Hoy un artículo de Barbijaputa en No Más IVA: Ojalá me ha hecho recordar a Tierno. Lo comentaba hace pocos días en mi Facebook: tal vez don Enrique Tierno Galván no fue tan perfecto como la memoria y el cariño nos lo hacen ver, pero desde luego es el mejor alcalde que Madrid ha tenido nunca. En las primeras elecciones generales, mi padre votó por los socialistas, pero no por los del PSOE, sino por los del PSP (Partido Socialista Popular), que era el partido que dirigía Tierno y luego fue absorbido por el PSOE. Tengo la suerte de poder recordarlo porque, aunque era una niña mientras dirigió la ciudad en la que llevo viviendo desde que tenía tres años, ya tenía uso de razón para apreciar la bonhomía que le definía. Cuando murió yo tenía catorce años, y recuerdo ver por televisión las calles de Madrid colapsadas por las miles de personas que acompañaron su cortejo fúnebre. Mi padre no pudo asistir porque le tocaba trabajar, pero le habría gustado, y lo recuerdo emocionado. A mí también me dio pena, en mi casa lo queríamos.
Nunca he vuelto a sentir aprecio por ninguno de los sucesivos regidores de mi ciudad. A Juan Barranco no le dio apenas tiempo a dejar huella de su paso; una moción de censura colocó en su lugar a Agustín Rodríguez Sahagún, que era un pobrecito que sirvió de puente para que después de él comenzara el calvario pepero de mi ciudad. Primero aguantamos durante ocho largos años a Álvarez del Manzano, del que lo mejor y lo peor que se puede decir es que no hizo NADA. Pero NADA. Bueno, miento: sí que hacía algo. Túneles. Muchos túneles. Para los coches, of course, que desde entonces han sido los niños mimados de la alcaldía madrileña. Tantos túneles hizo que le llamaban el Topo.
Tanta desidia dejó el terreno abonado para que arraigara en él una auténtica garrapata, posiblemente el mayor vendedor de humo que hemos conocido en democracia: Alberto Ruiz Gallardón. Aunque sus medidas como ministro de Injusticia han terminado por descubrir su verdadera naturaleza ultra y reaccionaria, durante mucho tiempo a una buena parte de los madrileños los tuvo engañados, primero como presidente de la Comunidad y luego como alcalde, haciéndoles creer que era lo más progresista y potable dentro del PP: lucía buenas maneras, una educación exquisita hasta la untuosidad que contrastaba con el gañanismo de muchos de sus compañeros de partido, era culto y amante de la música... El resultado, a la vista está: un Madrid reformado de cara a la galería pero con goteras cada vez que llueve, una deuda de tamaño galáctico y, en contra de lo que prometía su supuesto amor por la cultura, cada vez más amuermado. Encima, nos dejó tirados en manos de la que posiblemente sea la peor alcaldesa hasta la fecha, la mujercísima: Ana Botella, que ni fue elegida ni lo habría sido si se hubiera presentado a elecciones. Argh.
En resumen, desde hace veinticinco años aproximadamente mi ciudad viene sufriendo una sucesión de alcaldes a cada cual más atomatable, si me permitís el palabro (porque no me digáis que sus ocasionales salidas al balcón de la Casa de la Panadería no son oportunidades perfectas para practicar el tiro al blanco con tan aprovechable fruta). Han sido elegidos (al menos, casi todos) democráticamente, cierto. Cada uno vota lo que quiere, cierto. No voy a caer en la trampa de afirmar que todos los que votan al PP son gilipollas (aunque los dioses saben que es muy, muy fácil caer en esa trampa). Muchos lo harán por auténtica convicción, otros porque les parece lo más conveniente, otros porque no les gustan las alternativas... Porque, además, la única alternativa viable durante los largos años del bipartidismo, el PSM, se ha dedicado a dinamitarse a sí misma a conciencia y con saña. Pero, francamente, me pregunto si muchos de mis conciudadanos no sufren una miopía aguda. Porque, la verdad, que ahora se presente como candidata a Esperanza Aguirre, a la que ya hemos sufrido durante demasiados años como presidente de la Comunidad, y que tenga muchas posibilidades de salir elegida, me alucina y me agobia tanto que me saca de mis casillas. Que a estas alturas haya tanta gente a la que le merece su confianza e incluso su simpatía una señora que ha gobernado la autonomía de Madrid a su antojo, mangoneando directamente por medio de sus subordinados todo lo que ha podido sin importarle si lo destrozaba (sea Telemadrid, la educación y la sanidad públicas o la moto de un agente de movilidad), dejando que una corrupción sin precedentes en la historia de la democracia por su extensión y su profundidad (salvo, quizá, la de la Comunidad Valenciana) campara a sus anchas bajo sus mismas narices, que se escaqueó con un descaro impresionante cuando se olió que por fin la mierda le podía salpicar, dejando en la estacada a esos subordinados a los que ahora por lo visto sólo conoce de decir "hola y adiós", para volver después con mayor desfachatez aún y reafirmándose en todas sus actuaciones con una prepotencia insultante... Que haya tanta gente, digo, que a estas alturas todavía la apoye y hasta la jalee, me provoca verdadera tristeza, angustia e indignación.
Supongo que, en parte, esto es resultado del efecto rodillo. Tantos años de gobierno del PP en Madrid han acostumbrado a muchos votantes a un conformismo en el que también influye esa costumbre tan española de votar siempre a tu partido igual que siempre apoyas a tu equipo de fútbol, pase lo que pase y para toda la vida. Pero por primera vez en mucho tiempo parece que ese inmovilismo peligra. Muy probablemente una buena parte de los votantes del PP lo seguirán votando, aunque presentaran de candidato a un monigote pintado de verde fosforito con lunares rosas. Otra parte se abstendrá, y otra votará a Ciudadanos, pero posiblemente contando sólo con esos factores no perderían su mayoría absoluta, o lo harían por muy poco. Hasta ahora, les ayudaba que muchos votantes del PSOE habían dejado de votar, pero no encontraban una alternativa. Pero ahora sí la hay, y es peligrosa, porque ofrece justo todo lo que Esperanza no es. Nunca hasta ahora había hecho propaganda política a favor de nadie, ni siquiera ahora pretendo convencer a nadie de que vote lo mismo que yo, aunque me gustaría. Pero, sinceramente, comparad a Esperanza Aguirre con Manuela Carmena y decidme que no se os cae el alma a los pies. Mientras Aguirre, esa apasionada adalid del liberalismo, ha vivido siempre de la política municipal y autonómica cobrando dinero público, Manuela Carmena ha ejercido durante muchos años de abogada laboralista y luego de juez (es una de los fundadores de Jueces para la Democracia), demostrando su preparación, su valía, su claridad de ideas y, sobre todo, una trayectoria intachable y sin sospecha de falta de rectitud.
Nunca he vuelto a sentir aprecio por ninguno de los sucesivos regidores de mi ciudad. A Juan Barranco no le dio apenas tiempo a dejar huella de su paso; una moción de censura colocó en su lugar a Agustín Rodríguez Sahagún, que era un pobrecito que sirvió de puente para que después de él comenzara el calvario pepero de mi ciudad. Primero aguantamos durante ocho largos años a Álvarez del Manzano, del que lo mejor y lo peor que se puede decir es que no hizo NADA. Pero NADA. Bueno, miento: sí que hacía algo. Túneles. Muchos túneles. Para los coches, of course, que desde entonces han sido los niños mimados de la alcaldía madrileña. Tantos túneles hizo que le llamaban el Topo.
Tanta desidia dejó el terreno abonado para que arraigara en él una auténtica garrapata, posiblemente el mayor vendedor de humo que hemos conocido en democracia: Alberto Ruiz Gallardón. Aunque sus medidas como ministro de Injusticia han terminado por descubrir su verdadera naturaleza ultra y reaccionaria, durante mucho tiempo a una buena parte de los madrileños los tuvo engañados, primero como presidente de la Comunidad y luego como alcalde, haciéndoles creer que era lo más progresista y potable dentro del PP: lucía buenas maneras, una educación exquisita hasta la untuosidad que contrastaba con el gañanismo de muchos de sus compañeros de partido, era culto y amante de la música... El resultado, a la vista está: un Madrid reformado de cara a la galería pero con goteras cada vez que llueve, una deuda de tamaño galáctico y, en contra de lo que prometía su supuesto amor por la cultura, cada vez más amuermado. Encima, nos dejó tirados en manos de la que posiblemente sea la peor alcaldesa hasta la fecha, la mujercísima: Ana Botella, que ni fue elegida ni lo habría sido si se hubiera presentado a elecciones. Argh.
En resumen, desde hace veinticinco años aproximadamente mi ciudad viene sufriendo una sucesión de alcaldes a cada cual más atomatable, si me permitís el palabro (porque no me digáis que sus ocasionales salidas al balcón de la Casa de la Panadería no son oportunidades perfectas para practicar el tiro al blanco con tan aprovechable fruta). Han sido elegidos (al menos, casi todos) democráticamente, cierto. Cada uno vota lo que quiere, cierto. No voy a caer en la trampa de afirmar que todos los que votan al PP son gilipollas (aunque los dioses saben que es muy, muy fácil caer en esa trampa). Muchos lo harán por auténtica convicción, otros porque les parece lo más conveniente, otros porque no les gustan las alternativas... Porque, además, la única alternativa viable durante los largos años del bipartidismo, el PSM, se ha dedicado a dinamitarse a sí misma a conciencia y con saña. Pero, francamente, me pregunto si muchos de mis conciudadanos no sufren una miopía aguda. Porque, la verdad, que ahora se presente como candidata a Esperanza Aguirre, a la que ya hemos sufrido durante demasiados años como presidente de la Comunidad, y que tenga muchas posibilidades de salir elegida, me alucina y me agobia tanto que me saca de mis casillas. Que a estas alturas haya tanta gente a la que le merece su confianza e incluso su simpatía una señora que ha gobernado la autonomía de Madrid a su antojo, mangoneando directamente por medio de sus subordinados todo lo que ha podido sin importarle si lo destrozaba (sea Telemadrid, la educación y la sanidad públicas o la moto de un agente de movilidad), dejando que una corrupción sin precedentes en la historia de la democracia por su extensión y su profundidad (salvo, quizá, la de la Comunidad Valenciana) campara a sus anchas bajo sus mismas narices, que se escaqueó con un descaro impresionante cuando se olió que por fin la mierda le podía salpicar, dejando en la estacada a esos subordinados a los que ahora por lo visto sólo conoce de decir "hola y adiós", para volver después con mayor desfachatez aún y reafirmándose en todas sus actuaciones con una prepotencia insultante... Que haya tanta gente, digo, que a estas alturas todavía la apoye y hasta la jalee, me provoca verdadera tristeza, angustia e indignación.
Supongo que, en parte, esto es resultado del efecto rodillo. Tantos años de gobierno del PP en Madrid han acostumbrado a muchos votantes a un conformismo en el que también influye esa costumbre tan española de votar siempre a tu partido igual que siempre apoyas a tu equipo de fútbol, pase lo que pase y para toda la vida. Pero por primera vez en mucho tiempo parece que ese inmovilismo peligra. Muy probablemente una buena parte de los votantes del PP lo seguirán votando, aunque presentaran de candidato a un monigote pintado de verde fosforito con lunares rosas. Otra parte se abstendrá, y otra votará a Ciudadanos, pero posiblemente contando sólo con esos factores no perderían su mayoría absoluta, o lo harían por muy poco. Hasta ahora, les ayudaba que muchos votantes del PSOE habían dejado de votar, pero no encontraban una alternativa. Pero ahora sí la hay, y es peligrosa, porque ofrece justo todo lo que Esperanza no es. Nunca hasta ahora había hecho propaganda política a favor de nadie, ni siquiera ahora pretendo convencer a nadie de que vote lo mismo que yo, aunque me gustaría. Pero, sinceramente, comparad a Esperanza Aguirre con Manuela Carmena y decidme que no se os cae el alma a los pies. Mientras Aguirre, esa apasionada adalid del liberalismo, ha vivido siempre de la política municipal y autonómica cobrando dinero público, Manuela Carmena ha ejercido durante muchos años de abogada laboralista y luego de juez (es una de los fundadores de Jueces para la Democracia), demostrando su preparación, su valía, su claridad de ideas y, sobre todo, una trayectoria intachable y sin sospecha de falta de rectitud.
Que esta viñeta de Manel Fontdevila siga vigente desde 2009 es para deprimirse |
Así que Aguirre, como ve que no tiene otros flancos por donde atacarla, lo ha hecho por la única brecha que ha visto: la polémica sobre el cierre de la empresa del marido de Manuela Carmena. Caso que ya había sido desestimado judicialmente, y que Carmena ha desmentido rápido (desde luego, mucho más rápido que Monedero, por poner un ejemplo) aportando pruebas. Pero a Aguirre no le importa: calumnia, que algo queda. Todo vale con tal de aferrarse al poder del que ha estado mamando toda su vida. En cambio, a Carmena no le hace falta aferrarse a ese poder, porque, para empezar, nunca lo hizo. Como Tierno, después de una larga y fructífera carrera laboral, cuando ya podría disfrutar de su jubilación, se ha embarcado en una carrera política porque quiere y puede, no porque lo necesite.
Yo que vosotros me lo pensaría. Por mi parte, ya lo tengo claro. Votaré a Carmena.
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