nueva Battlestar Galactica, serie que por lo demás disfruté un montón, pero en la que la insistencia en la existencia de un plan divino que conducía el destino de la humanidad me resultaba contradictoria y metida con calzador. Y encima eran los cylones, que, recordemos, son robots, los fanáticos religiosos, flipa.
Todo esto que estoy contando parece muy obvio y no debería ni tener que escribir sobre ello, ¿verdad? Pues se ve que no. Hace unas semanas, se discutía sobre los servicios públicos. Hoy, sobre el derecho que tienes como enfermo a acudir al médico y que te atiendan, y si lo necesitas, a Urgencias: según algunos, no tienes derecho a bloquear el servicio de Urgencias por algo que a lo mejor no es grave (como si fueras adivino o médico tú mismo para audiagnosticarte), porque como somos muchos lo colapsamos y los profesionales sanitarios no pueden trabajar a gusto. Que vean el problema en que vamos al médico y no en que no hay suficientes médicos (ni enfermeras, ni auxiliares, ni nada) porque precisamente los que creen que los servicios públicos deben ser rentables a toda costa están desmantelando la sanidad pública para sacar su propio beneficio es preocupante. La cantidad de gente que les señalas la luna y miran tu dedo es alarmante. La cantidad de gente que, directamente, es mala, es aterradora. Gente que aquí vota a VOX, que en el Reino Unido ha votado sí al Brexit, que en Estados Unidos ha votado a Trump (y lo volverá a votar), que en Hungría vota a Orbán, que en Brasil vota a Bolsonaro, por miedo, por egoísmo, por odio al que es diferente, al que viene de fuera, al que cree que le va a quitar lo poco que tiene. Gente que sólo cree en la competitividad, en la ley del más fuerte, en el beneficio inmediato, sin darse cuenta de que a largo plazo la solidaridad y la cooperación son mucho más beneficiosas para todo el mundo. Gente que cree que el mercado libre (mis ovarios libre, pero ese es otro tema) es lo que debe regir todas las relaciones humanas porque todo tiene un precio, incluso la propia vida. Gente que hoy se queja de que suban el salario mínimo a los trabajadores y que probablemente en el siglo XIX habrían protestado contra la abolición de la esclavitud por los mismos motivos. Gente que no es consciente que de que, como mínimo, el 90% de todos nosotros (y seguro que me quedo corta), si perdemos esos servicios públicos nos veremos en la miseria más absoluta o directamente moriremos, y que aun conservándolos de momento estamos en riesgo constante de caer en esa miseria por cualquier circunstancia de lo más cotidiana: quedarte en el paro, divorciarte, enfermar de cualquier enfermedad más o menos grave y/o crónica, así que aunque fuera por puro egoísmo nos convendría mantener un sistema social fuerte que nos dé cobertura a todos, por si las moscas. Gente que cree que en un apocalipsis zombi sobreviviría como Rick Grimes, cuando en realidad caerían bajo las hordas de muertos vivientes en el minuto uno.
Esa gente es la que está cuestionando los principios básicos que creíamos conquistados para siempre. La que está dando el poder a los que quieren abolirlos. El progreso que hasta hace pocas décadas parecía imparable en muchos sentidos retrocede. De vez en cuando recuerdo un capítulo de Star Trek: la Nueva Generación, el 4º de la tercera temporada. En él, por culpa de un accidente los habitantes de un mundo cuya civilización se encuentra en un estado preindustrial pero que ya han desarrollado una tecnología y un pensamiento de corte científico, abandonando en el proceso las creencias en religiones y supersticiones, descubren una estación secreta desde la que la Federación los observaba sin intervenir para no interferir en su evolución. El choque que se produce entre su cultura y la avanzada tecnología de la Federación les confunde, y algunos que recuerdan viejas leyendas sobre un ser divino empiezan a creer que éste es real y ha regresado. Me da mucho que pensar que en una serie de los años 80 se hablara libremente de lo perniciosas que pueden ser las creencias religiosas, mientras que tres décadas después me parece difícil que en otra serie de ciencia ficción (o del género que sea) se planteara un debate así. No hay más que ver, por ejemplo, la nueva Battlestar Galactica, serie que por lo demás disfruté un montón, pero en la que la insistencia en la existencia de un plan divino que conducía el destino de la humanidad me resultaba contradictoria y metida con calzador. Y encima eran los cylones, que, recordemos, son robots, los fanáticos religiosos, flipa.
En
comparación, la Star Trek clásica y la Nueva Generación eran un prodigio de
pensamiento progresista. Como recordaréis, la sociedad del siglo XXIII en la que se ambienta la serie nos presenta una
Tierra unificada bajo un gobierno global y a su vez integrada en una Federación a nivel galáctico dentro de la cual varias razas de diferentes planetas conviven en armonía
y cuyos sistemas sociales respetan sus derechos básicos y garantizan una vida
digna a sus habitantes. Por ejemplo, el dinero NO EXISTE. No es necesario,
porque todo el mundo tiene sus necesidades cubiertas. Tampoco hay racismo, ni
sexismo, ni guerras entre los diferentes sistemas de la Federación. Con otras
civilizaciones fuera de la Federación sí, claro, como los klingons o los
romulanos, que se sostienen sobre ideologías de corte más totalitario y dan por culo a la Federación periódicamente. Pero, en general, hay un consenso sobre la idoneidad de alcanzar un
estado de paz política y social como el de la Federación, es a lo que nos gustaría
aspirar, y en la época en la que se rodó la serie original mucha gente creía
que era el destino al que la especie humana llegaría de forma natural.
En
cambio, el universo de Star Wars no es tan idílico. Nos identificamos con el
idealismo de los jedis, simpatizamos con el heroísmo de la Alianza Rebelde,
odiamos al Imperio por su carácter dictatorial, pero el caso es que en la
trilogía original es el Imperio el que rige la galaxia. Luego, con la trilogía
de las precuelas, supimos que se había llegado a ese punto porque la Antigua
República había ido sucumbiendo sin darse cuenta a las intrigas de Darth Sidious
en la sombra, que había aprovechado un estado previo de descomposición de las
instituciones democráticas, estado que había favorecido una corrupción sistemática que
daba lugar a grandes desigualdades e injusticias en muchas regiones de la
galaxia, especialmente en aquellas más lejanas, abandonadas a su suerte.
Sidious sólo había tenido que empujar con discreción por aquí y por allá para
hacer caer las fichas de dominó y hacerse con el control, imponiendo su dominio
sobre la moribunda democracia en nombre de esa misma democracia. ¿Qué, os
parece familiar? ¿Os parece que no sólo os recuerda a algo que ocurrió en
nuestro siglo pasado, sino también a una situación que se está empezando a repetir
en nuestro presente? Resulta que, siendo mucho más fantástica que Star Trek, y
estando ambientada en un hipotético pasado lejano, Star Wars presenta una
visión de futuro mucho más probable que la de Star Trek. Y yo soy muy fan de Star
Wars, pero prefiero mil veces vivir en la Federación antes que en el Imperio,
incluso que en la Antigua República (de la Nueva República ni hablemos, que si
hacemos caso de la trilogía de las secuelas eso es un sindiós). Quiero ser
optimista, quiero pensar que a pesar de todo, y con mucho esfuerzo de nuestra
parte, podemos evitar el resurgir de un nuevo Imperio. Pero nos va a hacer mucha
falta que la Fuerza nos acompañe, porque estamos jodidos.
Make the Empire Great Again (MEGA) |
No hay comentarios:
Publicar un comentario